La paz del corazón
… los pensamientos han de ser dejados de lado, priorizando la oración continua para permanecer en la Presencia de lo sagrado, incluso en medio de las simples actividades cotidianas.
La mente, que tan útil puede ser para realizar actividades necesarias y que se comporta de manera tan funcional cuando ejecuta sus actividades específicas; puede ser un enemigo muy difícil, cuando se le permite la divagación, la imaginación y, en general, que sirva para hacernos huir del instante, del momento en el que estamos.
La gracia está ahora, la inspiración del Espíritu Santo y las mociones que El Señor habla en el corazón son ahora, no donde y cuando nos llevan los pensamientos.
Hay una clase de pensamientos particularmente dañinos si llegamos a identificarnos con ellos; los que son repetitivos y que tienden a criticar a otros o a la situación en que nos encontramos. Ya al principio del día suelen atacar, haciendo consideraciones negativas acerca de aquello con lo que nos encontramos.
Que alguien ha dejado una copa usada sobre la mesa, que se encuentra desordenada la biblioteca, que el clima vuelve a presentarse desapacible o se nos aparece una lista de actividades por venir que son anticipadas como ingratas y molestas. Empieza a cultivarse rápidamente el campo de la insatisfacción.
Cada quién con los argumentos propios de su circunstancia, conoce este automatismo que nos aleja de la percepción de la divina presencia y de la belleza inherente que nos regala la vida con el solo atributo de su existencia.
Aquí se presenta la encrucijada, una opción parece pertenecernos: Seguir estos pensamientos rutinarios y harto conocidos o desecharlos sin discutir con ellos y reemplazarlos por la oración de Jesús o la oración que sea de nuestra predilección.
Oponerse a estos pensamientos tratando de argumentar en su contra es una trampa que nos sumerge aún más en el olvido del instante y nos hace vivir de modo hipnótico, divagatorio, sin conciencia de nuestro ser y estar.
Apenas uno advierte que ha empezado a vivir en este torbellino, girarse interiormente hacia la oración, hacia ese sitio del alma, la ermita interior, donde vive nuestro deseo de Dios, los mejores anhelos, la esperanza de una vida atravesada por lo sagrado.
No es sencillo y puede llevar un tiempo donde sean necesarios los repetidos intentos, pero poco a poco nos acostumbramos a no escuchar a «la loca de la casa» como decía Santa Teresa y a vivir desde la profundidad del corazón. Si estoy atento a lo que hago, atento a la percepción; las actividades van ejecutándose con la funcionalidad que tiene nuestro cuerpo y nuestra mente cuando se dedican a la tarea para la que fueron creados.
Es preciso darse cuenta que uno no es ese pensar crítico, quejoso y mal humorado; de que este ocurre sin voluntad alguna de nuestra parte y que, por ello, no debemos identificarnos. Del mismo modo que uno escucha a veces el ruido de los mecanismos digestivos, sin creer por ello que uno los hace voluntariamente; se puede advertir también este suceder sin intención en aquellos pensamientos repetitivos.
Puede tratárselos como se trata a los ruidos de la calle cuando entran por la ventana: ignorándolos. Mientras menos se los atiende, más silenciosos se vuelven, llegan a pasar desapercibidos. Al darnos cuenta de que estamos sumergidos en la divagación, volver a la oración. Una y otra vez, con simpleza y humildad, aceptando que nos llevará tiempo reemplazar el hábito de la distracción por el de la vigilancia.
Una tranquilidad empieza a aposentarse en nuestro cotidiano, junto con una suave alegría. Los pensamientos tienden a silenciarse al compás de la oración y uno se da cuenta de que la gracia siempre está fluyendo, de que Dios nunca se había alejado de nosotros.
Las actividades necesarias se siguen efectuando, sin embargo no estamos dependiendo de ellas y de su resultado para bien sentirnos. Curiosamente, todo empieza a ir mejor y cuestiones antes dificultosas se resuelven con bien y más rápidamente.
Siempre sopla el viento de la gracia de Dios y el Espíritu Santo vive en la intimidad del corazón. Esto se descubre claramente, apenas se descorre el velo de los pensamientos.
El texto anterior es propio del blog
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Muchas gracias. No es fácil quitar el velo de los pensamientos pero es posible, sobre todo si no se discute con ellos. ¡Dios mio cuantas discusiones inútiles y para nada! Así se entienden muchas cosas. Solo Dios en su infinita misericordia puede librarnos con su amor. El nos permita avanzar en este camino de oración y yo les agradezco su difusion.
Simplemente gracias. Me han fortalecido en la lucha espiritual.