Que domine en mí

Una oración de abandono

Paz y abandono en ti, Jesús. Verbo de Dios, Jesús, dame tu paz. Dame completo dominio de la cabeza y de los nervios, perfecta calma interior y exterior. Calma del espíritu, del corazón, de la imaginación, de los pensamientos y de los sentimientos. Dame esa plena seguridad, esa santa lentitud y placidez que es necesaria en los momentos difíciles, para colocar mi espíritu delante de Ti, en una atmósfera de suavidad. Dame algo de la extraordinaria impasibilidad que denota un alma completamente tranquila y feliz, porque en Ti, Jesús, todo sale bien, pues para los que aman a Dios, todo contribuye al bien.

Derrama tu paz sobre mí. Que domine en mí el sentimiento de que nada me oprime, ni las prisas ni el ansia de hacer cosas. El tiempo nunca está mejor empleado que cuando me ocupo en vivir según la voluntad de Dios. Que tenga presente que el buen pensar lleva a proyectos constructivos y creativos que Dios quiere. El mal pensar lleva a la tensión y a la angustia. Ayúdame para vivir serenamente. No intentando nada por sobre mis fuerzas físicas, psicológicas o espirituales ni agotarme queriendo meter en un día o en una hora el trabajo de dos.

Que domine en mí el sentimiento de que nada me ata, nada me obliga ni me coacciona, nada me tiene apegado ni me lleva como a un esclavo con la lengua afuera, a pesar quizá de las impresiones contrarias. Quisiera hacer todo despacio, por ejemplo, acostarme, levantarme, sentarme, comer; tener cuidado de hacer todo lo que haga con calma y lentamente. Prohíbe en mí expresamente el apresuramiento, que es imperfección, madre de muchas imperfecciones. Que domine en mi el sentimiento de que en la vida personal de cada día, tú Jesús, no me exiges un esfuerzo sobrehumano. El camino de perfección lo debo tomar a un ritmo constante, pero pacífico; sin angustias por soñar con una perfección excesiva. Tu me mandas ejercer mis cualidades, no las de un super genio que no soy.

Hago bastante, si hago lo que puedo, según la voluntad de Dios sobre mí. Que domine en mí el sentimiento de que en el trato con los demás, en el desempeño de mi trabajo, nada me preocupa porque estoy seguro de ti, de tu ayuda, de tu bondad. También estoy un poco seguro de la buena voluntad de los demás e incluso de la mía propia. El sentimiento de que tú favoreces aquellos a los que yo quiero y no puedo ayudar estará presente, Tú los consuelas en sus sufrimientos mejor que lo que yo mismo quisiera hacerlo.

Que domine en mí el sentimiento de abandono en tus manos y de una seguridad completa bajo las alas de tu providencia ya que Tú me guías y el futuro no debe preocuparme ni angustiarme en absoluto. Que domine en mí el sentimiento de que no me falta nada de cuanto pueda desear que me sea necesario y provechoso. Infunde en mí, el conocimiento de la riqueza que poseo en Tí. Y la tendencia a ver el lado bueno de las cosas y todo lo bueno que tengo gracias a Tí y no lo que me falta o echo de menos.

Que domine en mí la tendencia de ver todo lo que tengo que hacer no por el lado difícil y molesto sino por el lado atrayente, suave y consolador que procede de Ti, Jesús. Que domine en mí el sentimiento de que nada me preocupa salvo tu sagrada voluntad y de que no estoy apegado a nada, ni siquiera a la misma vida. Es decir el sentimiento de quién por amor a ti se hace indiferente a todo lo demás. Libre de toda atadura, libre de todo plan demasiado programado, de toda envidia, de toda obligación dañosa a la libertad de espíritu propia de un hijo tuyo. De toda preocupación excesiva, de todo deseo exagerado, de toda imperfección libre.

Que procure desear pocas cosas y que las que desee las desee poco y que lo que desee lo sea en Tu voluntad. Que domine en mí el sentimiento de la caridad más perfecta, cultivando la cortesía, la corrección, la amabilidad, evitando toda brusquedad de carácter, agresividad o aspereza. Que me sienta animado siempre a perdonar, a soportar olvidos, faltas de atención y actitudes hostiles. Que nunca pronuncie una palabra de crítica, de juicio; que tenga compasión de los afligidos de todas clases; la caridad más gratuita sin ningún provecho personal. Dice el salmo 41: Dichoso el que cuida al pobre y al desvalido, el Señor lo sostendrá en el lecho del dolor y calmará los dolores de su enfermedad.

Que domine en mí el sentimiento de la confianza en Ti, Jesús. Mi salvador.

Dice San Ignacio de Loyola: “Que esta sea la primera norma de actuar: Confiar en Dios porque el resultado depende solo de Él pero trabaja como si Dios no fuera a hacer nada y tuvieras tú que hacerlo todo”. No temas, te he redimido, te he llamado por tu nombre, eres mío. Cuando cruces el aluvión, yo estaré contigo, y la corriente no te ahogará. Cuando pases por el fuego no te quemarás y las llamas no te abrasarán. Porque yo El Señor soy tu Dios, tu salvador. Eres de gran precio a mis ojos, eres valioso y yo te amo. No temas que contigo estoy Yo. Amén.

Enviada por el Hno. Sergio Cardona de la Fraternidad Monástica Virtual

Aquí el audio con la oración completa

Eucaristía de hoy viernes 27 de marzo, 4° Semana de Cuaresma, oficiada por el Padre José, OP

5 Comments on “Que domine en mí

  1. Pingback: San Ignacio de Antioquía | Hesiquía blog

  2. Muy buena entrada.
    Hno. Sergio, por favor, pedirlo para todos cuantos no asomamos por aquí.
    Un saludo invocando el Nombre de Jesús

  3. “Confiar en Dios porque el resultado depende todo de El…”
    Esto me trae siempre mucha paz al corazón y me hace descansar tranquila en Sus manos aunque mi intelecto no lo comprenda.
    Lo que creo que significa es que si hacemos el mayor esfuerzo Dios hace lo que falta.
    Pero el pensamiento que me viene es como si un niño hiciera sus tareas mal o incompletas y el padre las borrara para hacerlas bien o completarselas. Entonces pienso. … el niño aprenderá así? Es correcto que el padre mejore su trabajo o lo haga por el?
    A pesar de no comprender esto, la paz esta igual. Se que la respuesta la tendré un dia; se que el Espiritu me iluminará para comprenderlo y así poder ayudar a otros a llegar a la verdad.
    Hasta cada oracion!
    Gracias Señor Jesucristo. Gracias.

    • Hola Fanny, tu actitud es la mejor, ese descansar en la paz, pese a las incomprensiones ocasionales que nuestra mente pueda tener. En el ejemplo que das, del niño, creo que Dios nos deja ver las consecuencias de nuestras acciones y así aprendemos a adecuarnos a las leyes divinas que rigen en todo lo creado. Nos permite «hacer mal» si eso nos enseñará a hacer el bien (adecuarse a Su voluntad) Sin embargo depende tanto del caso y de la situación particular, que generalizar sería una imprudencia. Lo que sí puedo afirmar contigo, es que si hacemos lo mejor que está en nuestras manos en cada momento, siempre recibiremos Su asistencia. Porque su gracia está siempre y nos abrimos a ella en la medida que, precisamente, nos damos enteros a lo que creemos correcto. Gracias por tu compartir. Un saludo fraterno en Cristo Jesús.

  4. Unida completa a esta plegaria, completándola en mi corazón.

    Hallada en su éco, y a la vez, pidiéndole que esas peticiones
    como ramas interminables de nuestra densidad,
    sean unificadas en Su tronco,
    y Él sea nuestra verdadera fortaleza y unidad, la del Espíritu.

    Porque como el árbol se alimenta de la tierra y del cielo,
    y Jesús es nutrido por el Padre,
    que podamos ser una de esas ramitas,
    en Él sostenidas, mirando a lo alto ese sol, la luz de Dios.

    Que podamos florecer, cada uno a su tiempo,
    ayunados de estímulos mundanos, y desayunando Su Palabra,
    con plena confianza, estables como ese árbol, en constante adoración,
    abiertos y disponibles en cada respiración, a Su Presencia,

    Y como esas ramas movidas por la lluvia y el viento,
    mantenidas por el tronco verticales,
    así nosotros, tambaleados por enfermedades y sufrimientos,
    en Su Amor vivamos y aprendamos a morir, para nacer en Él.

    Alineados Señor, en Tu verticalidad, la del Cielo,
    tan olvidados a menudo y distraídos de que Tú vives en nosotros,
    volvemos a Ti, una y otra vez,
    para pedir ese perdón, infinitas setenta veces siete.

    M.Carmen Piña

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