San Juan de Dios (1495 – † 1550)

San Juan de Dios - Pedro de Raxis - Considerado el verdadero retrato del Santo que fue pintado el mismo año de su muerte y sirvió de referencia a pintores posteriores
San Juan de Dios – Pedro de Raxis

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Desde niño en busca de Dios

Juan Ciudad Duarte nace el 8 de marzo de 1495, en Montemayor el Nuevo, Portugal, cerca de Évora. Otros datos aseguran que su nacimiento tuvo lugar en Casarrubios del Monte, Toledo, España.

Cuando llegó a la pubertad, sintió que su corazón se abrasaba de deseo de eternidad, de cosas grandes. En su ciudad natal no había nada que calmara esa sed, por lo que decidió abandonar a sus padres, y  atravesó la frontera estableciéndose en Oropesa.

Allí encontró pronto trabajo cuidando del ganado de Francisco Mayoral. Éste lo reconoció como un joven muy servicial y llegó a apreciarlo tanto que le ofreció a su hija Beatriz como esposa.

Aquella noche Juan no pudo dormir. Desde que abandonó su patria y su hogar sólo había tenido el afecto de aquella familia, y a pesar de su gran necesidad de recibir y de dar ese amor, dudaba. Pero su amor por el cielo pudo más que cualquier otro amor que le ofreciera el mundo.*

El valiente soldado

Juan sabe derrotar a su propio corazón y, libre, se alista en el ejército de Carlos V de España, entonces en guerra con el de Francisco I de Francia.

Los deseos que sentía de cosas que no sabía descifrar, que no conocía, lo torturaban y fueron causa de una forma de vivir más o menos licenciosa, intentando estrujar la vida para sacarle el placer que fuera posible.

Terminado su paso por el ejército, vuelve a Oropesa. Francisco Mayoral vio con agrado el regreso de Juan, pensando que accedería a su antigua propuesta, pero Juan permanecía fiel a sus grandes proyectos ocultos en el fondo de su corazón.

Había hecho promesa de no volver a coger un arma, pero cuatro años más tarde, amenazada la cristiandad por el turco, no dudó en alistarse para ofrecer su vida por esta causa. Fue un valiente soldado, que supo mirar la muerte cara a cara.

Una vez ganada la contienda, los soldados fueron licenciados. Juan decidió ir a Compostela, Galicia, para visitar al Apóstol Santiago. Pasó varios días al pie de la tumba pidiendo luz para encontrar el camino que Dios le debía tener destinado.

De allí se encaminó a Portugal para ver a sus padres, pero encontró que ya habían fallecido. Se sintió más solo que nunca, por lo que hizo propósito de ser más de Dios, de entregarse más al prójimo necesitado. Porque Juan era portador de un raro tesoro y sabía que si lo perdía no lo volvería a encontrar.*

Como barco sin timón

Partió sin rumbo cierto y desprendido de todo, enteramente en manos de la Divina Providencia.

Llegó a Ayamonte, donde se detuvo unos días sirviendo a los enfermos del hospital. Después pasó por Sevilla y de allí fue a Gibraltar.

San Juan de DiosAllí se encontró con un caballero portugués que, junto con su esposa y cuatro hijas, iba desterrado a Ceuta. Con ellos hizo la travesía del estrecho. Al enterarse de su triste situación decidió quedarse con la familia para ayudarlos en su manutención. Se alistó para trabajar en las obras de fortificación de la ciudad, entregando cada día su jornal a la familia desterrada.

Cuando la familia pudo regresar a Portugal y recuperar sus bienes, insistieron para que los acompañara, pero Juan empezaba a vislumbrar en las carnes ateridas de los pobres, los miembros de Jesús entumecidos.

Empezaba a ver la luz, a descubrir cuál era el designio que Dios le tenía guardado, por lo que acudió a pedir consejo a su padre espiritual, un padre franciscano.

Este le recomendó que regresara a España, y se embarcó rumbo a Gibraltar.*

Se dedica a vender libros

Juan no se atrevía a pararse por la calle para predicar, para hablar de Dios, a aquellos hombres que encontraba por la calle y que no habían tenido la oportunidad de ser instruidos en la verdad. Sabía que su preparación intelectual era insuficiente. Entonces tuvo una ingeniosa idea: decidió trabajar en Gibraltar hasta ahorrar lo suficiente para comprar libros espirituales, vendiendolos posteriormente a muy módico precio, con el fin de que las personas que no tenían dinero para instruirse pudieran hacerlo por medio de esos libros.

La ganancia no le interesaba. Lo que quería con ello era que aquellos hombres, distraídos con el mundo, sin orientación, se dieran cuenta de la gran deuda que tienen con Dios y con el prójimo. Quería llevar una lucecita a las almas de aquellos que vivían en la ignorancia de la Verdad.

Este apostolado, el esfuerzo sincero de Juan, agradó mucho a Nuestro Señor. Un día caminando por el campo, con un fardo de libros sobre las espaldas, se dio cuenta de que un niño de noble y bella fisonomía, pero pobremente vestido, caminaba junto a él. Juan miró sus pies descalzos y se lamentó de que no le sirvieran sus sandalias. “Le ofreceré mis espaldas” ‒se dijo‒, y en efecto así lo hizo. El niño aceptó y subió a sus hombros. Juan se paró a beber agua en la fuentecilla de Gaucín, dejando para ello al niño en el suelo. Apenas dio unos pasos hacia la fuente cuando oyó que el niño lo llamaba. Se dio la vuelta y lo vio lleno de majestad y de gloria, mostrando en su mano una granada entreabierta y rematada por una cruz, y le dijo: “Juan de Dios, Granada será tu cruz”. Y el niño desapareció.*

El loco de amor divino

Juan obedece la voz del Señor, y se encamina a Granada. El corazón le late muy fuerte pues el deseo que tenía de entregarse a Dios era inmenso. Sabía que Granada sería su cruz, pero ignoraba que debía hacer allí que agradara a Dios.

Fortalecido por la oración, y con el fardo de sus libros y estampas, dirigió sus pasos con acierto, atravesando las murallas de Granada.

Dejó sus cosas en la posada, y lo primero que hizo nada más llegar fue dirigirse al templo más cercano, ofreciéndose para ser lo que Dios quisiera que de él.

Juan de Ávila, director espiritual de Juan de Dios
Juan de Ávila, director espiritual de Juan de Dios

El día de la festividad de San Sebastián, oyó predicar al célebre padre Juan de Ávila. En un momento dado este preguntó en la homilía a sus oyentes: “¿Qué hacéis por Cristo que tanto os ama?”. Juan sintió dentro de sí, algo que no podía contener, era la alegría, era el fuego de un deseo inmenso de hacer el bien. Las palabras del sacerdote manchego le hicieron salir del lugar dando gritos por las calles granadinas.

Se revolcaba en el barro, se golpeaba el pecho, regalaba los libros y objetos piadosos que antes vendía; y las gentes, al ver estas cosas, consideraron que el hombre se había vuelto loco, por lo que lo llevaron a un manicomio.

Allí lo azotaron y lo trataron como a un enfermo mental, tal como en aquella época se trataba a estas personas. Pero Juan sufría esto con alegría, pues así se acercaba a los padecimientos del Maestro.

Al sentir el maltrato que daban a los enfermos mentales, a los más pobres, a los que por no tener nada hasta la razón les faltaba, comenzó a fundar en su mente ‒que estaba más sana y con más claridad que nunca‒, la Orden Hospitalaria.

Juan, inconmovible como una roca cuando sufría en sus carnes el látigo, no podía contenerse y lloraba cuando veía maltratar a los enfermos, y rogaba justicia y misericordia para a aquellos infelices.

Cuando Juan de Ávila se percató de la clase de hombre que era Juan de Dios, intercedió para que pudiera circular libremente por el hospital y servir a los enfermos.*

El loco resultó un sabio.

Salió por fin del manicomio, más quiso antes ir en peregrinación al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, en Extremadura, y allí oró ante la imagen. Quiso la Virgen rubricar con un milagro el encuentro. Y por eso Ella entregó el niño que tenía en sus manos a Juan de Dios, diciéndole: “Juan, vísteme al niño Jesús, para que así aprendas a vestir a los pobres”.

Él profundizó en este legado de amor al prójimo, y por ello, en el transcurso de su vida, no se limitó a vestir al pobre, sino que también asistió a los enfermos.*

Una espadaña de misericordia se levanta al Cielo

Lleva tan grabado en lo más profundo de su alma el mandamiento de Jesús, que esto le permite vivir permanentemente en la atmósfera serena de Dios.

Se le presentó a Juan la oportunidad de alquilar una casa para instalar en ella su primer hospital. Una vez provisto de las cosas más necesarias, recorrió las calles y las plazas de la ciudad, buscando a los enfermos y desvalidos. Y a los que no podían andar, los cargaba a sus espaldas.

San Juan de Dios - Murillo - Iglesia de La Misericordia, SevillaUna noche ya no podía más; llevaba en un carro varios enfermos y las ollas de la comida que le entregaban los protectores de su obra. Desfallecido, cayó al suelo, como cuando Cristo iba camino del Calvario. Cuando estaba haciendo esfuerzos para levantarse, el arcángel San Rafael, vestido con sayal hospitalario ‒que días antes le había impuesto a Juan el Obispo de Tuy‒, le cogió del brazo y levantándole le dijo: “Hermano Juan, el Cielo me envía para que te ayude en tus ministerios. El Señor me ha confiado la guarda de tu persona y de todos los que se te asociaren. Formamos una misma Orden y tengo el encargo de proteger a todos los que favorecen tus obras de caridad”.

Nuestro Señor mismo le visitó un día.

Acababa de admitir a un enfermo y se disponía a lavarle los pies cuando de súbito aparecieron en ellos los sagrados estigmas, de donde salían rayos de luz. Le dijo el Señor: “Juan, mi fiel siervo, no te turbes. Te visito para testimoniarte mi satisfacción por el cuidado que te tomas por los pobres; todo el bien que en mi nombre haces, soy Yo quien lo recibe”.*

Los primeros compañeros

Juan acudía al Sagrario para pedir por sus enfermos. Quería, al mismo tiempo, morir para ir a gozar de Dios, pero también quería quedarse mientras hubiera necesidad en la tierra. Entonces es cuando el Cielo le mando compañeros que aprendieran de él para que, después de su partida a la eternidad, pudieran hacer como él obraba.

Había en Granada dos enemigos encarnizados: Antón Martín y Pedro de Velasco.

En una ocasión, mientras Juan encontraba por las calles gente a la que atender, vio que uno de sus protectores estaba celebrando una fiesta en su casa, y se dirigió a la misma a pedir algo para el hospital. El dueño del palacio, Juan de la Torre, lo invitó a entrar en la fiesta y comenzó a exponer los méritos de Juan en presencia de todos los invitados, diciendo: “Él nos enseña con su ejemplo que no hay poder en la tierra superior al amor”. Allí se encontraba Antón Martín que no pudo contenerse y gritó: “Hay un poder más fuerte que el amor: ¡el del odio! Me llamo Antón Martín, desciendo de noble estirpe castellana y he de vengar la muerte de mi hermano, asesinado en duelo por Pedro de Velasco. Ante su cadáver he jurado vengar y odiar a muerte al asesino, y cosas increíbles estoy haciendo y haré hasta conseguirlo”.

Juan se dio cuenta que Antón, en el fondo, era bueno, y se atrevió a decirle: “Tenéis un concepto equivocado de la nobleza y del deber. La nobleza de verdad está en el perdón”. Y cogiendo Juan el crucifijo, que siempre llevaba consigo, se acercó a Antón diciéndole: “¿Qué sería de ti, hombre miserable, si nuestro Cristo pensara como tú? Antón y los demás comensales, cayeron de rodilla y, al unísono con Juan de Dios, recitaron el Padrenuestro.

Los enemigos se abrazan

Antón perdonó a Velasco. A los poco días ambos visitaban a Juan para pedirle que los asociara a su obra. Juan dio gracias al cielo y les dijo: “Sí, como yo hago, podréis hacer vosotros, pero sabed que a muchos les haréis el bien y os escupirán en la cara, y a pesar de todo tenéis que ver a Cristo en estos desgraciados y curar sus llagas y… amarlos como a hermanos. ¿Seréis capaces?”. Emocionados los que antes eran rivales, le contestaron: “Estamos dispuestos a dar la vida por Cristo y por los pobres. Con obras de misericordia queremos expiar el odio que hemos tenido durante tanto tiempo”. Aquellos fueron los primeros discípulos del hermano Juan.

Antón Martín fue el más diligente y ejemplar y finalmente fue el sucesor de Juan. Pedro de Velasco llegó a ser un modelo admirable de caridad y murió en olor de santidad.

Numerosos postulante vinieron después, pero Juan de Dios no admitía más que aquellos en los que apreciaba muestras de verdadera vocación.*

Caridad sin límites

Juan moría un poco cada día. No le importaba el sacrificio y no tenía en cuenta sus propias necesidades.

Un día vestía a una banda de chiquillos desarrapados; otra recorría el barrio del Albaicín, destinado a los moros que no habían querido convertirse y no tuvieron medios para salir del país; otro recogía a las criaturas desamparadas y les buscaba padres adoptivos.; o dotaba a las doncellas que no podían casarse para que no cayeran en la corrupción; también atendía a las pecadoras para lograr arrancarlas del vicio. Siempre se enfrentaba con los poderosos  para ayudar a los humildes.*

La caridad fue más fuerte que el fuego

S.Juan de Dios salvando de las llamas a los enfermos - obra de Manuel Gómez Moreno
S.Juan de Dios salvando de las llamas a los enfermos – obra de Manuel Gómez Moreno

Al enterarse cierto día de que el Hospital Real estaba ardiendo, Juan corrió hacia allí. Se abrió paso entre el gentío y se lanzó al edificio en medio de la llamas. Llegó a la sala donde estaban los enfermos dando alaridos. Los condujo a todos hacia la escalera, cargó en hombros a los caídos y los fue sacando uno por uno al exterior. Así hasta el último.

Los que miraban cómo ardía el edificio lo veían aparecer y desaparecer entre las llamas, atravesandolas. Pero a pesar de ello, tan solo se chamuscó un poco la barba y el pelo. No podía pasarle nada porque el fuego del amor a Dios y al prójimo que ardía en su corazón era mucho más fuerte que el que estaba destruyendo el hospital.*

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La última bendición

Trece años al servicio de los pobres y enfermos acabaron por hacerle sucumbir.

Ya guardaba cama por obediencia pero, a pesar de su estado lamentable, un día se levantó del lecho para salvar a un joven que estaba siendo arrastrado por las desbordadas aguas del rio Genil. Desde aquel instante su mal se fue agravando cada vez más.

Doña Ana Osorio de Pisa, quiso recibir en su casa a Juan de Dios, a fin de que pudiera ser debidamente atendido. Juan tuvo que aceptarlo, por obediencia al arzobispo.

Tomó entonces las precauciones oportunas para que fuesen pagadas todas sus deudas y arregló los asuntos del establecimiento. Luego, visitó por última vez a sus queridos enfermos.

Estos, al advertir que su querido Padre iba a dejarlos, lloraron y lanzaron gritos de desesperación, suplicándole que no los abandonase. Juan no pudo reprimir las lágrimas y sufrió un desmayo. Vuelto en sí, exhortó a que obedeciesen a Antón Martín, al cual confió la dirección del hospital de pobres… Y con mano temblorosa les dio su última bendición.*

A las puertas del Paraíso

Santo Juan de Dios

El arzobispo de Granada, informado del estado de salud del siervo de Dios, vino a verlo y consolarlo y le administró los últimos Sacramentos. El prelado prometió tomar bajo su especial protección el hospital de Juan de Dios, a sus hermanos y a los pobres. Dio al enfermo la bendición y lo abrazó.

El santo hizo llamar a Antón Martín y le confió que el mismo arcángel San Rafael le había manifestado el día y la hora de su muerte; le aseguró que la Santísima Virgen, el mismo arcángel y San Juan evangelista le habían prometido ser siempre los protectores del Instituto y de todos los hospitales de la Orden fundados en lo sucesivo; que sus seguidores no carecerían de recursos si confiaban en esta protección, y que en la hora de la muerte ella misma los asistiría.

Cuando hubieron salido todos se levantó. Vistiéndose de hábito de religioso, tomó el crucifijo y se postró delante del altar. Permaneció largo tiempo de rodillas, abrazado al Cristo. Al fin, levantando la voz, exclamó: «¡Jesús, Jesús, en tus manos encomiendo mi espíritu!”.

Después de su muerte, un olor celestial perfumó el cuarto, el cuerpo del santo guardó la misma postura y actitud que había tenido justo antes de morir.

Juan de Dios murió el 8 de marzo de 1550, mientras estaba en un éxtasis místico.*Hermanos hospitalarios de San Juan de Dios

La Orden hospitalaria se extendió como fuego en cañaveral

Bien pronto el corto número de religiosos aumentó prodigiosamente para gloria de Dios. Este ardiente foco de caridad no tardó en extenderse por el mundo entero. En todas partes querían tener discípulos de Juan de Dios.

Juan de Dios fue beatificado por Urbano VIII en 1630 y canonizado por Inocencio XII en 1691.

Historia de su vida basada en el libro «San Juan de Dios, el hombre que supo amar»Editado por : Hermanos de San Juan de Dios (Curia Provincial Bética).

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Oración

Señor Dios nuestro, que concediste al bienaventurado Juan la virtud de andar sin lesión en medio de las llamas, concédenos por sus méritos el fuego de la caridad para enmendar nuestros vicios y alcanzar los eternos remedios. Por Jesucristo, Nuestro Señor.

Amén

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Webs sobre el santo

http://www.sanjuandedios-fjc.org/es/juandediano/juandediano.html

http://www.sagradoweb.com/santos/juandedios/index.htm

http://santopordia.blogspot.com.es/2012/03/8-de-marzo-san-juan-de-dios-religioso.html

http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_de_Dios

http://es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=388

http://ec.aciprensa.com/j/juandios.htm

http://www.corazones.org/liturgia/santos/juan_dedios.htm

http://caballerossanjuandedios.org

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En esta ultima página web podrá encontrar:

 «Las cartas de San Juan de Dios « 

– El libro «Vida de San Juan de Dios» de Fray Juan José Hernández Torres   Ver más de este autor

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Y en http://www.sanjuandedios-fjc.org/es/  :

«Cartas de San Juan de Dios«

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