Sabiduría de un pobre

by Equipo de Hesiquia blog en 23 abril, 2010

Fragmentos

[…] – No me comprendes- respondió Francisco- porque esta actitud de humildad y de sumisión te parece cobardía y pasividad, pero se trata de algo muy distinto. Yo también he estado mucho tiempo sin comprender, medio abatido en la noche, como un pajarito cogido en la trampa, pero el Señor tuvo piedad de mí, me ha hecho ver que la más alta actividad del hombre y su madurez no consiste en la prosecución de una idea por muy elevada y muy santa que sea, sino en la aceptación humilde y alegre de lo que es, de todo lo que es.

El hombre que sigue su idea permanece cerrado en sí mismo. No comunica verdaderamente con los otros seres. No llega a conocer nunca el universo. Le falta el silencio, la profundidad y la paz. La profundidad de un hombre está en su poder de acogimiento. La mayor parte de los hombres permanecen aislados en sí mismos, a pesar de todas las apariencias. Son como insectos que no llegan a despojarse de su caparazón. Se agitan desesperadamente en el interior de sus límites. A fin de cuentas, se encuentran como al principio. Creen haber cambiado algo, pero mueren sin haber visto ni siquiera la luz. No se han despertado nunca a la realidad. Han vivido en sueños.

[…] –Pero entonces, ¿todos los que intentan hacer algo en este mundo son soñadores?- dijo después de un momento de silencio.

-Yo no digo eso- respondió Francisco-, pero pienso que es difícil aceptar la realidad. Y, a decir verdad, ningún hombre la acepta nunca totalmente. Queremos siempre añadir un codo a nuestra estatura, de una u otra manera. Tal es el fin de la mayor parte de nuestras acciones. Aun cuando pensamos trabajar por el reino de Dios es muchas veces eso lo que buscamos, hasta que un día tropezando con un fracaso, un fracaso profundo, no nos queda más que esta sola realidad desmesurada: Dios es.

Descubrimos entonces que no hay más todo poderoso que Él, y que Él es el solo Santo, el solo Bueno. El hombre que acepta esta realidad y que se goza hasta el fondo de ella ha encontrado la paz. Dios es, y eso basta. Pase lo que pase, está Dios, el esplendor de Dios. Basta que Dios sea Dios. Sólo el hombre que acepta a Dios de esta manera es capaz de aceptarse verdaderamente a sí mismo. Se hace libre de todo querer particular. Ninguna otra cosa viene a turbar en él el juego divino de la creación. Su querer se ha simplificado y al mismo tiempo se hace vasto y hondo como el mundo.

Un simple y puro querer de Dios, que abraza todo, que acoge todo. Ya nada le separa del acto creador. Está enteramente abierto a la acción de Dios, que hace de él lo que quiere, que le lleva a donde quiere, y esta santa obediencia le da acceso a las profundidades del universo, a la potencia que mueve los astros y que hace abrirse tan graciosamente las más humildes flores del campo. Ve claro en el interior del mundo. Descubre esa soberana bondad que está en el origen de todos los seres y que estará un día toda entera en todos, pero él la ve ya esparcida y extendida en cada ser.

Participa él mismo en la gran forma de la bondad. Se hace misericordioso, solar, como el Padre, que hace resplandecer su sol con la misma prodigalidad sobre los buenos y los malos. ¡Ah, hermano Tancredo!, ¡qué grande es la gloria de Dios! ¡Y el mundo resuma de su bondad y de su misericordia!

-Pero en el mundo- contestó Tancredo- están también la falta y el mal. No podemos dejar de verlos y en su presencia no tenemos derecho a permanecer indiferentes. Desgraciados de nosotros si, por nuestro silencio o nuestra inacción, los malos se endurecen en su malicia y triunfan.
-Es verdad; no tenemos derecho a permanecer indiferentes ante el mal y el pecado- respondió Francisco-, pero tampoco debemos irritarnos y turbarnos. Nuestra turbación y nuestra irritación no pueden más que herir la caridad en nosotros mismos y en los otros. Nos es preciso aprender a ver el mal y el pecado como Dios lo ve. Eso es precisamente lo difícil, porque donde nosotros vemos naturalmente una falta a condenar y a castigar, Dios ve primeramente una miseria a socorrer. El Todo poderoso es también el más dulce de los seres, el más paciente. En Dios no hay ni la menor traza de resentimiento. Cuando su criatura se vuelve contra Él y le ofende, sigue siendo a sus ojos su criatura. Podría destruirla, desde luego, pero ¿qué placer puede encontrar Dios en destruir lo que ha hecho con tanto amor?

Todo lo que Él ha creado tiene raíces tan profundas en Él…Es el más desarmado de todos los seres frente a sus criaturas, como una madre ante su hijo. Ahí está el secreto de esta paciencia enorme que, a veces, nos escandaliza. Dios es semejante al padre de familia ante sus hijos ya mayores y ávidos de adquirir su independencia. Queréis marcharos, estáis impacientes por hacer vuestra vida, cada uno por su lado. Bien, pues yo quiero deciros esto antes de que partáis: Si algún día tenéis un disgusto, si estáis impacientes por hacer vuestra vida, cada uno por su lado.

Bien, pues yo quiero deciros esto antes de que partáis: Si algún día tenéis un disgusto, si estáis en la miseria, sabed que yo estoy siempre aquí. Mi puerta os está completamente abierta, de día y de noche. Podéis venir siempre, estaréis siempre en vuestra casa y yo haré todo por socorreros. Aunque todas las puertas estuvieran cerradas, la mía siempre os está abierta. Dios está hecho así, hermano Tancredo. Nadie ama como Él, pero nosotros debemos intentar imitarle. Hasta ahora no hemos hecho todavía nada. Empecemos, pues, a hacer algo.

Pero ¿por dónde comenzar?; padre, dímelo-preguntó Tancredo.
-La cosa más urgente-dijo Francisco-es desear tener el Espíritu del Señor. Él solo puede hacernos buenos, profundamente buenos, con una bondad que es una sola cosa con nuestro ser más profundo.

Se calló un instante y después volvió a decir:

-El Señor nos ha enviado a evangelizar a los hombres, pero ¿has pensado ya lo que es evangelizar a los hombres? Mira, evangelizar a un hombre es decirle . Tú también eres amado de Dios en el Señor Jesús. Y no sólo decírselo, sino pensarlo realmente. Y no sólo pensarlo, sino portarse con este hombre de tal manera que sienta y descubra que hay en él algo de salvado, algo más grande y más noble de lo que él pensaba, y que se despierte así a una nueva conciencia de sí. Eso es anunciarle la Buena Nueva y eso no podemos hacerlo más que ofreciéndole nuestra amistad; una amistad real, desinteresada, sin condescendencia…

De “Sabiduría de un pobre” de Eloi Leclerq

Extraído de Compartir

Enviado por Flavia

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