La irrupción de lo sagrado

Serie sobre la conversión III

A veces, en la historia humana, lo sagrado irrumpe de manera manifiesta transfigurando el mundo. Esos momentos especiales donde la gracia se muestra de modo más evidente para muchos implican una experiencia. Episodios como los de Moisés o Elías son una muestra de aquello a lo que nos referimos y por supuesto la vida de Jesucristo y todo lo implicado en ella.

Esta experiencia en el cristianismo original fue la del Cristo en el corazón o la de los dones del Espíritu Santo y que puede verse también en la vida de muchos santos o espirituales luego a través de los siglos posteriores. ¿Pero en qué consiste esta experiencia capaz de modificar por entero la vida del que la vive, de transformar sus ámbitos de relación, su conducta cotidiana y que transforma completamente la visión que se tenía hasta entonces?

Antes que nada parece implicar la confianza. Los que viven esta presencia nueva se sienten de pronto confiados. Una cierta certeza los colma y les provoca descanso más allá de la aparente agitación o actividad que sus deberes les acarrean. Este descanso del corazón que se apoya en la providencia divina, es entrega y abandono que los «despreocupa»; aunque puedan verse muy ocupados. Ellos viven «la gran vacación del alma» no como ociosidad, letargo o entrega al hedonismo consumista sino como frescura, tranquilidad en medio del bullicio y ausencia de temores.

En todo caso, atraviesan el desierto de los temores en oración continua, conscientes de los ataques que una noción de desamparo y soledad puede insinuarles. No buscan el martirio ni la confrontación, no quieren llevar la razón; en todo caso persisten vigilantes a la paz del corazón. Y ¿de donde deriva la paz imperturbable que parece poseerlos? Se han dado cuenta que todo depende de Dios, tratan de hacer lo mejor que pueden donde están, en cada momento y quedan libres de la expectativa por los resultados. Al fin y al cabo se saben de paso.

Antes o después el viaje termina y no se olvidan de ello. La consciencia de la finitud los torna veraces y decididos, se dejan actuar por una fuerza intangible que no puede apresarse pero que sienten y reconocen. Contrariamente a lo que pudiera suponerse no son personas especiales. No son extraordinarios sino como nosotros, como todos nosotros. Primero buscaron la satisfacción en los innumerables objetos, personas y situaciones que ofrece el mundo. Luego reconocieron que ni el éxito ni el fracaso les daba lo que buscaban; que el vacío interior persistía con terquedad.

Entonces buscaron con ahínco «hacia adentro», sin saber que seguían tendidos hacia afuera. Afanosamente fueron tras doctrinas, maestros, libros o métodos. Con vehemencia iban de aquí para allá y en esa búsqueda un día la mente se rindió. Y al rendirse la mente fue primero el corazón. Y este ponerse el corazón al mando no fueron emociones fugaces o sensiblería fácil; sino una firmeza calma que provenía de un sitio olvidado, de una vivencia oscuramente recordada o muy brevemente visitada.

Esta serena alegría que sin esfuerzo vive imperturbable, fue también llamada hesiquía del corazón. Esta ermita interior se asienta en la clara percepción de la divina presencia; en un «darse cuenta» de su providencia en todo y en el cierto presentimiento, íntimo e intransferible, de que la muerte al igual que la vida no son lo que parecen…

elsantonombre.org

Enlaces de hoy:

El hombre interior (San Demetrio de Rostov)

Historia de un alma (Audiolibro)

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  1. Hoy por la mañana, como últimamente hago, mientras estaba sentado en silencio reflexionaba sobre el vacío, intentaba centrar mi atención en el vacío que me rodea y lo envuelve todo de manera externa, al tiempo ‘llena’ el espacio interno de todo el que conocemos y percibimos consciente e inconscientemente.
    Dios es un refugio imaginario. El lugar donde puedo sentirme comprendido porque en mi pensamiento y en mi idea de dios está todo. Como creador de todo. Es el creador completo que no ha sido creado.

    No niego su existencia en la religión. Y sigo con respeto a sus representantes, con cierta admiración porque se han rendido por completo a la gracia del señor. Pero no me posiciono en ninguna fe, porque la interpretación de la palabra evoluciona con el tiempo y con los cambios sociales. El conocimiento es transversal y pese a que ha avanzado, sigue habiendo preguntas sin respuesta. En la búsqueda de respuestas está el conocimiento que atribuyo como depositario de dios.

    Intelectualmente me parece una premisa sin sentido pensar que la energía creadora sepa qué es la verdad, qué es la mentira, y que es el miedo. La energía no tiene ética. Es. No tiene moral. Es antes de cualquier comunidad. Es antes de la ley.

    Hay incoherencias en la fe: el universo es enorme y dios – como objeto, cuando lo convertimos en un ídolo externo – es una creación intuitiva humana. La intuición de la conciencia podría vestir el corazón, el dios que quiero, lleno de amor y compasión. Pero el amor y la compasión son elementos de mi experiencia y dios es anterior. Anterior el planeta tierra. Dios es objeto si dios es una designación concreta.

    La conciencia se manifiesta a partir de la evolución de mi organismo. En un determinado momento la intuición que conecta mi vacío con todo el vacío del universo se convierte en dios. Para mí dios es esta conciencia sutil que conecta cada partícula de lo que conocemos porque tenemos el mismo origen. Ser un fragmento de uno. Un ‘fractal’ de dios que busca recomponerse a través del corazón, del amor, de Jesús.

    Dios -objeto/ídolo- es una fantasía arbitraria del ser humano, alejada del dios intuitivo y conector de todo con todo a través del vacío más profundo – mi dios como energía sin ética ni moral, sin pueblo elegido, ni comunidad concreta. Universal en el infinito. Eterno en mi corazón.

    En el momento de mi concepción y la creación de mi cerebro, tal como heredé información genética, intuyo que heredé memoria histórica de todos los humanos que me han precedido por parte de padre y madre, hasta llegar a mi padre y a mi madre. Es en este escenario material y de espíritus y almas heredadas, que acepto a dios como la conciencia heredada de multitud de generaciones desde el momento 0 de vida en la tierra.

    Los sabios místicos realizan un trabajo precioso – atemporal, útil, admirado y respetado, hoy como ayer- para conectar con las capas más profundas de la conciencia y la intuición. Creo que llegan a una especie de sugestión que identifican como un vínculo divino a una conciencia superior. Cuando conectan y descubren en su interior la luz, parece que les aporta una química muy valiosa para las sinapsis posteriores del cerebro. Esta química neutraliza el dolor y el sufrimiento, la angustia y el miedo a la muerte. Produce una rendición absoluta del ego que trasciende los condicionamientos presentes de la materia. El tiempo y la materia desaparecen. Parece que la vida está en el vacío más absoluto que puede contener un estado manifiesto. Ese vacío que es el origen de todo, anterior a la explosión, anterior a la creación.

    Imagino que sus enseñanzas son como una fórmula secreta alquímica que a través de la voluntad de creer en lo no manifiesto, consigue ser segregada y permitir un estímulo desconocido basado en el mismo vacío de lo que lo ha estimulado.

    Cuando dios entra en esta dimensión cosmogónica, anula cualquier implicación ética, porque pasa de ser un legislador, a una energía creadora. Y anterior a todo lo creado. La infinitud de dios es incompatible con la ley. La infinitud está antes y después de la ley. La ley es una obra de un ser creado, no de su creador, por lógica, la infinitud está y estará antes de la escritura de la ley.

    La mística me atrae por su valor intuitivo y sutil. Me parece una investigación sincera y plena para ‘conectar’ con el ‘conector’ divino que nos conecta. En mi particular caso este ‘conector divino’ lo asocio al corazón interior cristiano, el corazón de Jesús. Su palabra, su evangelio, su acción, me invade a través del vacío. Para mí, la mística es una conexión, una vía de contacto con el vacío. El vacío anterior a todo, presente, eterno e infinito.

  2. Pingback: San Juan de Dios (1495 – 1550) | Vidas místicas

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