La paz del corazón
– Sin apariencias, sin adornos y aun clavada en una cruz, hay que adorar a la Verdad. La verdad se ha de decir, no porque agrade o desagrade, sino porque aprovecha. Pero también a veces, conviene callarla, para no hacer daño. Lo mismo que se priva de luz a los ojos enfermos.
– La adversidad te enseña a desear la paz; pero tú, ciego, te empeñas en querer aquellas cosas, cuya codicia y apego te imposibilita tener tal paz. No sean las cosas temporales la causa de tu paz. Vil e insegura es la paz fundada en semejante causa. Es la paz de los brutos. Tu paz ha de ser como la de los ángeles: nacida de la verdad.
– Como si no existiese aún, o como si ésta pudiera hacerse, trabaja el hombre sin descanso por labrarse la propia felicidad. La verdadera dicha del hombre –Dios– existe ya, no hay que labrarla, sino alcanzarla por amor. Tan absurdo es pretender construir la propia felicidad, como intentar hacer a Dios; y pensar que ésta no existe, es como pensar que no existe Dios.
– Si nos gozamos en lo mismo que los brutos, es decir, en la lujuria como los perros, en la gula como los cerdos, etc., nuestra alma se hace semejante a estos animales, ¡y no nos causa horror! ¿Preferiría yo tener el cuerpo de un perro antes que el alma? Si nuestro cuerpo adquiriese por el pecado de lujuria la forma de perro, lo mismo que la adquiere el alma, ¿a quién no causaríamos horror?, ¿quién nos podría tolerar? Mejor y más llevadero sería volverse bestia nuestro cuerpo permaneciendo el alma en su dignidad –en la imagen de Dios–, que hacerse el alma bestial, conservando el cuerpo forma humana. Y tanto más lamentable y monstruosa es esta transformación, cuanto el alma sobrepasa al cuerpo en dignidad.
– Con gusto se apega el hombre al amor de las cosas materiales y vanas. Y esto lleva consigo, inevitablemente, el temor y el dolor por perder lo que ama: ya porque se lo quiten, ya porque el objeto mismo se eche a perder. Fuente de vanas angustias y temores, y de muchas preocupaciones, es el amor a lo perecedero.
– Te apegaste a una nota sola del Gran Concierto; y por eso te turbas cuando el Sapientísimo Director continúa sin detenerse la marcha de la composición musical. Te es arrebatada la nota amada por ti exclusivamente, y siguen las demás por su turno. Ten en cuenta que Él no dirige el concierto sólo para ti, ni según tu voluntad, sino según la suya. ¿Te molestan las notas que siguen? Es porque te obligan a irte de la que tú amabas desordenadamente.
– Quien quiere hacer ladrillos, prepara un patio donde ponerlos por algún tiempo. No para que queden allí sino para trasladarlos a otra parte una vez secos. Así el tal lugar no está destinado a ningún ladrillo en particular, sino, indistintamente, para todos los que allí se han de hacer. Del mismo modo, el mundo donde vivimos lo hizo Dios para todos los hombres que habían de ser creados y después trasladados a otra parte, cuando les llegue el turno. Y, como el alfarero quita a los unos, para hacer sitio a los recién hechos, así Dios, con la muerte de los unos –especie de traslado– prepara el lugar a los venideros.
– Necedad y locura, es pues, dejar al corazón echar raíces en el sitio provisional, y no pensar ni preocuparse del lugar definitivo. A los ladrillos no puede parecerles duro ni injusto su traslado: con esta intención fueron puestos.
– A todo te apegas: a la comida, al vestido, al sueño. Vives desterrado, no por haber salido de tu tierra natal, sino por haber puesto tu amor, tu apetito y tu afecto fuera de su verdadero centro.
– ¿Te duele dejar esto o lo otro? Ponte en camino de no tener nada que dejar. Porque quien adquiere lo que no puede retener, se pone en camino de tener mucho que dejar y de qué dolerse.
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