La desesperación

«Ya no me aguanto este encierro. A veces siento desesperación, me agarra el miedo y no sé que hacer, es como si fuera a darme un ataque de pánico. Tengo ganas de gritar y no sé cómo calmar mi enojo con «NN» que vive conmigo. Dime una palabra por favor hermano que me ayude».

Bien. Lo primero es detener la escalada de eso que llamas «desesperación», que quiere decir «ya no puedo esperar», uno pierde la capacidad de esperar y eso detona las llamadas crisis de pánico o alteración general que quitan toda posibilidad de situarse en la atención, en un posición consciente que te permita observar y poner freno a las reacciones automáticas.

Aunque parezca una tontería, no hay nada más eficaz al principio que dedicarse a darle un ritmo a la respiración. Sucede que respiración y frecuencia de los pensamientos van juntos. Son como los asientos del «subibaja» o balancín al que jugábamos cuando niños. La respiración es la manifestación más evidente de lo que ocurre en la mente y a la inversa también vale. Si la respiración es lenta y profunda no es posible que haya pensamientos agitados, no hay forma. De tal manera, es más sencillo dedicarse a darle un ritmo pausado al respirar, que intentar modificar los pensamientos desesperantes.

Lo primero entonces es darle profundidad y espacio al respirar, a ello debe dedicarse toda tu atención los primeros minutos. Suave y profundamente respiras, una y otra vez, hasta que en dos o tres minutos notas ya claramente un cambio en el descontrol en el que te hallabas inmerso, algo vuelve a ti, un cierto centrado que te devuelve tu humanidad, te pone atento en tí. Allí mismo empieza a repetir la oración de Jesús o la frase que a ti te resulte más entrañable y querida. Esa que te dulcifique el corazón, que te traiga la memoria del cobijo, del abrazo del amado de nuestra vida, Dios nuestro Señor.

Allí, ya se empieza a ganar la batalla. Respiración y oración se van alternando en la atención y me doy cuenta que yo me encuentro detrás de la alteración, que no soy la respiración ni soy la oración; me descubro como el espacio de silencio en el cual se dan el aire inspirado y espirado y el Santo Nombre que va y viene inundando de gracia todo lo que soy. Persiste allí, relaja el cuerpo que estaba tenso queriendo controlar en angustiada defensa lo que consideraba su final inminente. Deja tus cuidados en Dios; hazte consciente que tu vida en Él está sostenida y en nada más. Por más que parezca que tu salud depende de esto y de aquello, sabes que en definitiva, nada ocurre si Dios no lo quiere. ¿Cómo podría algo suceder sin el conocimiento de quién creó todo lo existente y de quién todo lo sostiene?

Descansa, el amor todo lo puede. Apóyate en Él a quién conoces bien a través de cada momento de paz y felicidad. Es él mismo quién yace como fondo de la desesperación, del miedo y del dolor. No temas, aunque no lo parezca a nuestra mente, nunca sucede nada malo, todo es para bien. No te dejes atrapar por la ilusión del control, de aquella voz que dice que las cosas dependen de ti… permite que la confianza inunde tu alma, abraza en tu corazón la resurrección del Cristo cósmico, de esa certeza inmutable que nunca muere; reconoce en todos los abrazos que ocurrieron en tu vida la misma calidez, el mismo amparo, la misma seguridad y abrigo. Repite junto al salmista:

¡Mi refugio está en el Muy Alto, mi amparo junto al Altísimo!

Texto propio del blog

Enlaces:

Blog del Padre José

La mirada contemplativa

10 Comments on “La desesperación

  1. La desesperación nos acude cuando hemos estado reforzando ese olvido de Dios, y hemos protegido y defendido nuestros criterios y expectativas, nuestros mismos miedos, creyendo que somos ese yo, ese personaje o personalidad.
    Y aunque de allí partimos,- del estado de sombra en ese momento- nos puede ayudar aprender a confiar más en Dios – Él siempre está presente, Luz en la oscuridad- y luego podemos soltar ese miedo oculto, ese caos, pero no como una idea, o una huida, sino como una vivencia, una experiencia o mejor una actitud sostenida en muchos momentos y aspectos de nuestra vida. Desde y con la comprensión que la sabiduría nos da : no somos eso, hemos eclipsado el hijo de Dios en nosotros. Esa comprensión para mi es esencial, pues la sabiduría actúa desde dentro en su momento, reconduciéndolo todo para nuestro bien mayor, a veces no inmediato, pero sí último.
    Y si se lo permitimos -no parapetándonos en nuestras sombras- la Sabiduría, trabajará en nosotros renovándonos en Cristo, pues viene de Él. Cuando nos abrimos a la Presencia de Dios en nosotros, llevando esa apertura a lo que hacemos, pensamos o vivimos, ella misma se encarga de esa limpieza, que nos pide una entrega profunda, genuina y amplia.
    Una y mil veces, volver a esa entrega, -lo entregamos todo pues no sabemos qué hacer con nuestros contenidos- volver a vaciarse, a ofrecernos, a desidentificarse de lo que uno se ha fabricado, pero que nunca fue.
    Es cuando nos vaciamos que le hacemos espacio -por decirlo de alguna manera- a Dios. Si bien Dios está siempre presente, antes y en medio de toda confusión, espera que tomemos conciencia de nuestra distancia para volver a Él, a sentir Su Presencia, a entregarle los obstáculos que nos hemos puesto y le hemos puesto.
    Aprendernos a centrar a diario, a silenciarnos, a aquietarnos nos ayudará a tener una percepción distinta de lo que nos sucede y lo que ocurre a nuestro alrededor, y ayudaremos a crear las condiciones para que la Oración encuentre un estado más pacifico. La respiración es la gran ayudante, ese botiquín de emergencias que nos acerca al Médico del Corazón.
    Un abrazo en Su Amor
    M.Carmen Piña

    • Gracias María del Carmen, muy clara tu reseña sobre la necesidad de entregarnos: «Una y mil veces, volver a esa entrega, -lo entregamos todo pues no sabemos qué hacer con nuestros contenidos- volver a vaciarse, a ofrecernos, a desidentificarse de lo que uno se ha fabricado, pero que nunca fue.» Un saludo fraterno invocando al Salvador.

  2. Estimada hermana o hermano, lo que me ha dado resultado es escuchar varias veces, dos videos que el hermano Mario nos ha proporcionado, uno es la atención es libertad y el otro es el Hacedor de estrellas, para mi no basta escucharlos solo una vez, todas las noches escucho uno u otro, después en oración dirijo mi atención al corazón y repito la oración de Jesus, esto me permite al día siguiente enfrentar situaciones, muy difíciles con Paz y creatividad (formo parte de un comité de crisis para salvaguardar la empresa), y enfrento el día a día como Dios lo envía
    Oro por usted y le mando un saludo invocando el nombre de Jesús

  3. Pingback: Carta sobre la obediencia de San Ignacio de Loyola | Fraternidad Monástica Virtual

  4. Entiendo perfectamente el grito de auxilio de la hermana o hermano. Yo también entro en ese estado de pánico algunas veces. Un consejo teórico no serviría para nada, porque si te estas ahogando de nada sirve que te digan que te estás ahogando porque te has caído a la piscina. Sin embargo la respuesta dada es muy práctica y muy buena, genial, a mi me ha ayudado mucho. Muchas gracias.

  5. Necesitamos acompasar y serenar nuestros pensamientos al ritmo de la respiración para adentrarnos en la oración. Entonces la capacidad de esperar aparece. Es fácil, pero nos lo tenemos que recordar una y otra vez, por activa y por pasiva. Se nos olvida rápido y volver al no poder espèrar o desesperación, es fácil también. El poder esperar, nos permite poder amar y confiar.

  6. La desesperación es una resistencia al momento presente. Cuando te haces consciente de este hecho y aceptas lo que se esta dando ( sentimientos, emociones, etc..) poco a poco con la ayuda de la respiración (donde Dios insufló la vida) irás volviendo a la Paz de la Presencia…… y si no lo consigues fácilmente, al menos sé consciente que en esta desesperación también está la Luz del Amor en ti.
    Un abrazo entrañable.

    • Así es Encarna, muy buena síntesis. Me gusta mucho eso que dices: «En esta desesperación también esta la luz del Amor en ti». Un abrazo hermana, Cristo te cuida.

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