La paz del corazón
Una de las características del monje arquetípico y del monje cristiano en particular, en todas las épocas, es la búsqueda de la familiaridad con la sagrada escritura. Una rumia constante de la palabra, no para encontrar erudición sino para internalizar la enseñanza, para vivir ese mensaje del que hace su regla de vida.
La familiaridad implica conocimiento y confianza. Lo familiar permite la cercanía y se establece con facilidad un diálogo que es fructífero y profundo, marcado por el cariño y la verdad. A tal punto llega a ser íntima la escritura con el monje que hasta sus divagaciones pueden rondar en torno a las verdades reveladas, alrededor de su sentido último y en pos de los significados que a él mismo, de manera personal, los versículos le van revelando.
La repetición memoriosa en ocasiones de los fragmentos del día viene a ser una de las formas de la oración implícita, de ese «estarse en la presencia» que es el camino y la meta de la vida monástica. Con el tiempo se llega a reconocer la propia voz en la salmodia paciente y estos antiguos poemas nos parecen escritos por nosotros mismos, cuando intuitivamente los traducimos a la realidad personal del día a día.
A veces la simplificación de la vida y la unicidad de propósito permite que unos pocos párrafos, de alguno de los evangelios, se torne en criterio general de discernimiento para cualquier situación. Y entonces toda duda o conflicto se resuelve a la luz de aquella enseñanza, de esa palabra divina inspirada a los hombres en distintas situaciones y momentos. Solo se puede amar lo que se conoce. ¡Dame Señor a beber de tu palabra cada día, enseña la verdad a mi corazón, para que pueda amarte y vivir en línea con tu voluntad!
Lectio Fraternus, domingo 4 de febrero en este enlace: https://us02web.zoom.us/j/87442719982
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