La paz del corazón
Muy estimadas amigas y amigos de la oración de Jesús.
Comienzo mi relación epistolar con ustedes tratando sobre un incesante devenir, un diálogo constante, una permanente oscilación. Es nuestra mente vagabunda que se mueve como hoja llevada por el viento.
Es necesario darse cuenta del estado de nuestra mente, de qué modo nos maneja, cuán esclavos somos de sus vaivenes.
Es que en ella se refleja el movimiento de los humores del cuerpo. A cada proceso digestivo, al ritmo respiratorio, al estado de los órganos, a cada tensión muscular, se corresponde inmediatamente y sin que nos anoticiemos, una agitación mental. Lo que solemos llamar pensamientos. Pero más preciso sería hablar de divagaciones, porque el pensamiento es algo ordenado y fruto de la intención.
Una aguda observación nos muestra que son escasos los pensamientos juiciosos y que en general se forman en base a las ansias que nos encadenan a diversos apetitos.
La oración de Jesús es un camino largo y profundo que sin embargo no tarda en mostrar sus efectos. Pero para ello es preciso tener claro el primer objetivo: Reemplazar la divagación por la oración.
Aunque no parezca, ese permanente rumor de fondo que constituyen los diálogos internos, puede ser acallado en no mucho tiempo, mediante la repetición del Santo Nombre de Jesucristo. Luego de que la oración se ha hecho un hábito mental, será el momento de nuevas etapas de profundización, adoración, silencio y contemplación.
Pero para adquirir esta santa costumbre es necesario hacer el acto interior de renuncia a la charlatanería mental. El silencio de la boca es útil siempre y cuando resulte del silencio mental. De otro modo, quién calla por fuera grita por dentro.
Hay quienes creen que la oración de Jesús, también llamada oración del corazón es un método en cuanto a su acepción de “camino” y no está mal pensarlo así. Pero aquellos que la practican con asiduidad y por largo tiempo se han convencido que es mucho más. Es una forma de vivir en la Presencia del Señor y llega a modificar de raíz la vida del practicante.
Quién llega a adentrarse en ella no puede volver atrás. Es necesario reflexionar antes de adoptarla para sí, ya que produce un aumento de la propia conciencia, de tal manera que el saberse pequeño, necesitado en extremo de la ayuda divina y presa de innúmeras debilidades se hace patente.
Desde el punto de vista de la psiquis el que esta oración abraza ha de irse despidiendo de los pensamientos. La principal dificultad no es acostumbrarse a la oración sino renegar de ellos. Y esto, porque solemos identificar este discurrir de la mente con nosotros mismos.
Esto no es así, pero lleva un tiempo descubrirlo. No somos eso que habla a cada momento, no soy el que piensa esto o aquello; no soy esa opinión ni ese juicio o creencia sobre eso otro o lo de más allá.
Se llega a descubrir por propia experiencia y no por dichos o lecturas, que en el corazón habita Cristo como luminaria continua. Y a la luz de ese hermoso fulgor llegará a develarse el propio rostro del buscador sincero que eligió Su Nombre como herramienta, bandera y objeto de devoción.
No debería iniciar este camino quién esté muy apegado a sus pensamientos. Tampoco quién esté conforme con su vida espiritual. Es para quienes no han encontrado a Dios todavía, para quienes no se sienten satisfechos con sus progresos, para los que, a veces, sienten que fracasan de continuo en todo lo que emprenden. Y esto último no porque las cosas les vayan mal en el mundo necesariamente sino porque no se sienten completos en ninguna actividad.
El Señor nos llama por diversos caminos y todos ellos son adecuados para distintas personas. A esta vía también se es llamado. Suele manifestarse como una inclinación del corazón hacia lo simple. Como un deseo de silencio y de ausencia de complicaciones. También como un creciente amor a la persona de Jesucristo, una profunda admiración por él.
Por eso, lo primero es acostumbrar la mente a la oración. Hay quienes toman papel y lápiz y la escriben como se estilaba antiguo en los colegios, a repetir la escritura de una frase. Hay quienes salen a caminar y la llevan en sus pasos como acompañando el ritmo. Otros, la pronuncian con la boca cada vez que pueden y hasta la cantan. También he visto a los que sentados en quietud buscan la lenta espiración del Nombre.
El que se inicia debe encontrar su puerta de ingreso. El Padre del cielo nos hizo diversos.
En general, algo puede servir a todos:
– Al despertarse, apenas se toma conciencia del inicio de un nuevo día, pronunciar la oración de Jesús, una y muchas veces, con tranquilidad, con la boca o la mente, mientras uno se viste y se prepara para la jornada.
– Repetirla en cada momento de soledad o de pausa en el frenesí cotidiano. Sea que uno esté en un ascensor, esperando el transporte o simplemente yendo al lavabo.
– Apelar a ella cada vez que uno se descubre inquieto, angustiado o fuera de centro. Allí, decir con profundidad de sentimiento la frase elegida.
– Al acostarse, mientras uno se desviste, al cobijarse, entrar en el sueño reparador confiando en la misericordia de Aquél a quién nombramos.
Respecto de la frase de la oración de Jesús.
La jaculatoria “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador!” además de ser la forma tradicional ofrece ventajas que en otro momento trataremos. Hay quienes reemplazan la palabra piedad por misericordia entendiendo con ello que invocan más el acercamiento del Señor al propio corazón.
La oración a utilizar puede acortarse sin problemas según la sensación que el orante perciba más adecuada. Incluso muchos, llegan a pronunciar solo ¡Jesucristo!…¡Jesucristo!…como adoración continua.
Estemos atentos a decirla con sentimiento. Enfatizando con la emoción las palabras sean mentales o vocales. Pero no nos desalentemos si llegamos a decirla sin haberla considerado o incluso sin conciencia en algún momento.
Importa que ella se vaya esculpiendo en todo el templo interior y por si sola nos hará acordar de que la estábamos diciendo sin sentirla. Pero vale más repetir Su Nombre sin ser aún consciente de ello, que divagar con la misma inconsciencia en torno a cualquier viento.
En algún otro momento trataremos el misterio revelado de que el mismo Nombre trae la presencia de Aquél que se nombra.
Los saludo invocando a Jesucristo fuente de todas las misericordias.
Lecturas bíblicas recomendadas: Rom.7,12-25; 8,5-17