La paz del corazón
Estoy tratando de sentir la presencia de Dios, lo más posible, en estos días de “espera y esperanza”. Y así he llegado al ”Gran Río” del Amor de Dios, que nos permite liberar nuestros miedos. Con razón se describe al Espíritu Santo como “agua que fluye” y como “un manantial dentro de nosotros” (Jn.4:10-14) o como un “río de vida” (Ap.22:1-2).
Creo que la fe bien podría ser, precisamente, esa capacidad de confiar en el Gran Rio del amor providencial de Dios, que es confiar en su Encarnación tratando de seguir sus pasos y compartir su camino de entrega y dolor. Eso supone una inmensa confianza y agradecimiento a Dios, especialmente cuando pasamos por un tiempo de sufrimiento. Estando con El se esfuma nuestra capacidad de entrar en pánico, de darle vueltas a todo y perdemos nuestra capacidad de estar fuertes y presentes en las diferentes situaciones, empezando a dar vueltas a todo, acabando inútilmente obsesionados.
En esos momentos, debemos tratar de empujar o incluso crear nuestro propio río y llenarlo con nuestro amor. Sin embargo, el Gran Rio, ya está fluyendo a través nuestro y nos envuelve con su inmenso volumen de amor, convirtiéndonos en una pequeña parte de él. La fe no necesita empujar el río precisamente porque es capaz de confiar en que hay un rio. El río está fluyendo; ya estamos en ello. Esto se convierte en el significado más profundo de “divina providencia”. El Amor de Dios nos envuelve y el Espíritu nos protege.
Entonces es cuando surgen las preguntas: ¿A qué le tengo miedo? ¿Vale la pena aferrarse?, porque el miedo puede impedirnos amar. Todos queremos fabricar una respuesta para quitarnos la ansiedad y asentar el polvo del camino. Debemos permanecer en las manos de Dios, y asegurarnos de que el miedo no nos impida amar; dejar de lado nuestros apegos a los sentimientos, que van a desaparecer de todos modos. Y desarrollar una gran tolerancia y reconocer que es solo el ego el que necesita certeza y orden perfecto todo el tiempo.
El Dios mismo, nos espera en casa en el Rio del Amor. Es el sufrimiento el elemento más básico que compartimos con los demás, el factor que nos une con todas las criaturas vivientes. Solos y separados ¡no somos nadie! Somos la familia humana que estamos tratando de vivir juntos la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús.
Josefa Mayor (Pepa)
Audio de Pepe Guirado sobre el Domingo de Ramos
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