La paz del corazón
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La así llamada «sociedad normal» era vista por los Padres y Madres del desierto como un lugar donde podemos naufragar. El único camino para sobrevivir era alejarse del naufragio y encontrar un lugar en el que los demás pudieran salvarse.
Una de las características de la ciudad secular es que nos encierra dentro de sus compulsiones. Es una vida llena de «Es necesario y debes». Debes hacer esto, es necesario que hagas eso, no puedes estar aquí o allí, etc.
Estas son las compulsiones que componen el falso yo. El falso yo es el sentido del yo que depende de la respuesta del entorno. ¿Quién soy yo? Yo soy el que soy querido, admirado, respetado, odiado, etc.
«Compulsivo» es realmente el mejor adjetivo para el falso yo. Apunta a la necesidad de desarrollar y acrecentar la afirmación. Esta compulsividad también conduce a un estilo de vida lleno de ocupaciones.
Debemos llevar adelante todo tipo de obligaciones sociales y permanentemente formamos parte de una balanza en la que tratamos de pesar presiones sociales muy diferentes y hasta contrarias entre sí.
Esto nos convierte en personas muy ocupadas y preocupadas.
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Con frecuencia me he preguntado: ¿Por qué tenemos tanta resistencia para estar con Dios? ¿Por qué la oración nos cuesta tanto y preferimos estar ocupados en algo antes que rezar? ¿Por qué nos gusta quedarnos viendo películas, ir a fiestas, leer revistas inútiles, correr de un lado para otro?
Si Dios realmente existe y nos ama, si sólo quiere mostrarnos su amor, ¿por qué nos cuesta tanto entregarnos a él? Bueno, porque cuando entramos en comunión con Dios, también tenemos que hacer frente a los demonios.
Tenemos que hacer frente a nuestra avaricia, ira, lujuria, nuestra naturaleza rebelde, y nuestro resentimiento profundo contra el mismo Dios.
Mientras estamos ocupados o distraídos nunca debemos enfrentarnos con lo que somos en realidad.
No podemos evitar ir al desierto si queremos hacer de Dios nuestro punto de referencia. El desierto puede significar cosas muy diferentes para cada persona, pero el simple permanecer en la oscuridad y la ambiguedad de nuestras vidas cotidianas no nos permite conocer ni a Dios ni al demonio y nuestras vidas siguen siendo absurdas o ciegas.
Nunca llegamos a ver la realidad como verdaderamente es y construimos un mundo interior y exterior de ilusiones.
Fragmentos de:
Epilogo a » La sabiduría del desierto»
de Henri Nouwen y Yushi Nomura
Ed. Claretiana – 2002 – Argentina
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Yo siento que mi corazon se incendia mis ojos se derriten en lagrimas y todo mi ser se dinamiza cuando oiga o leo algo referente a las santas mujeres que siguieron y aun siguen al Señor en la soledad del desierto