La paz del corazón
Posted on 25/02/2010 by blog del Santo Nombre
Existen quienes piensan que deberían modificarse los usos litúrgicos actuales, adaptándolos tanto en el lenguaje como en el contenido, a lo que suele denominarse sensibilidad de la época.
Otros afirman la necesidad de independizar las formas y los contenidos de todo cambio epocal y cultural para que los fieles permanezcan de acuerdo con una tradición que consideran sagrada.
Entre los de la primera vertiente cuentan aquellos que apoyan el uso litúrgico en lengua local, la adopción de música nativa y sacramentos con marcada participación de los asistentes. En general, conciben la liturgia como forma de comunicación de los creyentes con Dios y a los sacramentos como ámbito propicio a la expresión de las necesidades personales y sociales.
Entre los de la segunda vertiente cuentan aquellos que propician el uso del latín como lengua sacramental, favorecen el uso del canto gregoriano y enfatizan el rol del sacerdote antes que el de los asistentes. En general, afirman la necesidad de que los fieles aprendan la adecuada forma de participación litúrgica, insistiendo en que estos se adapten a ella y no a la inversa.
Así, en muy apretada síntesis dos modos de vivir, sentir y concebir la liturgia. Pero esta diferencia en lo sacramental es solo una de las manifestaciones de dos maneras muy diferentes de interpretar a Cristo, al Evangelio y a la iglesia en su función histórica y social.
Suelen denominarse a si mismos como progresistas y tradicionalistas los miembros de estas tendencias divergentes, que curiosamente representan los extremos mas activos en la vida de la iglesia. Entre ambas tendencias el grueso de los bautizados, por lo general indiferentes a estas problemáticas, mas por tibieza en la práctica de su fe que por el ejercicio de una actitud neutral.
Una tendencia destaca y favorece el papel de la autoridad y el deber de someterse a ella, tanto en el propio seno de la iglesia como en la vida política y social. La otra, tiende a formas consensuadas de regulación social y considera en general a la autoridad como forma de opresión.
Aquellos suelen enfatizar en el aspecto examinador de Dios, destacando su papel como juez de las acciones humanas. Estos otros, en cambio, acentúan el aspecto amoroso de la Divinidad subrayando la faz protectora y providente.
Estas posturas implican un modo de ser y estar en el mundo e incluso un modo de verse a si misma la persona, por lo cual, no hay aspecto alguno que no esté influido por la concepción que se sustenta. Ser progresista o tradicionalista involucra al parecer un modo de mirar.
La adscripción a una u otra de estas tendencias no pareciera estar desvinculada del estrato socio económico al que se pertenece. Considerando las excepciones presentes en cada regla, no puede negarse que en una hay mayor número de pudientes y en la otra mayor número de carecientes.
Un planteo simple diría que los que defienden la continuidad tratan de mantener una posición y los que luchan por el cambio de adquirirla. De este modo defenderían la autoridad quienes la detentan y lucharían contra ella quienes aspiran a tenerla. Si así fuera no habría verdadera diferencia entre unos y otros sino solo en cuanto derivada de su particular posición. Podría llegar a suponerse que variando la posición se modificarían también los valores que se defienden.
Pero partimos del supuesto en el que los adherentes a una u otra concepción lo son sinceramente. Es decir que nos encontramos con personas que con verdadera convicción defienden lo que consideran justo, bueno y cierto. Y aquí mismo nos damos con algo que los une: La creencia firme en que se sostiene la verdad y la justicia.
Y este creerse en lo cierto, tan común a la experiencia humana en general, requiere de un movimiento de la mente y del corazón hacia la virtud de la humildad. La capacidad de situarnos, aunque sea con la intención, en la posición del otro. Un disponerse a comprender los motivos que el otro pudiera tener, un abrirse a la perspectiva ajena. Advertir que aquél puede sentir la misma indignación con mi planteo que yo con el suyo.
Diría que la humildad –recordar que podemos equivocarnos, que somos finitos y parciales en nuestro conocimiento- puede abrir las puertas al diálogo. Desde este saberme parcial y por tanto poseedor de solo una parte de la verdad y la justicia, puedo llegar a escuchar –en espíritu y en verdad- la posición del otro.
Para que haya diálogo y acercamiento consecuente de posturas es requisito ineludible el escuchar. Y esta aparente obviedad deja de serlo cuando caemos en cuenta que para escuchar es necesario creer que el interlocutor tiene algo válido para decir.
Si llegamos a creer que ese otro tan disímil tiene algo de valor para decir es porque nos hemos situado en el mismo plano que aquél –no sintiéndonos superiores- y desde esta paridad puede nacer un diálogo real.
Creo que este tipo de actitud permitiría el surgimiento de una mística del encuentro –muy necesaria en este momento de la historia- para una reconciliación profunda en el seno mismo del cuerpo místico de Cristo.
elsantonombre.org
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Me parece muy correcto lo que se dice en ese post. Pero creo que será imposible acercar algún día a esas dos opiniones tan contrapuestas de la Iglesia. Creo que lamentablemente nuestra iglesia se encamina a una nueva división.
No lo deseo, lo lamento.
Muy bueno el blog.
Fr. Gabriel Andosa OP
Estimado Fray Gabriel, gracias por participar.
Espero que no se produzca esa división. Tengo fe en que se produzca un diálogo fraterno. Debemos ser capaces de coherencia con el mensaje evangélico. La unidad de los cristianos no será posible sin la unidad entre los católicos.
Un saludo fraterno en Cristo.
Buen tratado este.
Yo me encontré con distintas formas de celebrar la liturgia, y sin decir nada opté más por una que por otra. No soy afecto a las celebraciones como las de la renovación carismática por ejemplo, en cambio prefiero la solemnidad monástica. Pero, jamás se me ocurrió pensar que una sea mejor que la otra, ni las formas ni las personas.
Dios mira con agrado las alabanzas de los hombres de buena voluntad; esto al menos es lo que dice mi conciencia.
De todas maneras y finalmente, siento que la buena predispoción al encuentro entre los hermanos de credo y afines, superan sin ninguna duda la forma litúrgica que quisieramos imponer.
«Ámense los unos a los otros como yo los he amado» – dice el Señor.
Paz y Bien, en el nombre de Jesucristo.
Sergio.
Absolutamente de acuerdo Sergio. Creo que esa cita evangélica podría ser el lema de todo encuentro ecuménico y dentro de nuestra misma iglesia.
Un saludo fraterno.