La paz del corazón
Catalina Benincasa, conocida como Santa Catalina de Siena, nació el 25 de marzo de 1347 en Siena (Italia). Vio la luz en una casa de la calle de los Tintoreros, en el barrio de Fontebranda el día de la Anunciación, que ese año coincidía con el Domingo de Ramos. Catalina, penúltima de 25 hermanos, tuvo una hermana gemela Giovanna, que murió poco después.
Sus padres fueron Giacomo Benincasa, tintorero de pieles, hombre devoto, de quien heredó la piedad sincera y la dulzura, y Lapa Piacenti, de la que adquirió la energía y el tesón. Eran un matrimonio honrado que vivía holgadamente.
Coinciden sus biógrafos en destacar que era una niña alegre y bulliciosa, y que su encanto le hacía ser el centro del cariño del círculo familiar y de las amistades.
Ya desde niña aspiraba a lo mejor. Empezó a orar a la Reina de Siena, y a menudo se le oía rezar el Ave María bajando las escaleras de su casa.
Entre el año 1353-1354, cuando contaba con cinco o seis años, hay un hecho significativo en su vida, lo que la teología moderna llama “la experiencia fundante”, tiene una visión de Jesucristo.
Mientras caminaba por las calles de Siena con su hermano, elevó su mirada y de repente vio sobre el techo de la Iglesia de Santo Domingo, al Rey de Reyes sobre un espléndido trono, vestido como el Papa con su corona Papal; y con Él estaban San Pedro, San Pablo y San Juan.
Jesús, mirando con ternura a Catalina, despacio y solemnemente la bendijo, haciendo tres veces la señal de la Cruz sobre ella con su mano derecha, como lo hace un obispo. Desde ese momento Catalina dejó de ser una niña y se enamoró profundamente de su amado Salvador. Esa visión y esa bendición fueron tan poderosas que después ella no pudo pensar en nada más que en los ermitaños, y en como imitarlos.
Al año siguiente, a los siete años de edad y ante un cuadro de Nuestra Señora, se ofreció al Señor que la había bendecido. En este momento tan crucial oró a la Virgen: «¡Santísima Virgen, no mires mi debilidad, sino dame la gracia de tener como esposo a aquel a quién yo amo con toda mi alma, tu Santísimo Hijo, Nuestro Único Señor, Jesucristo! Le prometo a Él y a Ti, que nunca tendré otro esposo».
A partir de entonces y hasta los 15 años llevará una vida de oración intensa y de sacrificios en su casa.
Cuando Catalina tenía doce años, su familia quería obligarla a contraer matrimonio. Después de consultar con un sacerdote dominico acerca de su voto de castidad y de como defenderlo ante esta amenaza, se corta el pelo, como señal de haber “cortado” con el mundo. Sus padres hacían todo lo posible por impedir que ella tuviera tiempo de oración y soledad. La pusieron a trabajar a toda hora, tratándola muy mal, como sirvienta de la familia.
Catalina humildemente aceptó este rechazo de su familia, y actuaba como si estuviese en la casa de Nazaret, tomando como única madre a la Virgen Santísima. Sus hermanas y amistades la persuadieron a que participara en diversiones y vanidades. Pero pronto se arrepintió y le dolió aquello por el resto de su vida. Lo consideró como la mayor infidelidad a su esposo del cielo de la cual ella fue culpable. La muerte de su hermana mayor, Bonaventura, ocurrida poco después, confirmó sus sentimientos.
Con su ejemplo de humildad, obediencia y caridad, conquista a su familia, y entonces, superada la oposición familiar, y teniendo que vencer diversos obstáculos para ser admitida, ingresa a los 17 años como Mantellate, es decir, como laica dominica, en la Fraternidad seglar de las Hermanas de la Penitencia de Santo Domingo (Tercera orden). Se las conoce como Mantellate por el manto negro que llevaban sobre el hábito blanco.
Estas hermanas no abandonaban su hogar y se dedicaban, con gran austeridad, a la oración, penitencia y ayunos. En casa le permiten tener un cuarto privado, y Catalina convierte su habitación en una «celda», donde vive recluida. Allí comenzó a hacer actos de mortificación heroicos. Se alimentaba principalmente de hierbas y vestía con telas muy crudas.
Estos años se caracterizan por una intensa vida espiritual, en la que se afianza su relación con Jesucristo, y su fe se ve acrisolada por las sutiles tentaciones. Se suceden difamaciones y calumnias, actitudes escépticas por parte de los frailes y celos de otras mantellates.
Toma conciencia de que la contemplación en soledad es estéril si no se abre a Dios y al prójimo y opta por una soledad interior fecunda, guiada por los pasos de la Pasión de Cristo. Cristo crucificado la esclarece los caminos y la impulsa al amor a los pobres y enfermos.
La contemplación de Cristo como Verbo Encarnado que derramó su sangre en la cruz para la salvación del mundo, la comprensión espiritual del misterio trinitario de Dios y la conciencia del amor de Dios y del pecado humano, que hería ese amor, marcarán toda su vida interior. Ella quiere ser como Cristo.
Empieza a darse a los más pobres y abandonados. Consolaba a los presos. Asistía con gran generosidad a enfermos contagiosos y repugnantes que nadie cuidaba. La intimidad con Jesús la conduce allí donde el rostro de Cristo se muestra con claridad en medio de la miseria y del abandono.
Su sometimiento de la propia voluntad al Señor, aún en sus penitencias, daba verdadero valor a lo que hacía. Pero sus experiencias místicas no le quitaban las pruebas. Sufría por su temperamento, al que dominaba con gran paciencia y por los baños calientes que le ordenaron los médicos. En medio de sus dolencias oraba sin cesar para expiar sus ofensas y purificar su corazón.
Empezó a revelarse como una maestra espiritual de primer orden. Tenía una especial capacidad de leer el interior de las personas e ir a la raíz de los problemas.
Por fin, en el año 1365, a los 18 años ―según algunos escritores a los 20 años― recibió el hábito de la Tercera Orden Dominica.
En la noche anterior a su profesión en la orden, después de pasar por una severa prueba, en la cual el demonio se le apareció como un caballero muy guapo y elegante y le ofreció un traje de seda con joyas brillantes, Catalina se tiró sobre el crucifijo y gritó: «¡Mi único, mi amado esposo, Tú sabes que jamás he deseado a nadie más que a ti. Ven en mi ayuda, mi amado Salvador!»
De pronto, frente a Catalina estaba la Madre de Dios, teniendo en sus manos un traje de oro, y con su voz suave y tierna, la Virgen le dijo: «Este vestido, hija mía, lo he traído del corazón de mi Hijo. Estaba escondido en la herida de su costado como en una canasta de oro, y te lo hice con mis propias manos». Entonces con ferviente amor y humildad, Catalina inclinó su cabeza, mientras la Virgen le imponía este vestido celestial.
Durante tres años, después de recibir el hábito, Catalina vivió en la santa soledad de su pequeño cuarto y en su capilla favorita. Allí pasó un entrenamiento estricto basado en la autonegación y desarrollo espiritual, bajo la dirección personal de Cristo y de su Madre. No hablaba sino con Dios, la Virgen y su confesor.
La serpiente, viendo su vida angelical, la asaltaba, buscando destruir su virtud. Llenaba su imaginación con las más sucias representaciones, y asaltaba su corazón con las más bajas y humillantes tentaciones. Después su alma quedaba en una nube de oscuridad, la más severa prueba imaginable. Se veía a si misma cientos de veces al borde del precipicio, pero siempre sostenida por una mano invisible. Sus armas eran la oración ferviente, la humildad, resignación y confianza en Dios.
Así venció las pruebas que sirvieron mucho para purificar su corazón. Nuestro Señor la visitó después, y ella le dijo: «¿Dónde estabas, mi divino Esposo, mientras yo yacía en tan temible condición de abandono?».
Jesús le contestó: «Estaba contigo».
«¡¿Cómo?! -replicó ella- ¡¿entre las sucias abominaciones en que infectaban mi alma?!
Él le dice: «Eran desagradables y sumamente dolorosas para ti. Este conflicto, por lo tanto, fue tu mérito, y la victoria sobre ellas fue debido a mi presencia».
El enemigo también la invitaba al orgullo, sin escatimar ni violencia ni estrategia alguna para seducirla a sus vicios. Pero la humildad era su defensa. Dios la recompensó con su caridad para los pobres y muchos milagros.
1366-1367 Desposorio místico con Jesucristo
A la edad de 20 años, un jueves, después de que Catalina había orado todo el día con extraordinaria fe, Nuestro Señor se le apareció y le dijo: «Ya que por amor a Mí has renunciado a todos los gozos terrenales y deseas gozarte sólo en Mí, he resuelto solemnemente celebrar Mi esponsorio contigo y tomarte como mi esposa en la fe».
Mientras el Señor hablaba, aparecieron muchos ángeles, su Santísima Madre, San Juan, San Pablo y Santo Domingo ―ella era de su orden―. Y mientras el Rey David tocaba una dulce música en su arpa, nuestra amorosa Madre tomó la mano de Catalina y la puso en la mano de su Hijo. Entonces Jesús, puso un anillo de oro en el dedo de Catalina, y dijo: «Yo, tu creador y Salvador, te acepto como esposa y te concedo una fe firme que nunca fallará. Nada temas. Te he puesto el escudo de la fe y prevalecerás sobre todos tus enemigos».
Se entrega a las obras de caridad y al apostolado. Primeros discípulos.
Muere su padre Giacomo Benincasa.
Hay una revolución en Siena y Catalina salva a sus hermanos.
El desposorio la confirma en su fidelidad. Tres años más tarde, cree haber muerto, y despierta con la claridad a los nuevos senderos que le manifiesta Dios: Su espíritu experimenta una imperiosa sed de la gloria de Dios, se acrisola su amor a la Iglesia y recibe, en una visión de su esposo celestial, la misión de dedicarse a la vida de apostolado.
Se inicia el pontificado de Gregorio XI.
Y a partir de entonces, tiene que dejar su vida de retiro y soledad, para darse a una actividad apostólica inaudita para sus fuerzas, para su condición de mujer y para el momento que atravesaba la sociedad y la Iglesia. Aunque de momento temió que sus actividades menoscabasen su intimidad con Dios, comprendió que había aprendido a vivir en lo que ella llama la “celda interior del adentramiento en Dios y de su propio conocimiento”. Su actividad sería la proyección de su contemplación.
Comienza su relación personal y epistolar con grandes personalidades del gobierno y de la Iglesia ―primeras cartas a los príncipes de la Iglesia―.
Todos sus discursos, acciones y hasta su silencio inducía al amor, a la virtud. Según el Papa Pío II, nadie se acercó a ella que no le fuera mejor.
Santa Catalina llegó a influenciar en dos Papas, numerosos prelados y religiosos. Más que ningún otro factor, fueron las oraciones y sacrificios de esta joven esposa de Cristo, las que le permitieron ser instrumento de mensajes divinos que llegaron a ser escuchados por el Papa.
Da los primeros pasos promoviendo la Cruzada para recuperar, de manos de los infieles, el Santo Sepulcro.
En esta etapa de madurez, 1371-1372, a los 24-25 años, empieza su actividad política. Con la fortaleza recibida del Señor, Catalina continúa creciendo en su fervor y efectividad en el apostolado, primero entre la gente de Siena, luego en Pisa, en Florencia, y eventualmente en las ciudades papales de Aviñón y Roma.
Catalina fue atrayendo a un grupo de devotos amigos. Crea un grupo de reflexión: «la bella brigata», compuesto por amigos, laicos y hermanos predicadores. Entre ellos hay notables, pintores, nobles. En el grupo se confrontan las grandes tendencias de la época con el Evangelio de Jesucristo y se especifican compromisos; porque, según Catalina, «el hombre no vive de flores, sino de frutos». Ella viene a ser la guía espiritual y la «mamma».
Estableció una inspiradora correspondencia que alcanzó seis volúmenes. Comenzaba todas sus cartas con estas palabras: «En el nombre de Jesucristo Crucificado y de la dulce María».
Esteban fue uno de los discípulos más cercanos a Catalina. Hijo de un senador de Siena, este noble había sido reducido a la ruina por sus enemigos. La Santa le enseñó el camino del Evangelio y la renuncia a las cosas del mundo. Se hizo secretario de la Santa y compiló sus palabras y cartas. Fue su compañero en los viajes a Aviñón, Florencia y Roma. Más tarde, por consejo de la Santa, Esteban se hizo monje Cartujo. Asistió a la Santa en su muerte y escribió su vida.
El 1374, es llamada por el Capítulo General de la Orden de Predicadores reunido en Florencia para ser examinada de las acusaciones que se le hacen. Sale airosa de la prueba. Se le asigna como director al dominico Raimundo de Capua, asunto que ella considera una gracia de la Virgen, y que llegaría a ser Maestro de la Orden y discípulo de la santa.
Catalina había orado mucho tiempo para conseguir un buen confesor y director espiritual. Ella, como todos los Santos, comprendía la importancia de ser guiada por un santo pastor de almas. Un día, durante la misa en la Iglesia dominica de Santa María Novella, en Florencia, le pareció a la Santa que la Virgen estaba de pie a su lado y le indicaba un sacerdote para que fuera su guía: el Padre Raimundo de Capua.
Éste se convirtió en el director espiritual de Catalina. Después de muchos años de una relación muy fructífera, le llamó: «mi Padre y mi hijo, quién mi dulce Madre María me regaló». Él por su parte creció mucho espiritualmente gracias a la inspiración de la Santa y llegó a ser beatificado.
Regresa a Siena y se dedica en cuerpo y alma a la atención a los enfermos a causa de la Peste Negra. El comportamiento de Catalina es heroico.
Catalina tenía gran compasión por los enfermos y los atendía con esmero. En una visita a Pisa, enviada por sus superiores, sanó a muchos enfermos y aún a más almas.
En al menos dos ocasiones Catalina recibió ayuda sobrenatural de parte de la Virgen cuando preparaba comida para los demás. Una vez cuando estaba horneando pan para su familia, otra vez fue durante una epidemia, donde por la misma cantidad de harina que tenían todos los demás, logró sacar cinco veces más pan. No debemos olvidar que Jesús le concedía tanto porque ella por su parte era siempre fiel, presta para sufrirlo todo y pasar las mayores pruebas por Su amor.
El mayor de los milagros posiblemente fue su paciencia ante los severos ataques y reproches, aún de personas desagradecidas que ella había beneficiado con sus servicios. Así fue el caso de una mujer leprosa, a quien todos habían abandonado y que Catalina cuidó con esmero. Su cuidado continuó igual a pesar de los insultos de la mujer. Atendió a otra mujer cancerosa.
Por mucho tiempo Catalina vencía su natural desagrado y limpiaba y curaba sus llagas. Ésta sin embargo publicó contra Catalina las calumnias más infames, las que fueron secundadas por una hermana del Convento. Catalina sufrió en silencio la persecución violenta, y continuó con afecto sus servicios hasta que con su paciencia y oración obtuvo de Dios la conversión de ambas.
1375 – Llagas de Cristo. Luchas políticas.
El primero de abril de 1375 viaja a Pisa y recibe los estigmas de la pasión, aunque su aspecto es de luz, no de sangre. Cristo imprime en el cuerpo de Catalina sus propias llagas.
Su tiempo se caracteriza por rencores y convulsiones políticas. Pero Catalina une a su contemplación en el mundo, una gran destreza para las negociaciones políticas y un talento de hombre de estado.
Nannes, un poderoso personaje, fue llevado ante la Santa. Nada de lo que ella le decía parecía tener efecto. Entonces Catalina hizo una pausa repentina para ofrecer oraciones por él. En ese mismo instante el joven comenzó a llorar, profundamente convertido. Se reconcilió con sus enemigos y se dedicó a la penitencia. Cuando más tarde Nannes tuvo muchas calamidades temporales, la Santa se alegraba entendiéndolo como para su bien espiritual.
«Dios purgó su corazón«, dijo Catalina, «del veneno con que estaba infectado por su gran apego a las criaturas». Nannes dio a Catalina una mansión la cual ella, con la aprobación del Papa convirtió en un Convento. Fueron muchas las conversiones impresionantes que se lograron por su mediación. Entre ellas, durante la pestilencia de 1374, en la que sirvió a los enfermos, las de dos Santos dominicos, Raimundo de Capua y Bartolomé de Siena.
Los pecadores más empecinados se ablandaban ante el poder de sus exhortaciones.
En este año, Florencia, Perugia, una gran parte de la región Toscana de Italia y hasta de los Estados Pontificios, entraron en liga contra la Santa Sede. El corazón de Catalina, que tres años antes había profetizado estos eventos, se traspasó de dolor.
Viaja a Lucca y luego regresa a Pisa para evitar que la ciudad se una a la Liga Toscana. Por sus oraciones y esfuerzos, muchas ciudades, entre ellas Arezzo, Lucca y Siena se mantuvieron fieles al Papa.
De regreso Siena, consigue la conversión de Niccoló di Toldo, acusado de espionaje, antes de ser ejecutado.
Como Catalina dedicaba toda su vida enteramente al servicio del Crucificado y de su dulce Madre, Ésta a menudo venía en su auxilio. En ocasiones en que Catalina tenía entre manos la conversión de un endurecido pecador, se dirigía con confianza a la Madre de Misericordia. A través de la Virgen Santísima logró la gracia de la resignación y de la paz para este joven condenado a la decapitación, y pudo estar con él hasta el final.
«Esperé por él en el lugar de la ejecución, esperé en oración continua, y en la presencia de María y antes que él llegase, puse mi cabeza sobre el ladrillo y oré suplicándole al cielo, repitiendo: «¡María!». Quería obtener la gracia de que Ella en el último momento, que le diera luz y paz. Y María no me defraudó».
El Papa Gregorio XI, que tenía residencia en Aviñón, no conseguir nada con sus cartas a Florencia, por lo que envía un ejército a esta ciudad.
Las divisiones internas causaron que los florentinos buscaran la reconciliación. En 1376, a sus 29 años, los florentinos nombran a Catalina embajadora ante el Papa, pidiéndola que sea su mediadora. Por eso emprende viaje a Aviñón. La Santa llegó allí el 18 de junio. El Papa se reunió con ella y con gran admiración por su prudencia y santidad, le dijo: «No quiero otra cosa sino paz. Pongo este asunto enteramente en tus manos».
El papado se encontraba en Aviñón, (hoy parte de Francia) desde el año 1314, cuando fue electo Papa el francés que tomó el nombre Juan XXII. Sus sucesores también residieron allí. El Papa es el obispo de Roma, por lo que los romanos protestaban ya que su obispo los había abandonado por setenta y cuatro años y amenazaban con un cisma. Gregorio XI había hecho un voto secreto de regresar a Roma, pero no se decidía al notar la resistencia de su corte.
Aprovechando la presencia de Catalina en Aviñón, le consultó el caso. «Cumpla lo que le ha prometido a Dios», fue la respuesta de Catalina. La Santa recibió del Señor la certeza de que el Papa debía regresar a Roma, y aquel fue el momento en que se lo pudo comunicar. El Papa, sorprendido de que supiese por revelación lo que él no había confiado a nadie, decidió cumplir con su traslado a Roma.
No tardaron en aparecer las envidias y las preguntas farisaicas de los que deseaban atrapar a la Santa. Pero se quedaban asombrados ante sus respuestas a las cuestiones más difíciles sobre la vida interior y otros temas.
Catalina fracasa en la misión política encomendada por los Florentinos, pero logra convencer a Gregorio XI para que vuelva a Roma. Ella le escribe en varias ocasiones animándole a apresurar su retorno a Roma. El Papa salió de Aviñón el 14 de septiembre de 1376. Conseguido su propósito, Catalina regresa a Siena.
El 17 de enero de 1377, Gregorio XI entra en Roma. Aunque el retorno que no puso fin a las hostilidades. Debido a los sucesos de Cesena el cardenal Roberto de Ginebra, y futuro antipapa Clemente VII, ordenó masacrar a la población soliviantando de tal modo al pueblo romano que el Papa se vio nuevamente obligado a salir de Roma y volver a Aviñón a finales de mayo de 1377.
Pero su intención de unir a la Iglesia le hizo volver nuevamente a Roma el 7 de noviembre.
Por otro lado, los florentinos continuaban con sus intrigas contra el Papa, por lo que éste envió a Catalina a vivir en esa ciudad para negociar la paz.
La muerte inesperada de Gregorio XI, el 26 de marzo de 1378, impedirá a este Papa un nuevo retorno a Aviñón ―ya que se sentía amenazado en su propio palacio―.
El 7 de abril de 1378 se elige como nuevo Papa al italiano, Bartolomeo Prigmano, Arzobispo de Bari, el cual toma el nombre de Urbano VI.
Catalina sufrió muchísimo, y en varias ocasiones peligraba su vida. Tras una revolución en la que esta está a punto de ser asesinada, UrbanoVI reanuda las negociaciones de paz con Florencia, que terminan con éxito el 18 de julio gracias a la mediación de Catalina. La santa regresa a Siena a finales de Julio.
En el mes de octubre se produce el cisma de occidente: los cardenales franceses se reúnen en cónclave, en la cuidad de Fondi, deponen a Urbano VI y eligen un Antipapa, el Cardenal Roberto de Ginebra, que toma el nombre de Clemente VII.
Catalina tras dictar el libro de «El Diálogo», se traslada a Roma, llamada por el Papa.
1379
Estalla la guerra entre el Papa y el Antipapa.
Catalina comienza una ardiente campaña para la movilización de la ciudad eterna y de otras ciudades en apoyo al Papa de Roma, Urbano VI.
Trabaja incansablemente por una unidad de la Iglesia, que no logra ver, ya que el 29 de abril de 1378, abrumada por el peso de la mavicella, la nave de la Iglesia que siente gravitar sobre sus hombros, Catalina entrega, a consecuencia de un ataque de apoplejía, su alma a Dios. Fallece a los 33 años ofreciendo su vida por la “Esposa amada”.
Poco antes de morir, dice al P. Dominici: «Si muero, estad seguro que la única causa de mi muerte es el celo por la Iglesia que me abrasa y me consume».
Fue sepultada en la basílica dominicana de Santa María sopra Minerva.
La familia dominicana la considera como su madre.
Pío II fue el pontífice que la canonizó en 1461.
Ya en 1970, y a pesar de que nunca tuvo una preparación académica formal y no sabía leer ni escribir, Pablo VI, la nombró Doctora de la Iglesia, un reconocimiento que también recibió ese año Santa Teresa de Jesús. Santa Catalina es, por tanto, una de las cuatro doctoras de la Iglesia ―las otras doctoras son: Santa Teresa de Ávila, Santa Teresita del Niño Jesús y Santa Hildegarda de Bingen―.
En su Leyenda dorada, el hagiógrafo medieval Santiago de la Vorágine —o más bien alguno de sus copistas— dijo de Santa Catalina lo siguiente: «Esta virtuosísima virgen, entre otros carismas muy notables, poseyó en grado eminente el espíritu de profecía y recibió de Dios la gracia singular de obrar muchísimos milagros, por ejemplo, éstos que nos limitaremos a enumerar: con sus oraciones consiguió que su propia madre, que había muerto sin confesarse, tornara a la vida y recibiera los sacramentos. En numerosas ocasiones obligó a los demonios a salir de los cuerpos de los posesos y fue instrumento de Dios para la realización de infinidad de obras maravillosas»
“La leyenda dorada”,traducción del latín de Fray José Manuel Macías, tomo II, Madrid, Alianza Editorial, 1982 /Pg. 970
Es patrona de Europa, Italia, Siena, prevención de incendios, bomberos, abortos, enfermeras, personas ridiculizadas por su fe, tentaciones sexuales, tentaciones, enfermedades, contra el fuego.
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Aunque analfabeta, como gran parte de las mujeres y muchos hombres de su tiempo, se la considera una de las mujeres más ilustres de la edad media, maestra también en el uso de la lengua Italiana.
Escribió trescientas setenta y cinco cartas que son consideradas una obra clásica, de gran profundidad teológica. Van dirigidas muchas de ellas al papa, cardenales, príncipes y nobles, siendo importantes para la historia de ese periodo. Expresa los pensamientos con vigorosas y originales imágenes.
Escribió un maravilloso libro titulado “Diálogo de la Divina Providencia” (en seis tratados), que es un diálogo entre ella misma y Dios Padre, dictado en trance en 1378, donde recoge las experiencias místicas por ella vividas y donde se enseñan los caminos para hallar la salvación. Posteriormente el libro se divide en cuatro tratados (sobre sabiduría religiosa, oración, providencia y obediencia), con el nombre de “Libro de la Divina Doctrina”.
Escribió también veintiséis oraciones, varios oráculos proféticos cortos.
Históricamente el tratado más interesante es el de la oración, en el que Catalina subraya el valor de la oración del corazón, que no necesita palabras, en contraposición al mero formalismo.
No escatima críticas sacerdotes, cardenales ni al papa, reprobándolos por sus delirios y amonestándolos por su alto deber. Pero aunque proclamó la necesidad de una reforma siempre quiso estar con su Iglesia, siendo inquebrantable su lealtad a la fe católica.
Sus obras completas fueron editadas primero por Aldus en Venecia en 1500, pero la mejor de las antiguas ediciones es la de G. Gigli L’Opere della Serafica Santa Caterina da Siena (5 vols., Siena, 1707-26).
«El Diálogo», «Las Cartas», «Oraciones»
Santa Catalina de Siena y la Eucaristía
Vida y obra de la Doctora de la Iglesia santa Catalina de Siena de la Orden de Predicadores
Vídeo sobre Santa Catalina de Siena
Roma forma expertos en la santa rebelde, Santa Catalina de Siena
Santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia
El Papa Benedicto XVI habla en la Audiencia General sobre Santa Catalina (24-11-2010)
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Una gran Mujer modelo de fidelidad, en su fe, y como esposa de jesuscristo. yo Millie herrera la admiro y me gustaria hacer un poquito de todo lo que ella hizo, para ayudar a los enfermos. Dios por tu misericordia ayudame ha llevar paz y mucho amor de tu parte en los corazones que sufren.
me gusto mucho la pagina de santos aprendemos mucho de ellos.