La paz del corazón
Fragmentos:
Hace más de 300 años, en un monasterio de Francia, un hombre descubrió el secreto para vivir una vida de gozo.
A la edad de dieciocho años, Nicolás Herman vislumbró el poder y la providencia de Dios por medio de una simple lección que recibió de la naturaleza. Pasó los siguientes dieciocho años en el ejército y en el servicio público.
Finalmente, experimentando la “turbación de espíritu” que con frecuencia se produce en la mediana edad, entró en un monasterio, donde llegó a ser el cocinero y el fabricante de sandalias para su comunidad. Pero lo más importante, comenzó allí un viaje de 30 años que le llevó a descubrir una manera simple de vivir gozosamente.
En tiempos tan difíciles como los actuales, Nicolás Herman, conocido como el Hermano Lorenzo, descubrió y puso en práctica una manera pura y simple de andar continuamente en la presencia de Dios…
«Y que deberíamos entregarnos a Dios tanto en las cosas temporales como en las espirituales, y buscar nuestra satisfacción solamente en el cumplimiento de su voluntad, ya sea que Él nos conduzca a través del sufrimiento o lo haga a través de la consolación.
Todo debería ser igual para un alma verdaderamente entregada a Él. Decía que necesitamos fidelidad en la oración en momentos de sequedad espiritual, de insensibilidad y de tedio, cosas éstas por medio de las cuales Dios prueba nuestro amor a Él; esos momentos son propicios para que hagamos buenos y eficaces actos de entrega, actos que uno debería repetir frecuentemente para facilitar nuestro progreso espiritual…
Todo lo hacía movido por el deseo de agradar a Dios, aceptando los resultados que se producían. Dijo que los pensamientos inútiles arruinan todo, que los dolores empiezan allí…
El Hermano Lorenzo conversó conmigo muy frecuentemente, y con gran apertura de corazón, con respecto a la manera de ir a Dios, de lo cual ya hemos mencionado algo. Me decía que todo consiste en una renuncia de corazón a todas las cosas a las que nos impiden llegar a Dios. Podemos acostumbrarnos a conversar continuamente con Él con libertad y simplicidad.
Para dirigirnos a Él a cada momento, sólo necesitamos reconocer íntimamente que Dios está presente con nosotros, y que podemos pedir su ayuda para conocer su voluntad en cosas dudosas y para hacer correctamente aquellas cosas que entendemos claramente que Él requiere de nosotros…
El Hermano Lorenzo percibió esto con gran claridad. Dios nunca dejó de ofrecerle su gracia excepto cuando los pensamientos del Hermano Lorenzo comenzaban a vagar y perdían su sentido de la presencia de Dios, o cuando se olvidaba de pedirle ayuda.
Cuando no tenemos otro propósito en la vida excepto el de agradarle, Dios siempre nos da luz en nuestras dudas. Nuestra santificación no depende de un cambio de actividades, sino de hacer para la gloria de Dios todo aquello que comúnmente hacemos para nosotros mismos.
El método más excelente que había encontrado para ir a Dios era el de hacer las cosas más comunes sin tratar de agradar a los hombres sino puramente por amor a Dios…»
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