La paz del corazón
La tradición Cristiana de oración empieza con Jesús. Sus discípulos vinieron a él y le dijeron: “Señor, enséñanos a orar como Juan el Bautista enseñó a sus discípulos a orar”. Esto llevó a la enseñanza del “Padre Nuestro”, lo cual es, de varias maneras, una completa expresión vocal u oración oral en la tradición cristiana. Pero no es el único medio de oración cristiana.
Sabemos que desde los primeros tiempos dentro de la iglesia Cristiana la oración y meditación eran consideradas como esenciales. Estos dos términos, oración y meditación, fueron usados por lo general intercambiablemente, donde el primero tiende a enfatizar un modo vocal, conceptualizando una manera de rezar, y el último tiende a ser en silencio. Los Evangelios nos dicen que Jesús frecuentemente iba a las montañas a orar solo.
La firme tradición de la oración y la meditación también aparece, por ejemplo, en los Hechos de los Apóstoles, donde leemos que el diácono Felipe tenía cinco hijas que eran vírgenes (que era un estilo de vida al comienzo de de la iglesia) y que ellas se dedicaban completamente a la oración y la meditación. La misma tradición nos dice también que Pedro y Pablo a menudo oraban y meditaban.
Las tradiciones escritas que nos han llegado desde el tiempo inmediatamente posterior al Nuevo Testamento, frecuentemente hablan de oración y meditación, aún cuando su propósito principal era una apología o controversia. Estás primeras escrituras en la tradición cristiana eran simplemente conferencias o sermones dados por los maestros cristianos y los obispos a la gente corriente. Esto era así inclusive pare escritos que son considerados hoy en día bien como muy elevados o esotéricos.
Recuerden que por casi tres siglos, el monasticismo no existió en la tradición cristiana. De manera que cuando estos primeros maestros hablaban de oración, por ejemplo, el autor de la Didaché, ellos se referían a las personas ordinarias en la iglesia, gente como usted y yo.
Alrededor del año 300 después de Cristo, los primeros cristianos comenzaron a irse al desierto, y convertirse en monjes y monjas. Esto ocurrió simultáneamente en varios países del Medio Oriente; en Siria, lo que era conocido antes como Palestina, y especialmente en Egipto. Mientras la práctica de oración y meditación se intensifica, se edifica una tradición, ya sea en el Cristianismo ó en el Budismo.
Casi siempre toma varias generaciones o inclusive siglos para que esta sabiduría se formalice o quede escrita. Estos primeros monjes cristianos dejaron tal impresión en el mundo conocido de entonces, que los primeros documentos escritos sobre el tema aparecieron apenas a las dos décadas y una avalancha pronto le siguió.
Ustedes están hoy aquí tratando de compartir la experiencia que yo percibo de mi tradición cristiana y los siglos de esfuerzo y meditación que la comunidad aquí en el Centro Zen de Providence conlleva. Existe una tendencia humana a pensar: “Bueno, estoy tratando, pero no estoy teniendo éxito”. O: “Esto está sucediendo (ó no) y no lo entiendo…” “¿Que estoy haciendo?; ¿cómo lo estoy haciendo? y ¿Por qué lo estoy haciendo?”. Esto es natural, inclusive para alguien como el profeta Elías. Una de las más tempranas realizaciones en la tradición es una mente en silencio.
Los padres y madres del desierto, como fueron llamados los primeros monjes, frecuentemente repiten la historia del profeta Elías (Reyes 1,19). El estaba siendo perseguido por ser fiel a Yahweh, así que él corre hacia el desierto para escapar. Extenuado se tira a descansar bajo un arbusto y se queda dormido. Había salido corriendo tan rápido que no llevaba comida ni agua con él.
Un ángel lo despierta y le da un poco de pan y agua diciéndole: “Elías, levántate y come”. De manera que él comió y bebió y con la fuerza del pan y él agua siguió su jornada en el desierto por cuarenta días hasta que llegó a Horeb, (el Monte del Señor). Aquí el oye la voz de Dios, quien le pregunta por qué ha venido. Elías responde: “Todo el mundo se ha salido del Camino que nos has enseñado. Yo soy el único que queda y me estoy sintiendo débil también. “¿Que está sucediendo aquí?”. (Está es mi propia traducción de Hebreo original, claro está).
Así que Dios contesta: “Bueno, no te desesperes. Tengo todo bajo control. Pero para probar que soy el “único verdadero Dios, voy a dejar que me veas”. Elías dice: “¿Qué?!”.
La tradición en las culturas judaicas y hebreas mantiene que nadie puede ver a Dios y sobrevivir. Elías no supo cómo responder. ¿Debería él ver a Dios y morir?, ó ¿rehusar ver a Dios y vivir?. Se encontró en la encrucijada en un dilema.
Entonces Dios dirige a Elías a una pequeña cueva y le dice que se esconda mientras Dios pasa frente a él. La historia continúa diciendo que ocurrió un terremoto, pero que Dios no estaba en el temblor de tierra. Después vinieron truenos y rayos, pero Dios no estaba entre los truenos y rayos. Una tormenta de viento aparece, pero Dios no estaba en la tormenta.
Finalmente, quedó simplemente la quietud de una brisa suave. Cuando oyó el susurro de la brisa, Elías se quitó su capa y se cubrió la cara gritando: “Yahweh, Yahweh, Señor de los ejércitos…” La voz de Yahweh dijo: “Está bien, puedes salir ahora”.
Esa calmada brisa o callado momento antes de crearse la brisa era, para los primeros monjes cristianos, el ideal de la verdadera contemplación. Esta quietud persiste como una corriente constante en la meditación cristiana. Los primeros monjes lo llamaron “una mente silenciosa” ó “pureza de corazón”. Por ejemplo, el Señor Juan Casiano, una de las figuras más prominentes en la tradición occidental, usa este término, así como Benito de Nursia, llamado el “Padre del Monasticismo Occidental”.
Las personas que hablan griego usaban el término “apatheia”. En la primera parte de este siglo, cierta confusión se creó cuando apatheia fue traducido al inglés como “apatía” o “indiferencia”. No se habían dado cuenta que era un término técnico que se traducía mejor como “tranquilo” o “sin disturbio”.
Así pues, tenemos tres diferentes palabras a través de las cuales este entendimiento básico llegó a nosotros: Tranquilidad o quietud de mente, pureza de corazón, pureza de pensamiento o apatheia.
Cada ejercicio o práctica que uno hace en oración o meditación, ya sea cantando, recitando oraciones vocalmente, o postraciones físicas, están dirigidas a crear un silencio interior, una tranquilidad interna que nos pone en el mismo estado, en la misma condición que experimentó el Profeta Elías.
En el silencio podemos ver a Dios cara a cara. Esta apatheia está más allá del pensamiento, más allá de toda descripción. …Va más allá de la imaginación, de la emoción… va más allá de toda descripción. Simplemente estamos en su presencia. Esto no quiere decir que no estamos conscientes muy a menudo, sabemos quién y qué somos, y quien y que es “Dios”.
Como dije antes, todas las prácticas (religiosas) tienen esto como meta.
Lo que estaremos haciendo hoy será una instrucción en, y como se le llama comúnmente hoy en día, “experiencia práctica”, una eficiente y provechosa manera de volver a esta básica condición donde nos encontramos completamente en la presencia de Dios, del más allá, de lo inmanente (omnipresente).
Hay muchas palabras y frases que se usan para describir esto, pero lo que vamos a hacer hoy es ser bien prácticos: Se les va a enseñar cómo sentarse, cómo mantener su cuerpo, cómo respirar; en otras palabras, ustedes aprenderán una técnica, un método.
La tranquilidad mental es uno de los grandes problemas que confrontan los seres humanos. ¿Cómo controla usted esto que ocurre aquí arriba en su cabeza?. Los pensamientos saltan de un lado para otro, de adentro hacia afuera, de arriba y de abajo, y éstos a su vez llevan a sus emociones corriendo de aquí para allá, esto está sucediendo… ¡Y aquello también! ¡Increíble!. La gente ha tratado por siglos de pensar en maneras de cómo controlar sus mentes. Mientras más usted piensa en controlar y en mantener “cosas” bajo control, más el “Yo” tiende a dominar. Pero él “Yo” tiene que desaparecer. Así que, ¿Cómo hacemos esto?
La mejor manera de conseguirlo es simplemente volver a un punto. Solo vuelva a un punto, una y otra vez. Después de cierta cantidad de práctica volviendo calladamente a un punto, uno mismo descubre que todo este corre-corre dentro del cerebro (ese diálogo que es como un disco roto dentro de la cabeza) realmente no es tan importante. Entonces comienza a dejarse ir, y se calla por sí solo. Al caerse (callarse), usted descubre espacio. En estos espacios no existe el “Yo”, o el “mío” o el “tú”. No hay un arriba y abajo, ni un adentro y afuera.
Simplemente la consciencia de la presencia. El trabajo de hoy va a salir bien. Cómo dije antes, una “experiencia práctica”, con una manera definida de hacerlo: descubriendo como sentarse, cómo caminar, como guardar silencio, etc. ; yo vengo de una tradición, los Trapenses, de silencio absoluto. A Un monje Tibetano le preguntaron, que le habían enseñado cuando él entró en el monasterio, contestó: “Pasé los primeros seis meses aprendiendo a cerrar la puerta calladamente”.
Eso es una exageración, aunque él probablemente fue corregido un poco por haber golpeado las puertas. Merton encontró en el silencio algo con lo que él tenía que trabajar. Sin embargo, más importante, silencio exterior no tiene utilidad sin el silencio interior. Uno de los primeros maestros en mi tradición, un inglés de nombre Aelred de Rievaulx (del siglo XII), en uno de sus sermones a sus monjes, dijo: “¿Cuál es la utilidad de tener un monasterio silencioso si no se tiene una mente en silencio?”.
Así que hoy estamos en un monasterio silencioso. Hoy, vamos a experimentar el callar y el silencio tal y como Elías lo experimentó. Quizás los desconcierte la experiencia. Se van a sorprender al encontrar tanto ruido dentro de ustedes mismos. No dejen que eso los perturbe. La atmosfera callada y la práctica silenciosa que ustedes aprenderán hoy no la podrán dominar en un solo día. Pero, si la dejan trabajar en ustedes, les va a enseñar finalmente cómo ser puro de corazón, tranquilo de mente, y vivir en apatheia.
Padre Kevin Hunt (*)
Extraído de: