Los ojos de María

Protección y compañia

Fragmentos de diálogo

–          A veces me ocurre que estando en oración no me siento en la presencia. Otras, que en medio de cualquier actividad viene a irrumpir la sensación de comunión con la providencia. ¿Cómo saber, como favorecer, como estabilizarme en esa saciedad que por sí misma brinda contento y familiaridad con lo sagrado?

–          Cuando uno se encuentra junto al Señor o por mejor decir, cuando uno mantiene la atención junto a la Presencia de Cristo en el corazón, hay claras señales de ello que a manera de indicadores nos marcan el acierto o desacierto respecto de la actitud asumida.

¿El cuerpo permanece tenso o distenso? Porque en él se hacen evidentes las posesiones   de la mente. Si quiero atrapar, conseguir, aquello lograr… si quiero retener, abarcar, dominar, poseer… se manifestará en lo corporal como crispación, tensión en los músculos, incomodidad postural, desasosiego general.

La jornada de cada quién está jalonada por los cambios de actividad. Estamos haciendo esto y ahora nos ponemos a hacer aquello otro, luego lo de más allá. Una vía interesante para aproximarse a la actitud devocional en lo cotidiano es la de relajar el cuerpo antes de cada nueva acción que vamos a emprender.

Suena a poco, a cuestión secundaria, pero no es así. Debes asumir que el cuerpo es el templo del Espíritu Santo y que  es preciso disponerlo adecuadamente del mismo modo que preparas la capilla para la liturgia. Si lo que hagamos va a ser ofrenda debemos preparar el instrumento que se nos ha dado para ello.

La actitud de entrega, la confianza en la providencia del Padre, la búsqueda continua de la ejecución de Su voluntad, se manifiesta en un sosiego corporal, en un modo de hacer concentrado y preciso, en una manera fluida que va conforme a la distensión lograda. El modo de hacer es una sola cosa con la actitud de la mente y con el modo de situar el corazón.

Durante los primeros meses en la celda asistí a una experiencia simple que me fue de mucha utilidad posterior. La efectuaba al amanecer y al anochecer. Consistía en mirar el bosque a través de la ventana. Me detenía y observaba un momento…y lo que veía me reflejaba y me mostraba mi grado de cercanía.

Alguna mañana me parecía asistir a la configuración del paraíso. Los sonidos, los colores, los aromas, los leves movimientos de las hojas, la atmósfera… todo me hablaba del amoroso encuentro entre el Creador y sus criaturas. El supremo amor se había quitado el velo, su abrazo me envolvía.

Quizás el mismo día pero a la tarde, o un día o dos después, sucedía lo opuesto. Y no te hablo de cambios meteorológicos, sino en la mirada. Asistía azorado a las variaciones del estado en mi alma. Los árboles que habían sido morada del silencio perenne y que rebosaban plenos de vidas minúsculas se tornaban amenazantes y los colores surgían mustios, opacados.

¿Los sonidos…? Me parecían ausentes o burdos, sin atractivo. La brisa me hacía pensar en el frío de la noche y en lugar de expandirme respirando me contraía. Esto me molestaba mucho, porque sentía que escapaba a mi manejo. ¡No te vayas Señor!.. era mi frase más habitual.

Luego fui alumbrando la comprensión profunda de que no era el bosque sino mi estado interior el que veía a través de la ventana. Me fui convenciendo de que la mirada iba moldeando el mundo y que lo percibido era en buena medida mi propio rostro.

En aquel entonces nos hicimos con algunos compañeros el propósito de vivir lo cotidiano a la manera de liturgia, buscando la actitud sagrada ceremonial en todos los actos por nimios o insignificantes que nos parecieran. La jornada un altar, el cuerpo y las acciones la ofrenda, los pensamientos el incienso que se elevara en adoración.

Por supuesto que te hablo de un ideal que nos trazamos como norte, como guía de orientación y no como algo que se lograra fácilmente, pero si nos marcó una actitud y nos permitía evaluar lo vivido de acuerdo a una norma precisa que nos era muy querida: Hacer de la vida una ceremonia de alabanza. Creo que desde esa época nos quedó el hábito de movernos con tanta lentitud.

–  Pero ¿Usted no pierde nunca esa actitud, ese modo de estar?

– Claro que si.

– ¿Y cómo hace para volver a la posición correcta?

– Ah bueno…eso será cosa de cada uno. Por mi parte dejo de hacer lo que estoy haciendo. Cuando caigo en cuenta de la pérdida del centro en Cristo, abandono cualquier tarea, porque sé que se ha tornado vana y ajena a la intención de servirle. Abandono y me dirijo al icono de de María. Me tomo un instante para mirar los ojos de María en el icono. No pasa mucho tiempo hasta que se me ablande nuevamente el corazón.

Sucede que con María me es sencillo regresar a mi origen, al recuerdo de cuando niño me cobijaba en los brazos de mi madre terrenal. Recuerdo la sensación de amor envolvente y pleno que emanaba de sus brazos protectores y de su perfume inigualable. Recuerdo con alegría como curaba mis heridas, como me arreglaba la ropa y me mandaba de nuevo a jugar. Entonces al recordar de donde vengo me afirmo en la certeza de que no he cambiado. Sigo siendo el mismo aunque con un cuerpo avejentado.

Pero el corazón sigue teniendo la misma necesidad de protección, de cobijo, ese deseo de entregarse al abrazo de infinita bondad. Aunque maduros o viejos ante el universo majestuoso solo podemos maravillarnos y asombrados alabar. Uno no sabe nada. Si te aburres o te engríes o te pones fastidioso vuelve al corazón. No falsas hombrías, somos todos niños de pecho necesitados de la gracia.

elsantonombre.org

 

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7 Comments on “Los ojos de María

  1. Pingback: Situar el corazón | Hesiquía blog

  2. Gracias por estos comentarios. En mi caso «Mi» Maria es Stella Maris, porque mi madre la tenia en mi casa y me crie viendola siempre.
    Bendiciones para todos.

  3. Gracias por estos comentarios. Flavia, Zambullida, Sofía y Cades.

    La Virgen es un remanso de paz en las dificultades. Hace algunos años conocí un paciente terminal, que sobrellevaba con bien agudos dolores. Una noche que tuvimos tiempo le pregunté como hacía para ser tan fuerte, me dijo: «Me acuerdo de María… y de como aceptaba el dolor sin negarlo… al lado de la Cruz, le dolía pero no rechazaba el dolor, lo vivía con aceptación.» Me acuerdo que pensé…»¡Cuantos santos sin canonizar habrá!

    Un abrazo a todas/os

  4. Me he alegrado mucho de encontrar esta Comunidad Virtual de orantes.Yo también soy orante, eremita y vivo en el mundo,casada y con hijos, y una comunidad contemplativa dónde comparto mi vocación de eremita, el Carmelo, pues cómo seguramente sabeis somos ermitaños contemplativos segun la Regla de San Alberto y la espiritualidad de Santa Teresa y San Juan de la Cruz.No uso mucho internet pero rezaré porque de mucho frutos esta iniciativa y muchos conozcan más la Espiritualidad de los Padres del desierto en ella.

  5. Les invito a rezar así: «Madre, ven Madre, siéntate aquí, muy juntito a mí. Escucha lo que le voy a decir a Tu Hijo, esto también es para Ti. Despúes, un rato después, platica Madre con Él, acerca de mí; lo que Él decida, ayúdame a hacerlo»
    («Haced lo que Él os diga»)

  6. La verdad es que tengo un poco abandonada a María, tal vez porque esa madre terrenal mía no me llenó de ternuras; suelo recurrir directamente a Dios, sin intermediarios. Sin embargo, en los últimos años voy poco a poco volviendo a ella. Antes de ponerme a escribir, siempre le pido que interceda por mí para que Dios me envíe Su Espíritu y mis palabras sean de su agrado. Este icono de Kiko Argüello me ha traído, además, gratos recuerdos (caminé en una comunidad neocatecumenal durante ocho largos años) y esta imagen de María, tantas veces vista, hoy me ha conmovido.

  7. Què dulzura este post…hay algo màs dulce que los ojos de Maria, que su nombre, que su abrazo…? Me pasa siempre que no puedo pensar demasiado en ella, sin que me caigan làgrimas de las mejillas. Con ella bajo la guardia. Con ella me abandono como un niño, en ella busco refugio cuando estoy muy dolida por haber ofendido a mi amado Jesùs… gracias x postarlo.

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