La paz del corazón
Os proponemos prepararnos a la Semana Santa con un retiro especial, a la medida de cada uno.
– Este retiro está concebido para vivirlo en casa, dentro del ritmo cotidiano, con flexibilidad.
– Es una peregrinación interior, a partir de esta III semana de cuaresma con María, siguiendo los misterios dolorosos del Rosario.
“Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la escuela de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje” Juan Pablo II
Retiro intenso, que nos invitará a vivir unos gestos concretos cada semana, para disponer nuestra alma, nuestro cuerpo y nuestro corazón al encuentro con el Señor, a los pies de la Cruz.
La purificación de la inteligencia – metanoia / conversión por cambio de mentalidad. Acoger la gracia de conversión para un cambio de mentalidad a través de la meditación de la Palabra de Dios.
GESTO: Media hora de lección divina orando con el evangelio de la Pasión (San Juan)
LUNES. El prendimiento (Jn 18,1-11)
MARTES. Jesús ante Anás y Caifás, y negaciones de Pedro (Jn 18,12-27)
MIÉRCOLES. Comparecencia de Jesús ante Pilato (Jn 18,28-40)
JUEVES. La flagelación, coronación de espinas y el Ecce hommo (Jn 19,1-16)
VIERNES. Crucifixión y sepultura de Jesús (Jn 19,17-42)
GESTO: Media hora de Lectio divina orando con el evangelio de la Pasión (San Juan)
Pasos fundamentales de la Lectio divina:
Se comienza con la lectura (lectio) del texto, que suscita la cuestión sobre el conocimiento de su contenido auténtico: ¿Qué dice el texto bíblico en sí mismo? (…)
Sigue después la meditación (meditatio) en la que la cuestión es: ¿Qué nos dice el texto bíblico a nosotros? (…)
Se llega sucesivamente al momento de la oración (oratio), que supone la pregunta: ¿Qué decimos nosotros al Señor como respuesta a su Palabra? (…)
Por último, la lectio divina concluye con la contemplación (contemplatio), durante la cual aceptamos como don de dios su propia mirada al juzgar la realidad, y nos preguntamos: ¿Qué conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el Señor? (…)
Conviene recordar, además, que la lectio divina no termina su proceso hasta que no se llega a la acción (actio), que mueve la vida del creyente a convertirse en don para los demás por al caridad.
Benedicto XVI – Verbum Domini, 87
MIÉRCOLES. Comparecencia de Jesús ante Pilato (Jn 18,28-40)
Quisiera mencionar también lo recomendado durante el Sínodo sobre la importancia de la lectura personal de la Escritura como práctica que contempla la posibilidad, según las disposiciones habituales de la Iglesia, de obtener indulgencias, tanto para sí como para los difuntos.
(…) La lectura de la Palabra de Dios nos ayuda en el camino de penitencia y conversión, nos permite profundizar en el sentido de la pertenencia eclesial y nos sustenta en una familiaridad más grande con Dios. Como dice San Ambrosio, cuando tomamos con fe las Sagradas Escrituras en nuestras manos, y las leemos con la Iglesia, el hombre vuelve a pasear con Dios en el paraíso”.
Benedicto XVI – Verbum Domini, 87
JUEVES. La flagelación, coronación de espinas y el Ecce hommo (Jn 19,1-16)
Al recordar la relación inseparable entre la Palabra de Dios y María de Nazareth, junto con los Padres sinodales invito a promover entre los fieles, sobre todo en la vida familiar, las plegarias marianas, como una ayuda para meditar los santos misterios narrados en la Escritura. Çun medio de gran utilidad, por ejemplo, es el rezo personal y comunitario del santo Rosario, que recorre junto a María los misterios de la vida de Cristo.
Benedicto XVI – Verbum Domini, 88
VIERNES. Crucifixión y sepultura de Jesús (Jn 19,17-42)
Al considerar que el Verbo de Dios se hizo carne en el seno de María de Nazareth, nuestro corazón se vuelve ahora a aquella Tierra en la que se ha cumplido el misterio de nuestra redención, y desde la que se ha difundido la Palabra de Dios hasrta los confines del mundo. (…) Cuanto más dirigimos la mirada y el corazón a la Jerusalén terrenal, más se inflama en nosotros tanto el deseo de la Jerusalén celestial, verdadera meta de toda peregrinación, como la pasión de que el nombre de Jesús, el único que puede salvar, sea reconocido por todos (cf He 4,12).
Benedicto XVI – Verbum Domini, 89
GESTO: Realizar durante la semana un gesto concreto de amor hacia una persona cercana (cónyuge, hijo/a, familiar, compañero de trabajo…)
Esta semana es, por una parte sencilla. No hay mucho que meditar… si queréis podemos seguir saboreando la Palabra de Dios, contemplando una y otra vez la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Si la semana pasada centramos la Lectio divina en el evangelio según San Juan, podemos tomar ahora uno de los sinópticos: Mateo, Marcos o Lucas.
Al mismo tiempo, el reto al que nos enfrentamos esta cuarta semana, con el misterio de Jesús que lleva su cruz, es especial: Después de orar, ayunar y alimentarnos de la Palabra, ¡ahora se trata de pasar a la acción!
Al cuarto misterio de dolor se asocia el fruto de la perseverancia en las pruebas. Esta perseverancia no es resistencia al dolor; es perseverancia en el amor, porque si Jesús asume la pasión es por amor por ti, por mi, por toda la humanidad de todos los tiempos.
De ahí el gesto que os proponemos: escoge un medio concreto de mostrar tu amor a alguien cercano, y mantenlo durante toda la semana.
Lo primero es pedir la gracia de ver a nuestro prójimo, a veces invisible aunque convivamos con él o ella, ya que nuestras preocupaciones, egoísmos o simplemente heridas y tristezas nos nublan la vista. Si podemos ver al hermano o hermana que tenemos a nuestro lado, su necesidad, y el medio concreto de manifestarle nuestro amor, ya habremos recibido una gracia extraordinaria de Dios.
Por tanto, comencemos por pedir al Espíritu Santo esta luz. Y a continuación, adelante: ¡El Amor te espera!
GESTO: Vivir la semana junto a la Cruz. Para ayudarnos, llevar continuamente encima un crucifijo: el del rosario, uno especial en nuestra vida, el del tío-abuelo sacerdote… Durante el día nos podemos detener, tomarlo en las manos, amarlo y dejarnos amar por Él.
LUNES. Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. (Lc 23,33-34)
El Hijo realiza la voluntad del Padre en la tierra ya que hasta entonces no estaba realizada del todo en el cielo mientras Cristo no hubiera sufrido. Pero hay una petición que el Hijo no puede hacer a su Padre: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, pues Él no tiene ofensas. Por eso exclama: “Perdónalos como yo he perdonado, diciendo ‘no saben lo que hacen”.
No saben lo que hacen cuando condenan, pues condenar es castigar ya en la tierra al culpable o al inocente, aunque las puertas del infierno no les pertenecen.
Padre, vuelvo mis ojos hacia ti para volverme de este mundo. Bastaría con mirarlo como miré a Pedro y a la mujer adúltera; una sola mirada hubiera bastada para que cayeran de sus manos el látigo y los clavos. Una sola mirada hubiera bastado para aterrorizar la consciencia desviada de los hijos de Caín.
Padre, acuérdate del árbol y del fruto que envenena su alma, perdona a todos los jueces de la tierra que creen poseer el conocimiento del bien y del mal a pesar de que no saben distinguir su mano derecha de la izquierda. Perdona, porque el árbol ha sido plantado de nuevo en el jardín de dolor, y el fruto del conocimiento nuevo es mi cuerpo, y mi corazón, y mi alma.
MARTES. Hoy estarás conmigo en el paraíso. (Lc 23,39-43)
No hay un buen ladrón; solo hay dos bandidos para acompañar al Gran Sacerdote en su última ascensión hacia el trono de gloria. El buen ladrón es seguramente un asesino caído bajo los golpes de la ley romana. Ni siquiera tiene la grandeza de un condenado por motivos políticos. Reconoce sus faltas y sus crímenes, confiesa la justicia de los hombres y la prueba. Quizás ha violado o matado a un niño. Se reconoce culpable. ¡No vayamos tan lejos en la ceguera hasta declararlo inocente!
Es cierto que la misericordia divina es para nosotros demasiado insondable. Cegadora como un exceso de luz. Locura intolerable de un Dios que se hace niño: “Hoy estarás en el Paraíso”. Como un capricho de Dios.
¿Qué ha hecho para merecer el cielo este criminal tan común a nuestro género? Solo condescender a la misericordia. Este hombre lleva en él al mismo tiempo a Pranzini y a Fesh, y el ardoroso amor de Caterina de Siena.
MIÉRCOLES. Ahí tienes a tu madre (Jn 19,25-27).
“Mujer, ahí tienes a tu hijo; Ahí tienes a la madre”. La Escritura no dice su Madre, sino la Madre. Madre de Jesús, reina sobre su corazón y llega a ser la Dama de aquel que ama entre los hombres, y llega a ser la Madre de todos los hermanos y de todos los que Dios ama con un amor de predilección. Madre contra la cual ninguna potencia de muerte vencerá, pues ella ha dado la vida a la Vida. Madre de los secretos del corazón de Jesús, ella es la Reina incontestable de su Iglesia porque es, por añadidura, la Madre de su cuerpo.
JUEVES. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mc 15,33-39).
Hasta este momento la gente podía entender las palabras del Cristo-Mesías; eran dulces y dignas de un predicador galileo. Pero en el momento de las tinieblas su discurso se vuelve extraño, como si se hablase a sí mismo, como si dijese en voz alta el tormento de su alma, como si quisiese atraer la atención de Dios y no de los hombres. Y esta cuarta palabra es la menos comprendida. “Mira, llama a Elías” (Mc 15,35). La humanidad no puede comprender la profundidad de esta agonía porque nuestro Gran Sacerdote está solo en la noche, y en el silencio, y en el vacío del lugar santísimo para el día del Gran Perdón. Y esta palabra es un misterioso intercambio.
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” no es un grito de desesperación sino el testimonio deslumbrante sobre la dignidad humana restaurada y asumida por Cristo en el sufrimiento más trágico: cita las Escrituras (Sal 22,2). Todo está al principio, pues el Verbo estaba al principio, y el final del salmo se encuentra también contenido en sus primeras palabras. El grito de Jesús está impregnado de la esperanza de los últimos versículos: “Me hará vivir para él, mi descendencia lo servirá; hablarán del Señor a la generación futura, contarán su justicia al pueblo que ha de nacer: ‘Todo lo que hizo el Señor’” (Sal 22,31-32)
VIERNES. Tengo sed (Jn 19,28-29).
Maravilla la de tu cuerpo y tu sed que anticipaba la sed de millones de hombres de los siglos venideros. Tu sufrías y tenías compasión.
Eras el agua y no querías beber; habías escogido dejar de ser capaz de beber. Rechazaste el agua para esposar la sed tres veces inextinguible. La sed que el hombre tiene de Dios, la sed que Dios tiene del hombre y la sed que el Hombre-Dios resiente por la salvación de las almas.
Tu tenías sed en particular de mi alma. Señor mío, quisiera darte la limosna de este vaso de agua. Que sea pura, fresca y deseosa de esposar tu deseo. De darse totalmente. Que esta agua sea casta ya que te está reservada y se derrama sobre tu cuerpo, que es la Iglesia.
SÁBADO. Está cumplido (Jn 19,30).
Todo está cumplido. La víctima de amor misericordioso ha sido consumida. Ha derramado su sangre y la sangre de Abel ha dejado de gritar. Ha derramado su sangre para satisfacer la justicia. Ni a la furia ni a la ira, sino al amor. Pues Dios ha amado tanto al mundo que ha dado su Hijo único para que el que crea en Él no muera sino que tenga vida eterna… Él lo ha dado como ofrenda de su propio corazón, pero no lo ha entregado. Es el mismo Hijo el que se ofrece a su Padre como está dicho: “Tu no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has dado un cuerpo. No pides holocaustos ni sacrificios expiatorios; entonces yo digo: ‘Aquí estoy –como está escrito en mi Libro- para hacer tu voluntad” (sal 40,7-9).
DOMINGO. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23,46).
“In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum”. Cada noche, en la paz y la seguridad, en la convicción de la victoria de Dios sobre la angustia, el poder de la tiniebla y de la muerte, cada noche se eleva este canto de la oración de Completas. Cada noche puede ser la última y el inicio de nuestro sueño final antes del gran encuentro. ¡Qué unidos estamos a Jesús en el momento de su séptima palabra en la Cruz! Nuestra jornada está cumplida igual que nuestra vida pasada; Nos presentamos con las manos vacías y, en la noche, comprometemos todo nuestro aliento en esta oración de confianza, como los niños que no pueden justificar los errores de la jornada y dicen: no tengas en cuenta nuestras faltas, Padre, no saben lo que hace. El aliento que has puesto en nosotros es tuyo, y te lo devolvemos.
Las meditaciones están tomadas del libro
“Les sept paroles de l’amour crucifié” de Ephraïm.
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