EL DESCENSO A LOS INFIERNOS Y LA SANTA ESPERANZA

 

En la rica tradición de los Padres se lee que San Serafín de Sarov (1759- 1833) (3) después de haber recibido la aparición del Señor en la sagrada Liturgia, experimentó la pérdida de la gracia y el abandono de Dios. El santo permaneció mil días y mil noches en un lugar desierto, sobre una piedra, implorando: «Dios Ten piedad de mí, pecador».

San Poemen, el Grande, monje egipcio fallecido hacia el 450, decía a sus discípulos: «Creedme, allí donde está Satán, allí seré arrojado». Antonio, el Grande, (250-355) fue a visitar a un zapatero en Alejandría para ser educado por Dios en la verdadera humildad. Sus esfuerzos ascéticos habían asombrado a todo Egipto, pero todavía no había alcanzado la «talla» del humilde artesano. La pobreza de Antonio era ciertamente mayor que la del zapatero; la ciencia divina y humana de Antonio no tenía comparación con la ignorancia y simplicidad del zapatero. El secreto de su altura espiritual no estaba allí. «¿Qué haces? -preguntó Antonio-; mientras trabajo miro a los transeúntes y me digo: todos esos se salvarán, sólo yo pereceré».

Antonio volvió al desierto y puso en práctica este ejercicio de humildad extremo y lo enseñó a sus discípulos. Por esta razón se preguntaba Sisoes el monje egipcio: ¿»quién puede sobrellevar el pensamiento de Antonio»? San Macario en Egipto (300-390) decía: «desciende a tu corazón y allí entabla combate con Satán» y, en el mismo sentido, los ascetas Besarión monje de Egipto (ss. IV-V), Guerásimo del Jordán (monje de Palestina fallecido en el 475), Arsenio el Grande monje de Sceta fallecido en el 443, y tantos más.

¿Qué pueden querer significar la extrañas palabras que recibiera el stárets Silvano en aquella intensísima oración: «Mantén tu espíritu en el infierno y no desesperes»?.

Cada encuentro con Cristo para cada hombre es diverso. El Señor no mira tanto el aspecto exterior, o las palabras que se pronuncian cuanto la miseria y las verdaderas necesidades del corazón. A un monje simple, no erudito, probado en la oración de lágrimas durante decenas de años se le revela un misterio oculto a los «sabios» de este mundo.

El infierno del que se habla aquí no es un lugar, es más bien una distancia terriblemente dolorosa respecto de Dios que impone el pecado de orgullo y de vanidad. Algunos santos recibieron la gracia de experimentar en esta tierra algunos de los tormentos del infierno -el propio monje Silvano, y antes San Antonio, Sisoes, Macario y Poemen- el Señor les ha mostrado experimentalmente lo que es la vida en el Espíritu Santo y lo que es el poder y la derrota de los demonios.

El arte y la ciencia de Cristo en el corazón consiste en considerarse -en atención a los pecados cometidos- el peor de los hombres y creerlo firmemente. Lo sabio, entonces, es llorar sinceramente por nuestros pecados aun cuando estén perdonados, a fin de conservar la gracia de Dios.

A quien pide, Dios le da todo, no porque lo merezca en su ser o en sus obras sino porque Dios es Misericordioso y nos ama. Este llanto por nuestras faltas debe ser moderado por el gran amor que inspira la humildad de Cristo que lleva, de suyo, a que nos humillemos constantemente.

Pero ordinariamente estamos endurecidos completamente y no comprendemos lo que es la humildad de Cristo o su Amor; está claro que este conocimiento lo dispensa el Espíritu Santo y no una mera aproximación intelectual. Pero el Espíritu Santo puede ser atraído hacia nosotros mismos, con la fuerza de un deseo cada día más purificado de la sabiduría de este mundo.

El hombre lleno de orgullo no conoce ni el sosiego, ni la paz, nada logra aquietarlo al mismo tiempo que se jacta de lo que juzga que posee, teme perderlo a cada instante -inteligencia, poder, relaciones, bienes materiales- y no sabe que su inquietud polimorfa procede de una llaga secreta incluso para él que es, precisamente, su distancia orgullosa respecto de Dios. Pero Dios Misericordioso bendice y ayuda al hombre que empuña su corazón y lucha contra la pasión del orgullo que se pega a los repliegues del corazón como una hiedra maligna.

Así, permanecer en el infierno es, sin duda, permanecer en el abismo del propio corazón y por la gracia del Espíritu Santo aprender a humillarnos, a pedir perdón, a llorar con verdadera tristeza espiritual por el amor de Dios rechazado que, sin embargo, no cesa e insiste en seguir amándonos. Dice el monje Silvano: «oro sin cesar a Dios por vosotros, para que os salvéis, para que estéis eternamente en el gozo con los Ángeles y los Santos, Os lo suplico, arrepentíos y humillaos, alegrad al Señor que, deseoso de vosotros, os aguarda con ternura». (4)

La gran ciencia que enseña el monje Silvano consiste en vencer el amor propio, constantemente, y para esto es necesario humillarse también constantemente. «Permanecer en el infierno y perseverar sin desesperarse» significa considerarse digno de la condenación, pero en lugar de abrumar el alma con la desesperación es indispensable esperar en la Misericordia y el Amor infinitos de Dios.

Así, en el infierno de nuestro corazón aprendemos a esperar contra toda esperanza. Por gracia de Dios a través de su Espíritu Santo, nuestro espíritu aprende humildad y serenidad. Pero en cada caso es preciso conocer los propios límites. Aprende a conocerte y no sobrecargues tu alma más allá de sus fuerzas.

Unas almas son débiles como el humo, son las almas orgullosas; el Enemigo, como el viento las arrastra. En cambio las almas humildes han adquirido la virtud de la paciencia, soportan como la roca en medio del mar la tempestad. Han aprendido a confiar y descansar en la Voluntad Omnipotente de Dios, que permite la tormenta, pero que cuando se levanta calma el mar, y las almas que han sabido esperar.

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Fuente y texto completo: ANGUSTIA Y ESPERANZA EN S. SILVANO ATHONITA

Dr. Héctor Jorge Padrón

NOTAS (3) Cf. Archimandrita SOPHRONY, San Silouan el Athonita, op.cit., p. 41.

(4) Cf. Archimandrita SOPHRONY, San Silouan el Athonita, op.cit., p. 268.

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3 Comments on “EL DESCENSO A LOS INFIERNOS Y LA SANTA ESPERANZA

  1. PAZ Y BIEN, LA HUMILDAD ANTE TODO, SABER QUE ESTAMOS EN EL MUNDO ENTRE LO BUENO Y LO MALO, BENDICIONES

  2. Al cristiano solo le queda abonarse en los brzos del Padre Misericordioso y esperar en El. Dios cumple, no defrauda. El regalo de la fe es un don tan grande como inmerecido. «Señor creo, pero aumenta mi fe».

  3. Claro el infierno, y el paraiso, están aquí al lado de nosotros, nosotros decidimos para que lado ir, con la ayuda del Senor, Amën. Saludos Iván Belmar Bahamonde.

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