La paz del corazón
Cae la tarde sumergiendo todo en la penumbra y entre los silbos de los pájaros y el sonido del aire entre los pinos, noto la ausencia de la angustia que suele acompañarme en los crepúsculos.
En los atardeceres suelo recordar la escena bíblica de el camino de Emaús, donde le piden a Jesucristo resucitado que se quede a acompañarlos porque se hace de noche.
Aquí, junto a la ermita, no aparece el clima de desamparo que me suele acometer. Aquí esta todo bien; porque ver la felicidad callada y profunda del Padre Vasily me hace mas cercana la promesa del Edén y de algún modo la torna creíble, para mi propia vida en el mañana, cuando no esté junto a él.
La perspectiva de la noche en oración callada, la cena juntos y la continuidad del diálogo me llenan de alegría.
– ¿Cómo es su dieta Hermano? usted ¿qué come?
– Verduras y frutas, algo de pan, mucha agua.
– ¿No come carne, ni siquiera pescado?
– No. Pero no es nada extraordinario, uno se acostumbra rápido.
Además, en esta soledad no estoy expuesto a tentaciones…no veo nunca un asadito que me provoque.
– ¿Y no se debilita?
– Yo creo que no. ¿Me ves mal?
– No para nada.
– ¿Y entonces?.
– ¿Pero como es todo este tema del ayuno y eso? ¿Es útil, no lo es?
Depende. Por ejemplo si te largas a ayunar mas allá de tu medida o si lo haces sin verdadero criterio te puede pasar que se te de un rebote. Es decir te mortificas dos o tres días y al cuarto estás sumergido en la gula mas tremenda. Como una ley de compensación. Eso no sirve. Pero, en general, está muy relacionado el ayuno, los frutos del ayuno quiero decir, a la motivación con que se lo emprende.
Si lo que buscas es una proeza ascética para hacer crecer el ego, mas vale comerse un asadito y quedarse con el ego disminuido; porque hace menos daño a los apetitos un asado que un ego inflado.
Puedo asegurártelo. Y también depende de a quién le estemos hablando. Cada uno debe proporcionar sus esfuerzos a su condición y a sus búsquedas.
Aligerar el cuerpo de pesos siempre es muy útil, mientras no recargue de pesos a la mente. Te quiero decir, si vas a ayunar y como consecuencia de tu liviandad vas a estar pensando todo el tiempo en un plato apetitoso o si vas a estar contando las horas hasta que termine el período de ayuno; eso no es de ninguna ayuda. ¿Cómo te ha servido para unirte a Dios? Has estado con la atención puesta en otra cosa. De ninguna manera.
Mi opinión es que el ayuno sirve si se hace práctica de vida; es decir, costumbre. Porque al acostumbrarse uno necesita menos cosas, puede ser mas libre para orar, para pasarse largos períodos de reclusión, verdaderamente el cuerpo empieza a reclamar menos atención. Yo disfruto mucho unas papas con calabaza y una fruta. Me resulta muy apetitoso, el cuerpo ya no me pide lo que casi ni recuerda. Entonces me ahorro un montón de molestias, de condimentos y de necesidades que no eran tales. Se vive con menos y se vive mejor.
Por otro lado te digo, es difícil hacer silencio mental con el estómago muy lleno. Y mientras mas le das mas te pide. Te acomete el sueño y es difícil permanecer vigilante, fiel en la oración y en la custodia de los pensamientos. En ese tema Evagrio el Monje fue un gran maestro, lo mismo que Casiano. Ellos relacionaban a un pecado con otro y mostraban el particular encadenamiento existente entre un vicio y otros que necesariamente le siguen.
Atestiguo que lo que dicen es la pura verdad y lo afirmo por experiencia. La gula o la Gastrimargía es madre de muchos vicios. Pero por supuesto la raíz está en otro lado.
En la ausencia de la sensación de Su Presencia.
Es la verdad que he podido comprobar. Todos nuestros males derivan del vacío interior y este vacío es el lugar en donde debería habitar El Señor. O lo que es lo mismo: el lugar en donde está El Señor, pero sin que nosotros percibamos su manifestación. ¿Cómo percibirlo si no nos detenemos un momento? Imposible sentir su sagrada Presencia si estamos colmados de apetitos.
Porque cuando el cuerpo esta acostumbrado a algo, lo que busca es ese algo que lo ha colmado de placer. Y a la hora acostumbrada buscará repetir la sensación. No va a buscar la mucho mas sutil presencia de Dios. Va a buscar la nada sutil presencia de la distensión abdominal… el bife colmando el estómago, ¡el placer de la saciedad!
¿Y que pasa después de la saciedad? Viene la modorra. Un sueño bárbaro, unas ganas de echarse a dormir un rato, como hace el perro, ¿no es cierto?
El cuerpo es animalesco, se aprende mucho sobre los propios hábitos mirando la conducta de los perros. Y te haces una buena siesta. Lógico, el cuerpo quiere digerir y concentrarse en esa función intestinal, con toda la grasa y los carbohidratos y que se yo…necesita echarse; disminuir todas las otras funciones para digerir.
¿Y luego de la siesta? Hace frío, empieza a ponerse ventoso, se anuncia la noche de a poco y entonces mandarse una meriendita ¿verdad? Entonces a llenarse nuevamente de pan y dulce y un café o dos… y después uno no se va a dormir porque le da vergüenza, pero ya quedó medio inservible para toda tarea espiritual. En aquél momento, rezar vísperas, será lo más parecido a una letanía sin alma, porque el alma esta detrás de varias capas de mermelada…
Por eso te lo digo. Porque hay bastante confusión con el tema; al menos en la literatura que se encontraba cuando yo todavía andaba por las librerías buscando a Dios. Y la confusión, me parece, deriva de la falta de experiencia en el tema. Es muy difícil animarse a dejar de lado el placer mas rápido, barato y accesible que tenemos. Si te sientes mal, algo que ingieres te da una sensación diferente. Al rato te sientes angustiado; te comes otra cosa y así. Lo que a mi me ha pasado es que descubrí, que la gula es un enemigo mucho menos aguerrido que lo que parecía…pero debía enfrentarlo con cierto valor unos pocos días. El cuerpo luego se acostumbra y te ayuda.
A mi me gustaba mucho la carne asada y me parecía increíble pasarme un día sin un buen filete. Pero después de unos días, empecé a disfrutar de las verduras. Y te digo, el hambre de verdura no reclama tanto como el hambre de carne; es como si fueran de naturaleza o de vibración diferente. Los hindúes saben mucho de esto y es como para aprender de ellos un poco.
– Pero como llegó a esto de decidirse a dejar de comer carne totalmente y a comer tan poco, o mejor dicho…¿Por qué no me cuenta como llegó a esta vida Hermano? Sería muy bueno para los lectores que tendremos.
– No creas que vas a tener muchos lectores.
– Ya va a ver que sí; está muy buena la enseñanza.
– Contarte como llegué a esta vida…y ¿desde cuando te cuento? Porque de algún modo todo me fue preparando para esta vida, todo tuvo sentido, todo fue útil y significativo; lo que no quiere decir que yo me diera cuenta entonces o cuando las cosas parecían ir mal.
– Yo no pretendo que me cuente todo, pero como un itinerario hasta la ermita…
Hoy no te voy a contar la historia larga, te voy a contar una parte muy interesante a mi modo de ver, que fue lo que me pasó con la Eucaristía. Yo estaba muy apartado de la Iglesia entonces, te comenté una vez algo.
Había dejado de creer. No había dejado de creer en Dios, me resultó imposible siempre concebir un universo sin Dios, pero no quería saber nada con la Iglesia. Me había desencantado totalmente luego de mis primeros pasos en ella y algunos encuentros desdichados abonaron este descreimiento.
Básicamente me convencí de que la Iglesia era la historia de sus miserias o de sus movimientos políticos y dejé de ver la obra de la gracia abriéndose paso en la historia humana, a pesar de los hombres corruptos…dejé de ver a la Iglesia como un ámbito contextual necesario, como morfología del amor de Cristo, te diría.
Así que ahí estaba yo, sin la Iglesia y afirmándome en que el Concilio de Nicea esto y que el otro concilio esto otro y con eso mi mente conjuraba cualquier deseo o atracción que pudiera tener el corazón. Mi vida fue durante muchos años la historia de la soberbia. Si me dijeran que fue lo peor de mis años lejos de la Iglesia yo diría que la soberbia. El mundo era de los tontos y de los vivos y yo pujando para permanecer entre los vivos. Un mundo competitivo y desprovisto de sentido como no fuera la busca del ascenso en la escala social.
Volví porque me fue mal. Me fue mal en lo exterior y en lo interior; no lograba lo que ambicionaba y no me sentía feliz. Tan mal me fue un día que balbucí una oración. Fue algo imprevisto. Hacía años que no rezaba, que no ejercitaba “el oficio de los débiles” como me gustaba pensar entonces. Pero ese día estaba tan angustiado que musité una oración y mi mente se dio cuenta y se rebeló sorprendida, acudió en tropel a desarticular el “mecanismo de fuga” según decía. Pero así como mi mente se alteró enojada, mi corazón se regocijó, se ablandó y empezó a llorar.
Y ya no te hablo de ese día solo, te estoy tratando de describir un proceso que me llevó varios años, de vuelta a casa, junto a Jesucristo y a la Iglesia, entendida como hermandad en la fe y en la esperanza y también como organización protectora de esos dos valores.
Mi corazón fue el asunto. Empezó a llorar digo, porque en el mismo momento en que se produjo esa oración sorpresiva, repentina y dividida por la fuerza de la mente soberbia…en ese mismo momento empezó el arrepentimiento, me di cuenta de acciones que había ejecutado sin remordimiento; tomé conciencia de mi pecado, de la insania de muchas conductas, advertí mi dolor por ser yo como era entonces; sufrí por haberme apartado de mi ser profundo. Pero claro, esto lo digo ahora, ya comprendido el proceso, en ese momento la cosa era dolorosa y confusa, pero irreversible.
Hubo luego si, un camino de lágrimas de verdad, de las que humedecen la cara, eran genuinas y no “eclesiales”; eran lágrimas de la conciencia del dolor causado a otros y a mi mismo, era el arrepentimiento mas puro y llano, simple. Y lo considero un verdadero don, una gracia operante a pesar de mi enorme orgullo, de mi soberbia y de la visión del mundo que tenía entonces. Entiendo desde ese día lo que significa Metanoia y entiendo la gratuidad de la misma. Si soy mas subjetivo aún y me expreso con mas libertad todavía… te digo que me sentí en transformación involuntaria, benéfica aunque dolorosa para el ego y salvífica para mi espíritu.
Y después todo fue un irse engañando la mente respecto de que nada cambiaba, de que yo era esto y lo otro en la misma vena soberbia, mientras la conducta se modificaba radicalmente y para bien. El corazón se iba derritiendo y eso a veces le daba dolores, pero empezó a estar mas sano, mas limpio, sin doblez.
El colmo del cambio de conducta fue volver a misa. Las primeras “nuevas misas”, es decir las del regreso, eran graciosas si lo miro desde el hoy; la mente se rebelaba de modo atroz, criticando airadamente “la tontería” que estaba haciendo, sin embargo y aún sin gozo ni placer, mi cuerpo permanecía hasta el final de la liturgia, como ausente, sin saber ni entender porque le pasaba lo que le pasaba. Pero el corazón se dulcificaba y se afincó y no pudo ya apartarse de la comunión. Hubo un tiempo, cuando la mente se rindió y dejó de molestar, en que iba a tres o cuatro misas diarias, de tanto gozo que sentía mi alma, recuperada la casa del Señor.
Sin embargo, te digo, no era un gozo sensual, de placer y requiebros; era un estarse frente al altar reconociéndose actuado por una intención ajena, modelado de nuevo. Si crecía la paz y en ese sentido allí si estaba el goce, era como un adormecimiento de los miembros y como una fuerza nueva, como un cosquilleo en el rostro y las manos, una serena concordia, al estar el corazón uniéndose a la mente. Pero claro, esto lo digo ahora, viendo en retrospectiva.
– Muy bueno, le agradezco que me cuente estas cosas tan íntimas.
– No hay problema. No es personal lo que no tiene mérito. El Señor me dio, luego me quitó y después me lo volvió a dar, centuplicado.
– Pero Padre…¿entonces usted no tuvo culpa de sus malos años? porque dice: “me lo quitó”, como si alejarse no hubiera dependido de usted.
– No lo decía desde allí, sino mas bien expresándome de acuerdo a lo que sentí. No niego la responsabilidad, pero es complejo y hay que verlo bien; en síntesis: veo el pecado o la culpa en las encrucijadas, en los momentos decisivos y no luego, cuando ya estamos embarcados y en medio de la tempestad. Te diría que en ese encuentro infortunado que te mencioné, opté por probar el árbol del conocimiento del bien y del mal; en ese momento quise saber y abandoné la fe y di mas crédito al pensar que al sentir profundo. Aclaro lo de profundo, porque cuando te hablo de sentir no me refiero a los sentimientos superficiales como pueden ser una emoción transitoria provocada por un estímulo.
Tuve una charla con cierto alguien en ese momento, se me habló del Concilio de Nicea y de cómo la Iglesia pactó con Constantino Emperador y como adaptó sus estructura a la organización imperial y como gracias a eso se expandió y etc. etc. Y se me habló de la inquisición y de los errores y falacias de la Iglesia. Y mi mente lo compró, porque el ponerse allí, le significó a ella una subida de nivel jerárquico, se ponía en juez de la historia de toda una institución.
Si soy juez de los demás y de lo que hicieron…soy superior ¿lo ves?
En ese encuentro se criticó a la Iglesia desde afuera de ella y desde una supuesta estatura moral independiente y esclarecida…no tuve en cuenta la soberbia y la postura juzgadora que implicaba, me monté en la sensación que la nueva ubicación mental me brindaba.
¿Cómo podíamos yo o mi interlocutor juzgar a la Iglesia? pero, ¿cómo es posible juzgar siquiera a cualquier persona? ¿cómo es posible que se produzca el acto de juzgar?
Solo separándome, alejándome de lo que miro y poniéndome por encima. Y esa postura es ilegítima porque no tiene de donde sostenerse, debido a la subjetividad implícita en nuestra propia existencia separada, como individuos.
El juicio es un acto inválido, no solo moralmente sino prácticamente. No es válido ningún juicio como no sea a nosotros mismos desde nosotros mismos. Menos desde fuera de la organización de que se trate. Por eso la enseñanza evangélica de la viga en el propio ojo, supongo. Así es que yo empecé a ver esos errores de la Iglesia o esas corrupciones de la Iglesia y mi mente se apartó y dejé de escuchar al corazón.
Mi corazón decía que yo amaba la Iglesia, que me regocijaba de ser parte de ella, que amaba la liturgia, la oración, la esperanza en la resurrección; que amaba a Jesucristo aún sin saber porque y que me importaban un comino todos los concilios y corrupciones posibles.
Mi madre era una persona complicada, con problemas y en ocasiones cuando niños nos trataba duramente. Se diría que tenía muchos defectos, si me pongo en juzgador de su conducta; sin embargo la amé, la amo y amaré muchísimo y es que aún recordando sus rudezas, mi amor no cesa. ¿Y porque pasa eso en el ser humano? Ah yo no sé..! Intuyo que porque estamos hechos a imagen semejanza de Dios, que nos ama irrevocablemente.
Los corazones se entienden. Tenemos la mente mal educada. Ella debe servir al corazón, como herramienta para comprender la acción del espíritu en todas las cosas; no mucho mas. Lo que no es poco. Pero si la mente quiere comandar, construimos un mundo insalubre. Corintios 13 debiera ser la constitución del mundo, porque es lo que siente el corazón de todos los hombres. Fijate que aún el asesino ama a sus hijos o se enternece con alguna cosa… el amor es nuestra raíz, la esencia de nuestro ser, ontológicamente somos amor, porque somos hijos de Dios y aunque incognoscible para la mente, Dios se nos revela como amor en la profundidad del corazón.
– Que Dios lo bendiga Padre y lo proteja siempre.
– Me ha bendecido y me protege, al igual que a todos los hombres. Porque aunque no parezca a veces, el dolor y el horror son también fruto del amor. Y esto que te digo se me va a complicar si quiero explicártelo con la mente, pero no es a ella a quién fue dirigido el dicho.
– Hermoso…muy ilustrativo y cierto lo que dice. Estoy muy agradecido al Señor por haberlo conocido. Mire en lo que terminamos y empezamos con el tema del ayuno.
– Si, gracioso. Pero todo esta relacionado. Si ayunas exageradamente intoxicas la sangre con fluidos digestivos que son segregados a horas precisas según la costumbre corporal. Si comes al antojo de tu cuerpo, olvídate de pensar, de sentir emociones altas, lúcidas y místicas. Te olvidarás hasta de caminar.
El camino del justo medio, no en vano es tan exaltado en todas las culturas antiguas, representa la sabiduría ancestral, muy sabia por cierto. Pero el término medio no halaga al ego, que gusta de los absolutos para alimentar su imagen.
Come moderadamente para ir necesitando cada vez menos y ser mas libre de dependencias que te alejan de tu búsqueda.
Buscar la sagrada Presencia en el corazón, en todo momento, mediante oración ininterrumpida es el mejor ayuno, porque cuando uno siente la sensación del reino en el interior, no necesita ya otro tipo de placer. Es el colmo del goce.
elsantonombre.org
Gracias por este texto 🙏
A mí edad he leído muchas cosas y creía que ya poco podría emocionarme.
Estaba equivocado 🙏
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Gracias. Muy bello e ilustrativo.
Un saludo en Cristo