La paz del corazón
Muy estimadas amigas y amigos de la oración de Jesús.
Continuando nuestra relación epistolar, les comento hoy el tema de la tiranía que puede llegar a ejercer el cuerpo mal acostumbrado sobre todo nuestro ser.
Las lecturas bíblicas recomendadas en la carta anterior, apuntaban a prepararnos para este tema, algo complicado de aceptar, habida cuenta de la fuerte influencia de la cultura actual, en sentido contrario.
Nuestro cuerpo, es templo del Espíritu Santo; su funcionamiento no puede explicarse por el movimiento de sus partes, o por la relación entre los órganos, sino por una fuerza que lo anima y sostiene, que propiamente transforma la carne en ser humano viviente.
También podemos decir que nuestro cuerpo es una vía hacia la experiencia terrenal; a través de él y sus sentidos nos llegan las informaciones varias que constituyen, luego de organizadas, lo que llamamos experiencia.
Asimismo, este organismo se convierte en instrumento para desplegar nuestra intención en el mundo de los demás hombres y de la naturaleza. Deviene herramienta.
La oración de Jesús nos permite, luego de intensa práctica, acceder a la experiencia personal del Espíritu Santo, experimentar lo trascendente en el tejido de lo cotidiano y poner nuestro instrumento corporal al servicio de los hermanos.
El cuerpo es algo que maravilla, su diseño y funcionamiento deslumbran a quién con atención contempla su funcionamiento. Pero es preciso ubicarlo en la posición que se le asignó desde un principio: Servir al alma para volver a Dios.
Cuando en lugar de instrumento al servicio de la elevación espiritual, personal y del prójimo, se convierte en el regente de nuestra vida, el creciente infortunio y el dolor progresivo mostrarán la inconveniencia de ponerlo al mando.
Si permitimos que los apetitos del cuerpo regulen nuestras actividades, veremos un paulatino acercamiento a la conducta animal. Es que esa es su real naturaleza si lo dejamos sin el gobierno del alma y sin la influencia bienhechora del espíritu.
Lo que sería sueño reparador se convierte en apabullante inercia que nos mantiene vegetando adormilados. La casta y amorosa sexualidad, que puede reflejar el amor divino, termina en desenfreno, ansia constante y aniquilamiento de la vida. La sana alimentación que merced a las previsiones de la naturaleza creada fortalecería al ser humano, desemboca en embotamiento, hartazgo que enferma y disfunciones múltiples.
Toda la sociedad y la cultura actual están orientadas a la satisfacción de lo efímero, a la búsqueda de medios para aumentar y prolongar aquello que tiene a la fugacidad por esencia. No es extraño que abunde la depresión, el tedio existencial, las mil manías y violencia en diversas formas.
La sencillez de la vida evangélica no muestra sino el funcionamiento edénico, aquella forma sagrada en la cual fuimos creados y a la cual es posible retornar, cuando la gracia del Espíritu Santo toma el control de nuestra vida. “Si El Señor no construye la casa, en vano se esfuerzan los constructores…” (Salmo 126)
Bien. ¿Y cuál ha de ser nuestro esfuerzo? Hemos de hacer nuestra parte: Debemos ordenar nuestra vida corporal y material, mientras vamos centrando la mente y el corazón en torno a la oración de Jesús.
Esa es una tarea posible y necesaria, imprescindible. Lo demás, es gracia.
Porque a esta ascesis de los pensamientos de que hablábamos, a la labor de centrarlos, unificándolos en torno al Santo Nombre, ha de corresponderle una ascética del cuerpo, una estructura de moderación mínima, que al menos no contradiga por debajo lo que se quiere hacer arriba.
Algunas sugerencias generales, que habrá que revisar en cada caso particular:
– Manejarse en lo material y corporal en base a lo necesario y no a lo superfluo. Así, el descanso, la alimentación, el trabajo, y la recreación, tienen una medida, que la conciencia que se atiende guiada por el Evangelio, acierta rápidamente a precisar.
– Es lo que los monjes antiguos llamaban nepsis (sobriedad) que no era sino una escuela de lo moderado. Pensar solo lo necesario, hablar solo lo necesario y así con cada aspecto de la vida. Porque esto nos permite orar lo necesario, esto es sin cesar, como está dicho. (Luc. 18, 11 y 1° Tes. 5, 17)
– Puede servir realizar individualmente una revisión de las propias conductas a fin de detectar aquellos aspectos de la vida donde se manifiesta lo inmoderado, lo que esta fuera del centro; aquello que no se adecúa a lo que haría Cristo. Esto es un trabajo de reflexión personal, pero que puede ser muy útil de conversar en los grupos, a fin de aprender unos de otros.
Del mismo modo que en la carta anterior hacíamos referencia a la necesidad de disponerse a renunciar a los propios pensamientos divagatorios, hoy enfatizamos la necesidad de disponerse a tomar el control del propio cuerpo, a convertirlo en instrumento eficaz del crecimiento espiritual. Esto puede llevar tiempo y no será fácil, pero sin la actitud de férrea determinación a llevarlo adelante, no se conseguirá.
Es muy conveniente que estas cosas se comprendan tranquila y profundamente. No se iniciará adecuadamente una ascesis y menos aún se sostendrá, sino existe previamente una comprensión acabada de su necesidad espiritual.
Quién se siente llamado a este tipo de oración debe saber que para progresar habrá de darle al cuerpo la norma de lo necesario, no más. Y a la mente la oración de Jesús, no más.
Poco a poco la oración empieza a transformarnos, se hace continua e ininterrumpida. Surgirá en lo mirado, en lo respirado, en lo sentido, se revela como un fondo de bienaventuranza que actualiza el evangelio en nosotros.
Mientras esto va modelándose, empieza a encontrarse el corazón interior, morada carnal y espiritual donde habita Cristo y la plenitud de la gracia.
Los saludo invocando a Jesucristo, fuente de paz verdadera.
(Además de las lecturas antes mencionadas, recomendamos: 1 Cor. 6:19)
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