El momento de la entrega

¿Qué haces cuando esperas a alguien muy querido? Pues, te preparas para recibirle. Dispones el ámbito, lo dejas limpio y ordenado, incluso lo embelleces; todo lo arreglas para el bienestar de la persona amada. Y también tu mismo te sitúas en una posición especial. Dejas de lado cualquier cuestión que no sea esencial y te centras en recibir al que viene.

Hay todo un pre-disponerse. Y aún en este ejemplo del amor humano surge el deseo de dar y de recibir, se busca la cálida acogida. Uno se abre al momento del encuentro, se comparten las vivencias, se celebra la mutua existencia. Pero que particular caso se da cuando se espera al supremo misterio, el amado de nuestra vida. Por que lo buscamos desde que vinimos al mundo a través de todo lo que hacemos, lo esperamos cada mañana al abrir los ojos y desesperamos de lo que nos parece repetida ausencia.

¿Cómo se espera al que no tiene fijo el momento de la venida? ¿Cómo se prepara uno para recibir al que siempre está pero no se percibe con los sentidos comunes? ¿Cómo vivir tu llegada como verdadero renacimiento en mí? ¿Dónde está la estrella que te anuncia y señala el sitio? La gracia desborda en el mismo momento en que te entregas, en que te dejas junto con las vanidades; en ese acto por el cual dejando las niñerías te consagras a la atención vigilante.

¿Y atención vigilante a qué? Al propósito trazado, al actuar con impecable coherencia; al responder en cada suceso a su misma voluntad allí manifestada. Jesucristo vino, viene y vendrá, pero sobre todo viene, es siempre presente y se encuentra justo en medio de aquello que evitamos.

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4 Comments on “El momento de la entrega

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  3. Siento que la voz me interpela, reclama la torpeza de mi movimiento, y aunque procuro mayor lentitud y observancia, lo claroscuro surge, nada se puede ocultar.
    Limpio mi recinto, y digo una y otra vez «no soy digna que entres a mi casa, pero una palabra Tuya bastará para sanarme»

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