La paz del corazón
El hacer reverente en la vida cotidiana, la unción que puede transparentarse en todo lo que hacemos es algo muy relevante y de trascendencia para el alma… Lleva tiempo acostumbrarse a ese modo de actuar, de tal manera que luego se convierte en algo similar a una segunda naturaleza.
Es una muy grata sensación aquella en que -arreciando la tormenta o atacando el enemigo- se advierte que, sin esfuerzo, nada perturba la ceremonia del “hacer-estando-allí“.
Si te encuentras en ocasiones descentrada o habiendo perdido el hilo de la jornada, concentra tu atención en cualquier actividad que tengas por delante, aplicándote especialmente al comienzo de la misma, recuperando el tono correcto. Hemos de tender a la pulcritud en todo.
El orden en el cual nos desenvolvemos, la limpieza de nuestro cuerpo, de nuestros vestidos, de nuestros enseres, la sistemática con la que organizamos nuestros días, han de estar teñidos de lo usual en la liturgia. Se trata de un modo especial de tratar con los objetos, con las personas y las situaciones, en las que lo más importante radica en el modo, no tanto en el “que”.
Porque en este caso, es todo ante Dios y para Dios, sea lo que sea lo que nos toque emprender.
Un buen indicador de que estamos encontrando el ajuste adecuado, será cuando notes la misma reverencia y cuidado en el lavado de la vajilla que en el propio caminar; en el barrido de los pisos que en el movimiento con el que tu brazo descorre las cortinas. Será entonces “la ceremonia interior” de tender la mesa para la comida, de hablar con tu vecino o de pintar un icono.
Uno se transforma en oficiante de la vida y cada día en un altar. No erraban los Padres antiguos cuando hablaban de la vida como misa y sacrificio eucarístico, en su pleno sentido de acción de gracias.
Cuando esto se instala, hablar con el prójimo resulta trabajo simbólico de transformación espiritual, en donde los significados se recrean conforme se avanza en el camino.
Concientiza esto: Ese modo de hacer es oración en la acción que no vale ni más ni menos que otras formas de oración, sencillamente porque la oración no es un bien medible o justipreciable, no es algo a lo que pueda asignarse valor.
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