La paz del corazón
14 de diciembre 2023 Jueves
A veces me invade un profundo sentimiento, que quizá sea compartido por muchos. Las palabras pueden ser una gran ayuda, ponen claridad, comprensión… Pero ahora, en muchas ocasiones, ¡ hay tantas palabras que me sobran!, en realidad, solo querría el silencio.
Se va poniendo más luz en esa necesidad de Jesús, después de un día agotador de palabras, de retirarse al silencio de la noche y en soledad unirse en oración silenciosa al Padre. Sus palabras eran nuevas y valientes, palabras eficaces que obraban lo que decían, como la palabra de Dios en la creación… y aun así se retiraba, necesitaba retirarse al silencio. Mis palabras son pequeñas y pobres, palabras ya dichas, palabras escuchadas, pero también palabras vividas desde una presencia de amor… De todos modos, se me encoge el corazón en este esfuerzo de hablar, de razonar, de transmitir lo ya tantas veces dicho… Siento que nuestros corazones están como hastiados de palabras o que a veces las palabras solo sirven para anestesiar el dolor, para llenar un vacío mucho más profundo, que solo se puede llenar con amor…
Gracias a Dios, aún tengo la esperanza, y es lo único que me anima a escribir, de que las palabras, las pobres palabras, pueden tener la eficacia de despertarnos a ese amor…. Cuentan que una noche le escucharon repetir a San Francisco, una y otra vez, entre lágrimas, “el Amor no es amado”… Y es que, siendo profundamente amados como lo somos, muchas veces estamos tan ensimismados que no somos capaces de amar.
El ser cristiano no se trata de mucho discurrir y mucho hablar, sino de mucho amar. Cada vez siento con más fuerza y centralidad esta verdad: sólo el Amor es digno de fe. El amor de Cristo es insuperable y los que queremos ser como Él, estamos igualmente invitados a amar, incluso a veces con palabras…
Pidamos la gracia de que nuestras palabras sean fruto del amor, y con ese anhelo pongamos nuestras palabras al servicio de los demás, por si para alguien la palabra pudiera ser, en un momento dado, un despertar, o una caricia, o un aliento, o un gesto de amor, o una indicación en el sendero de la vida, a veces acertado o a veces extraviado… Que al hablar solo nos mueva esa intención, y que cuando nuestro corazón permanezca callado, en silencio, sea para conservar, mimar, avivar, el misterio de su Amor, y luego dejarlo brotar en la sencillez de nuestras vidas, en nuestra manera de escuchar, de mirar, de acoger, de esperar.
No vivimos recluidos en nosotros mismos, no vivimos separados de la realidad, no huimos de la vida, al contrario, tenemos muy presente la recomendación de Jesús: «Vigilad en todo momento orando» (Lucas 21,36). Queremos permanecer despiertos, mirar con profundidad la realidad, hasta el fondo. Y lo hacemos, además, orando, es decir, no lo hacemos solos, sino unidos esencialmente a Él, también a cuantos quieren vivir en Él, a la humanidad y al mundo entero. Esta vida en el Espíritu es vida en el amor, en ese amor que Él nos regala y nos enseña, amor a Dios, a los demás, y a uno mismo, en una unidad inseparable.
Texto aportado por una hermana que participa en la Fraternidad
¿Es entonces cierto, como he oído y a veces experimentado, que cuando o no se habla o se habla muy poco se está muy triste?