Día 10 – El Rastro del amor

La práctica de la oración de Jesús, admite diferencias, porque todos somos diferentes. Hay diferencias en la frase que elegimos, en nuestros momentos “fuertes” de práctica, en si nos ayuda más la quietud, el movimiento, la respiración o la atención al corazón… algunos quieren probarla, otros adoptarla para siempre.

Pero todos buscamos la unión con Dios. Seamos conscientes o no de ello, todos Le amamos. Él es El Amado de nuestra vida. Es a Él a quién perseguimos en cada acto que ejecutamos, desde los más triviales a los más significativos. Nunca hemos querido otra cosa. Recordemos cuan presurosos seguíamos a nuestra madre cuando se alejaba apenas un poco de nosotros. Cómo esperábamos ansiosos aquél regalo prometido; la alegría luego de aquél primer beso, la anticipación de un viaje, la reunión de amigos.

El gozo del nacimiento, el abrazo de reconciliación, la satisfacción ante una obra terminada… ese brillo en aquella mirada. Que particulares aquellas sensaciones, cuando tronaba y ya se olía la lluvia próxima, cuando esperábamos la comida en la mesa, cuando papá volvía del trabajo, ¡Que alegría! ¿A quién sino a Él hemos buscado en todo ello? Sin Su invisible presencia no está el buscador ni lo buscado y tampoco lo encontrado. Sin Él no hay nada, porque como han dicho algunos santos: “Solo Él Es”.

Pero todo momento  luego expiró y todo encuentro se transformó en nueva búsqueda, cada cosa maravillosa llevaba en sí la impronta de lo fugaz. Aquellas luces se opacaban, un velo de nostalgia nos envolvía hasta desaparecer también bajo un rutinario olvido. Las presencias trocaban siempre en ausencias. ¿Señor donde estás?

Aunque cueste creerlo, la luminosidad de todo aquello no estaba en las cosas sino que fluía desde dentro a través de la mirada. Era Él que se hacía presente y transmutaba el mundo. ¿No hay acaso amor en cada uno de esos recuerdos? Sigamos el rastro a ese amor que vive en nuestro corazón, percibamos cuanto amamos lo que vemos, cada instante que vivimos. Porque cuando allí nos situamos, cuando esa calidez enorme encontramos, es que nos hemos acercado. No nos engañemos, cuando amamos es su manto el que tocamos.

Práctica sugerida

Ya al despertarnos, iniciar invocando interiormente el Nombre de Jesús. Con suavidad, como si escucháramos una entrañable música de fondo. Luego, durante el día, cada vez que nos demos cuenta que el ánimo se aleja del simple contento, de la suave alegría; buscamos la sensación del amor, por todos bien conocida, y tratamos de aplicarla sobre la situación precisa en que nos encontramos. Es como si nos dijéramos «Quiero amar esto que vivo en este momento, sea lo que sea, porque es Dios mismo el que me habla en cada acontecimiento». Dejamos que brote entonces la cálida sensación de la gracia dulcificando la mirada.

7 Comments on “Día 10 – El Rastro del amor

  1. «Ya al despertarnos, iniciar invocando interiormente el nombre de Jesús». Creo que debo afianzarme más en la practica de la oración, para volver al centro, para acoger el contento, para dejar la preocupacion, para vivir la presencia, para amar esto que vivo en cada momento…. Dios sea bendito.

  2. Agradezco los textos y las sugerencias.
    Me doy cuenta de que cada una de las prácticas propuestas buscan conducirnos a la continua presencia invocando el NOMBRE DE JESÚS. Voy sintiendo que es un camino de unificación. Gracias.

    • Gracias hermana Sole por tan bello descubrimiento. Un amoroso abrazo en el nombre de Jesús.

  3. ¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva,
    tarde te amé! y tú estabas dentro de mí y yo afuera,
    y así por de fuera te buscaba; y, deforme como era,
    me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste.

    Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo.
    Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que,
    si no estuviesen en ti, no existirían.

    Me llamaste y clamaste, y quebraste mi sordera;
    brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera;
    exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo;
    gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti;
    me tocaste, y deseo con ansia la paz que procede de ti.

    Agustín de Hipona
    Las Confesiones

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