La paz del corazón
by Equipo de Hesiquia blog en 14 mayo, 2010
El origen del rosario se sitúa en la primera Edad Media. Su invención en aquella época fue muy ingeniosa porque en aquellos días no había libros y cuando los fieles ordinarios iban a la iglesia los domingos no podían entender lo que decía el Evangelio, porque se proclamaba en latín. Así pues, el pueblo común no tenía acceso a la Escritura. El rosario, basado en la repetición del padrenuestro que Jesús nos enseñó, y en textos de la Escritura que forman el avemaría, formuló estas oraciones vocales simples de una forma que los laicos ordinarios podían recitar fácilmente. En efecto, el rosario se convirtió en el oficio de los laicos. También se convirtió progresivamente para algunos en un método que conducía a la oración contemplativa, aun cuando obviamente es un método de concentración distinto del método receptivo con el que estamos familiarizados en la oración centrante.
La tradición, tal como la entiendo, ha mantenido siempre que hay tres formas de rezar el rosario. Podemos unir dos o tres de ellas, si lo queremos. La oración básica del rosario es la recitación de las oraciones vocales, es decir, basta con recitar los padrenuestros (“Padre nuestro”) y las avemarías (“Dios te salve María”) tal como están agrupados en las cuentas – un padrenuestro en la cuenta grande, seguido por diez avemarías en las pequeñas-. Cada uno de estos grupos – un padrenuestro, diez avemarías y una doxología final – forma un misterio.
Un avance significativo en el desarrollo de la devoción del rosario se produjo cuando a la simple recitación de las oraciones vocales se añadió la reflexión sobre los grandes misterios de la fe. Se asoció cada uno de los quince misterios del rosario con una de las grandes fiestas de Jesús y de María celebradas en la liturgia como la anunciación, la visitación, la natividad, la presentación, el niño perdido y hallado en el templo – los cinco primeros de los quince misterios – . (El término “misterio” se refiere a la gracia del acontecimiento, la creencia en que Dios estaba de alguna manera presente en el acontecimiento particular y se revelaba de una forma única a través de él). Así, el rosario se convirtió en un verdadero compendio de la liturgia. Quienes recitaban los quince misterios del rosario en un día o en una semana podían tener a acceso a áreas completas de la Escritura que, de lo contrario, habían permanecido cerradas para ellos a causa de la falta de formación o de conocimiento de la lengua latina. Esta práctica – la segunda forma de rezar el rosario – permitió a los creyentes profundizar sobre estos grandes misterios. La tercera forma de rezar el rosario era simplemente descansar en la presencia de Dios, de María o de uno de los misterios.
Imagínate que practicas la recitación de una parte significativa del rosario – por ejemplo, cinco misterios – como una devoción diaria. ¿Adónde te llevaría esto? A una amistad más profunda con Cristo. En el momento en que comienzas a orar, haces un acto de fe en la presencia de Dios y de esta forma entras de nuevo en contacto con la gracia de tu bautismo. En el bautismo la divina Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) entra en nuestro ser más íntimo y habita en él, a no ser que nos opongamos deliberadamente a esta presencia con un pecado muy grave y totalmente deliberado.
Llegado un momento de nuestra vida, tenemos que ratificar lo que se hizo en el bautismo y hacerlo nuestro; de lo contrario, su realización plena quedará limitada. La única forma de hacer nuestra una cosa es hacernos responsables de ella. Esto requiere reflexión y elección. En cualquier caso, por el bautismo nos convertimos en una célula del cuerpo místico de Cristo. El mismo Espíritu que habita en Jesús, el Cristo vivo y glorificado, habita también en nosotros, de forma que nos convertimos en miembros vivos del cuerpo de Cristo que se extiende en el tiempo.
El cuerpo místico de Cristo se manifiesta en la comunidad cristiana por la proclamación del Evangelio y la oración eucarística, pero especialmente en la santa comunión. Nótese que el término no es “santa conversación”, sino “santa comunión”, lo que implica el sentido intuitivo de la presencia de Cristo, donde no tenemos que decir nada, sino simplemente gozar de su presencia y consentir en la verdad y el amor que nos ofrece. Cristo está siempre presente dentro de nosotros en su naturaleza divina como la Palabra eterna del Padre. La santa comunión tiene el objetivo de despertarnos a la presencia permanente de Cristo que comenzó en el bautismo, se hizo más profunda en el sacramento de la confirmación y más honda aún en nuestra oración personal y la recepción frecuente de la eucaristía.
En el cristianismo es esencial el crecimiento en la relación con Cristo, una relación que se profundiza constantemente y se dirige a todos los niveles de nuestro ser: no solo nuestro cuerpo, mente o imaginación, no sólo nuestro corazón, sino nuestro ser más íntimo donde la palabra reverbera en el silencio y donde se realiza la divina unión. Una vez que hemos oído la palabra de Dios en este nivel profundo, hemos oído finalmente todo el mensaje del Evangelio.
A mi juicio, el rosario está al servicio de ese proyecto en gran medida como la lectio divina, a la que nos hemos referido con cierto detalle. Entran en juego los mismos principios. La forma en que desarrollamos la amistad con Cristo es a través de la reflexión sobre los misterios de su vida. El rosario es una forma organizada de ayudar a las personas a reflexionar sobre los misterios sin tener que leer toda la Escritura, que, como hemos dicho, no ha sido accesible hasta hacer relativamente poco tiempo. De una forma simple, día tras día, los creyentes recitaban y reflexionaban sobre los quince misterios. De este modo se sumergían en un ambiente bíblico y quedaban capacitados para establecer una relación entre la vida diaria y esas fuentes fundamentales de la inspiración cristiana. Al acudir al trabajo o al realizar sus deberes en casa, con frecuencia llevaban consigo un rosario y tal vez rezaban un misterio de vez en cuando, de forma parecida a como actualmente en ocasiones se reza el rosario mientras se viaja o se espera el autobús.
Naturalmente, no es necesario rezar el rosario de una vez. No es obligatoria recitar un cierto número de misterios cada vez. Pero tiene mucho sentido reservar un tiempo específico, si queremos rezar el rosario como una devoción principal, de forma que podamos prestar total atención. Después, podemos usarlo como la base de nuestra conversación con Cristo. Un encuentro regular, si no diario, es la disciplina esencial para llegar a conocer a alguien, y también a Dios.
Al igual que sucede en la lectio divina, en el rosario hay un movimiento inherente de la reflexión al simple descanso en Dios. Imagínate de dedicas media hora al rosario cada día. Supón que mientras reflexionas sobre los misterios, sientes una atracción interior a guardar silencio en presencia de Nuestra Señora y asimilar únicamente la dulzura de su presencia con tu espíritu interior.
Podrías sentir la cercanía de la divina presencia en tu interior de la misma manera que la proximidad de Nuestra Señora. Esto es lo que quiere decir con el término “descansar en Dios”. El camino hacia la contemplación es ir más allá de las oraciones vocales y más allá de la reflexión cuando sientes la atracción de guardar silencio. Éste es el momento en que deberías sentirte libre para dejar de decir las oraciones vocales y seguir la atracción de quedarte callado, porque tanto las oraciones vocales como la meditación discursiva están destinadas a conducirnos gradualmente a ese lugar secreto y sagrado.
Éste es su único propósito. Muchos no lo comprenden y piensan que tienen que rezar un número determinado de misterios o un número determinado de oraciones.
Éste no es el propósito del rosario.
Cuando te comunicas con un amigo o con un ser querido, la conversación ha de ser espontánea y cuando te sientes inclinado a descansar en el otro, tienes que permanecer en silencio. Si la otra persona habla o si tú dices algo, se rompe ese nivel particular de comunicación y volvéis a la conversación. Cuando pasa la sensación de descansar en Dios, puedes volver a tu recitación del rosario donde lo dejaste. Si no tienes tiempo para ello, no importa. No hay ninguna obligación de terminar nada. En realidad la compulsión de completar un cierto número de oraciones vocales dificulta la espontaneidad en la oración contemplativa. Es necesaria la libertad interior para seguir el movimiento del Espíritu tanto en nuestras reflexiones como en nuestra relación con la comunicación silenciosa.
Esa libertad es renovadora.
Conozco a muchas personas que han aprendido a rezar el rosario de esta forma.
Pero también tenemos que enseñar a otros a orar de esta forma. Muchos se sienten atraídos a permanecer en silencio a pesar de sí mismos o por casualidad, y se sienten culpables porque no completan el número fijado de oraciones vocales. El Espíritu los lleva a ese espacio sosesago, pero involuntariamente en ocasiones se oponen al Espíritu, que los llama al silencio, por causa de sus ideas preconcebidas. Antiguamente se recitaba un cierto número de misterios para ganar indulgencias.
Esta práctica ha disminuido actualmente y, sea cual fuese su valor, nunca se debería haber permitido que dificultara el movimiento del Espíritu que nos conduce a la contemplación. En ese descanso oímos la palabra de Dios en el nivel más profundo, somos incorporados a Jesucristo y comenzamos a asimilar lo que Pablo llama la “mente de Cristo” (1 Corintios 2, 16), que se podría resumir como la experiencia del Espíritu y las bienaventuranzas. Cuando los frutos del Espíritu se desbordan en nuestra vida diaria, experimentamos la plenitud real de la vida cristiana. Entonces la oración alimenta constantemente nuestra actividad diaria. Nuestro apostolado, la paternidad y la maternidad entre los misterios más grandes de la vida cristiana – se harán más efectivos.
Todo el propósito del rosario es conducir a esta experiencia profunda de Nuestra Señora, que junto con Jesús infunde el Espíritu en nosotros. Lo que importa es la calidad de la oración y no tanto la cantidad. El desarrollo de la fe y del amor es el fruto de la reflexión de los misterios del rosario y, especialmente, del descanso en ellos.
En nuestro monasterio de Spencer, Massachussets, había un hermano lego que era un gran devoto del rosario. Cuando entró en 1944 en Valley Falls, Rhode Island, antes del fuego que obligó a la comunidad a traladarse a Spencer, este querido hermano, cuyo nombre era Patrick, estaba encargado de ordeñar las vacas. Como había ordeñado las vacas durante muchos años, sus dedos y sus manos eran extraordinariamente grandes. Estaba siempre encorvado porque había tenido que permanecer bajo las vacas día tras día durante el tiempo del ordeño. Tenía una gran devoción al rosario y siempre estaba recitándolo. De hecho, nunca dejaba de rezarlo. Conservamos una fotografía suya, hecha poco tiempo antes de su muerte, en la que se pueden ver sus labios entreabiertos, mientras recita las oraciones del rosario. El rosario se había convertido para él en una especie de andamio que le permitía ocupar sus manos con una clase de actividad muy simple de modo que su cuerpo no dificultaba su oración constante.
Dentro del andamio se encontraba el edificio real: su devoción interior a Nuestra Señora y su unión contemplativa con Dios. En el caso de aquellos para quienes las cuentas se han convertido en un andamio para su unión con Dios, el pasar las cuentas continuamente, incluso en medio de la actividad, no dificulta su contemplación. Por el contrario, parece que esta repetición continua sostiene su oración interior profunda. No obstante, la mayoría de las personas, antes de llegar a ese estado de oración, descubren que para entrar plenamente en el descanso profundo que infunde el Espíritu, necesitan liberarse de todas las demás actividades. En caso contrario, la repetición se hace mecánica.
El hermano Patrick era famoso porque pasaba las cuentas sin detenerse. Las llevaba a todas partes. Por entonces dormíamos en un dormitorio común, sobre tablas pequeñas sujetas a la pared en cada extremo de la celda. El jergón colocado sobre las tablas era más duro que las mismas tablas. Una noche, cuando todos estábamos dormidos hubo un ruido terrible. Las tablas en las que se encontraba el jergón del hermano Patrick habían caído al piso de cemento. Todos nos incorporamos de un salto en la cama. Hubo unos segundos de silencio mortal.
Inmediatamente después oímos: “Dios te salve, María, llena eres de gracia….”
Esta oración era la primera respuesta del hermano Patrick en cualquier ocasión.
Más tarde, cuando envejeció tanto que ya no podía trabajar, estuvo permanentemente en la enfermería. Se volvió bastante sordo, de modo que para recordar mejor todas las palabras del rosario, adquirió el hábito de repetirlas.
Le gustaba repetirlas en voz alta cuando pensaba que no había nadie cerca, pero no se podía oír a sí mismo. Decía así: “Dios te salve, María, llena eres de gracia…., llena eres de gracia…, llena eres de gracia; el Señor está contigo…., contigo…., contigo”. Un día había un novicio en la enfermería limpiando la capilla y el hermano Patrick estaba rezando el rosario en voz alta como de costumbre. Entonces llegó a la frase: “Bendita tú eres entre las mujeres”. Y , como era su costumbre, continuó repitiendo la última palabra: “mujeres…., mujeres…., mujeres….”. El novicio, consternado, fue corriendo a buscar al abad. “¡Ese viejo monje de la enfermería debe tener terribles tentaciones!”, exclamó impulsivamente. “¡Sólo puede pensar en mujeres!”.
En marzo de 1950 el monasterio de Valley Falls, Rhode Island, se incendió. Hay una fotografía del hermano Patick que está sentado mirando el resplandor del fuego. En sus manos tiene las cuentas del rosario.
Hay muchas personas que han comprendido el gran poder del rosario y a quienes se les ha enseñado cómo recitarlo con la gracia del Espíritu. Se ha convertido para ellas no sólo en oración continua, sino en oración contemplativa continua. Al decirlo, frecuentemente descansan en el descanso de la divina presencia más allá de los otros misterios. Y descansan en un nivel tan profundo que ni siquiera la actividad de pasar las cuentas y de mover los labios interrumpen su descanso. No tienen que dejar de hacer lo que están haciendo porque Dios está tan presente en sus oraciones que todos sus movimientos son una oración. Pienso que ésta fue la forma en que oró Nuestra Señora. Para ella pensar sobre la oración o tratar de hacerlo pudo haber sido una distracción, porque ella era oración en su propio ser: Era oración. Su relación con Dios, que es la esencia de la oración, era tan íntima que todo lo que hacía era oración sin que pensara en ello.
El rosario es indudablemente un medio para la oración contemplativa. Esto es lo que Nuestra Señora ha dicho en varias apariciones en los cien o en los doscientos últimos años: “Rezad el rosario”. A mi parecer – quizás esto sea un prejuicio que tengo como contemplativo -, lo que quiere decir no es sólo que recemos, sino que recemos en forma que nos hagamos contemplativos. En otras palabras: “Rezad el rosario de una forma contemplativa”. Así, lo que ella pide primariamente es la oración contemplativa. A medida que la recitación regular del rosario hace más profunda nuestra comprensión de los misterios y nos empuja más allá de los misterios hacia períodos de oración contemplativa, se abren dentro de nosotros diferentes niveles de unión con la divina presencia. La oración centrante es sencillamente otra forma de caminar en esa misma dirección.
También podría ser útil para quienes rezan el rosario que se les dé a probar la oración contemplativa, de modo que puedan reconocer más fácilmente la llamada el Espíritu al silencio interior cuando recitan los padrenuestros y las avemarías.
Los momentos de oración contemplativa producen un descanso y una vinculación profundos con Dios. Como consecuencia de esta vinculación, tenemos coraje y confianza para afrontar nuestra motivación no pura y la cara oscura de nuestra personalidad. La purificación de nuestra motivación impura y de nuestro egoísmo puede comenzar ahora porque podemos reconocer nuestras heridas más profundas sólo ante alguien de quien sabemos nos ama y en quien confiamos.
El amor es la única forma en que un ser humano puede llegar a la plenitud del ser. Si esto se nos ha negado en un grado significativo, entonces hemos desarrollado mecanismos de defensa y nos sentimos arrastrados a buscar la felicidad en símbolos de placer, afecto y estima que son producto de la fantasía y, por consiguiente, su frustración inevitable nos ata con nudos emocionales.
En los momentos de contemplación y, como fruto maduro de ella. Dios nos muestra delicadamente, poco a poco, lo que tiene que cambiar en nosotros. Por este motivo el descanso contemplativo, cuando es parte del rosario, lo completa y cumple sus grandes promesas. En los misterios del rosario vemos cómo Dios purifica a los siervos. Nos damos cuenta de que tiene que ser así. También podemos someternos de corazón a nuestra propia purificación.
Los principios que he puesto de relieve para el uso correcto del rosario valen también para las otras grandes devociones de la tradición cristiana: el vía crucis (introducido originalmente por san Francisco de Asís), el canto de los salmos, la oración litúrgica llamada oficio divino, la adoración del Santísimo Sacramento, la veneración de iconos y, especialmente, la lectio divina.
Extraído del libro: INTIMIDAD CON DIOS – CAPITULO 12 –
Encontrado en Contemplatio