Staretz Porfirio

Stáretz Porfirio

Sabemos que hasta el final del mundo no disminuirá la Gracia, que habita en los Santos de Dios. Ya a pesar de esto, cuando nos toca encontrarnos con uno de los portadores de esta Gracia, parece como si uno, sin querer, es testigo de los tiempos antiguos y tomó contacto con uno de los Padres, que no pertenecen a nuestro tiempo. Uno de tales portadores de Gracia Divina era el padre Porfirio, de bendita memoria, y a quién, el Señor me permitió de conocer.

Los dones espirituales de P. Porfirio parecen imposibles en nuestro tiempo racional. Su sensibilidad a todo lo que lo rodeaba era sobrenatural, en comparación con nuestro estado decadente. El comprendía el lenguaje de las aves y sabia todo sobre ellos, de donde llegaron y donde van. El podía, con la mirada interior, ver las profundidades de la tierra, abismos marinos e inalcanzables espacios cósmicos. El veía la presencia del carbón y del petróleo; las sepultadas ciudades antiguas bajo la tierra; percibía los acontecimientos antiguos, como si fuera testigo directo de ellos, veía lugares santificados por la oración, los ángeles y los demonios, el alma misma humana.

Al mirar a un hombre podía definir directamente su mal, tanto corporal, como de alma. Le estaban abiertos los secretos pensamientos humanos. Por imposición de su mano, la gente se sanaba. A pesar de estar aquejado de muchos males, durante toda su vida, nunca pedía al Señor de ser sanado. No buscaba nada para sí, sólo para la gloria Divina y el bien del prójimo. Manso y humilde, con los años aumentó en sí estos dones, nunca referidos a él, solo a Dios.

El starez Porfirio, en el mundo Evangelos Bairaktaris, nació el 7 de febrero de 1906 en Grecia, en la aldea de San Jorge Karustio, cerca de Aliveri en la provincia de Evia. Sus padres eran aldeanos piadosos y pobres. Toda la educación de Evangelos consistió en dos años de la escuela primaria de la aldea. Trabajó desde su infancia, primero en su casa, cuidando las ovejas y trabajando en la huerta, luego a la edad de 8 años en la mina de carbón; y mas tarde en un comercio.

En su temprana adolescencia Evangelos leyó la vida de San Juan Kushnik. Le causó una impresión tan fuerte, que resolvió dejar todo e irse al Santo Monte Athos. Muchas veces trató de llegar allí, pero cada vez algo se lo impedía. Al fin cuando cumplió 14 o 15 años llegó al  Monte.

El Señor hizo, que en el barco donde iba Evangelos de Solien a Athos se encontrara su futuro maestro espiritual hieromonje Pantaleon. Este, enseguida tomó bajo su protección al joven, y presentándolo como su sobrino, le ayudó a llegar al Sto. Monte, ya que no dejaban entrar allí en edad tan temprana.

Al llegar a Athos, p. Pantaleon lo llevó a su celda de San Jorge en Kopsokalivia, donde cumplía la hazaña espiritual junto con su hermano p. Ioannikio. En esta celda anteriormente se salvaba el famoso anciano Jadgi-Jorge.

De manera, que Evangelos tuvo dos instructores experimentados. El alegremente se les entregó en completa obediencia. Lo único que lo afligía era, que sus maestros exigían poco de él. Andaba descalzo todo el tiempo, tanto en verano, como en el invierno, por los pedregosos caminos del Sto Monte; dormía poco, cubierto por una sola manta y en el piso duro de su celda. Tenia siempre la ventana abierta, hasta cuando nevaba. Trabajaba incansablemente: tallaba la madera, cortaba la leña, juntaba los caracoles, llevaba en la espalda bolsas de tierra para la huerta, ya que Kapsokalivia era un lugar rocoso y nada crecía naturalmente en él.

Todas las penitencias, ordenadas por sus ancianos maestros, les cumplía con alegría. Una vez lo mandaron a juntar caracoles sobre las rocosas laderas. Habiendo subido muy alto sobre las piedras resbaladizas, se sentó al borde de un abismo para poner los caracoles en su bolsa. De repente las piedras rodaron abajo y él junto con ellas fue precipitado al abismo. Apenas grito: Santísima Madre de Dios! que una fuerza lo tomó y depositó de otro lado de la quebrada. Temblando de emoción y con agradecimiento en su corazón a la Bendita Soberana, Evangelos volvió sano y salvo a su celda.

El joven asceta no conocía el ocio, no tenia ni un momento libre. Su mente y corazón estaban siempre ocupados por la oración. Aprendió a leer bien y ayudaba a sus maestros en la lectura y canto de iglesia, y en su celda siempre leía el Evangelio, que conocía ya casi de memoria.

Geórgico Papazakhos, profesor de la facultad de medicina de la universidad de Atenas, quién fue durante muchos anos medico personal de p. Porfirio, cuenta, de palabras del staretz el siguiente caso:

Cuando tenia 16 años, una vez después de tomar la Comunión de Santos Misterios, sentí un tal amor a Cristo en mi corazón, que me fui al bosque y comencé a orar. Mi alma clamaba al amado Señor: «Gloria a Ti Dios! Tu estas dentro de mi, insignificante pecador, Tu eres mi Cristo, crucificado por mi, que sufriste por mi y llevaste mis pecados. Como puedo agradecerte? Que sufrimientos puedo pasar por Ti?

«Señor, envíame cáncer. Mándame para que pueda sufrir Contigo!» Repetía constantemente esta oración, y después fue a confesarla a sus maestros espirituales. Ellos le aconsejaron no hacerlo mas, ya que el Señor sabe mejor lo que le es necesario. Desde entonces no pedía mas esta enfermedad. «Pero — concluyo Porfirio — el Señor al final envío el cáncer ya en mis años de vejez. Así pude sufrir con El, aunque sea un poco.»

No se sabe exactamente cuando, pero aparentemente, pronto, después de su establecimiento en M. Athos, Evangelos se hizo monje con nombre de Nikita.

Un día, el joven Nikita vino temprano a la iglesia, y estaba orando en su rincón oscuro. Entró en el templo un staretz ruso de 90 años, un monje Dimitrio, ex oficial del ejercito de Zar. Mirando alrededor, y no viendo a nadie, comenzó orar, poniéndose de rodillas. Durante la oración fue iluminado de tal Gracia, que se elevó en el aire no tocando el piso. Esta Gracia, que cubría al Sto. staretz, tocó también al joven Nikita, cuyo corazón estaba listo para recibirla. Es difícil de describir sus sentimientos. Después de la Comunión, en el camino a su celda, su corazón estaba desbordado de alegría y amor a Dios. Levantando los brazos al cielo, él clamaba en voz alta: «Gloria a Ti, Dios! Gloria a Ti!

Durante toda su vida él conservó un agradecido recuerdo de este monje ruso, a través del cual, el Señor lo hizo renacer con Su Gracia Divina.

Cuando visité al p. Porfirio en 1986, estando el ya ciego y postrado por la enfermedad, cuando supo de donde venia, recordó a este monje ruso y pronuncio las únicas palabras que sabia en ruso: Santísima Madre de Dios, sálvanos! Todo el aspecto de p. Porfirio emitía luz, alegría y amor. Este era el hombre mas luminoso, que encontré en toda mi vida. Saliendo de su celda, tenia sensación de tener alas y volar por el sendero del monasterio. Este sentimiento lo testimonian todos los que estuvieron con él.

Después que el joven monje Nikita fue tocado por la Gracia Divina en su vida se produjeron unos cambios significativos. El Señor lo colmó de dones espirituales, tal como colmó los Apóstoles después del descenso del Espíritu Santo en el día de Pentecostés.

Por primera vez estos dones se revelaron cuando sus maestros volvían de un viaje lejano y p. Nikita los vió. El los vio como si estuviera al lado de ellos, a pesar de que se encontraban todavía fuera del alcance visual. El confesó lo acontecido a su maestro p. Pantaleon, quien lo aconsejó tener cuidado con este don y no mencionarlo a nadie. P. Nikita siguió fielmente este consejo, hasta que le fue indicado de no esconderlo mas.

El joven asceta no podía imaginar la vida fuera del Sto. Monte, porción terrenal de la Madre de Dios, pero el Señor juzgó de otra manera. Por andar descalzo en invierno y dormir con la ventana abierta, p. Nikita contrajo una pulmonía, que pasó a pleuresía. Sus maestros espirituales le ordenaron de dejar el Mte Athos e ir a curarse. Cumplido el curso de curación y sintiéndose mejor, p. Nikita volvió al lugar de su toma de habito, pero pronto tuvo una recaída. Entonces, los maestros, viendo que el clima del Mte. Athos podía ser mortal para su discípulo, lo mandaron al continente, no dando su bendición para volver al Sto. Monte.

Así a los 19 anos, p. Nikita dejó el predio terrenal de la Madre de Dios y habitó en el monasterio de San Jarlampio en Leukona, no lejos de su aldea natal. Allí él continuó la regla de oraciones de Mte. Athos, pero ya no podía hacer tanto ayuno.

Una vez, su monasterio fue visitado por el jefe de la iglesia de Sinaí, arzobispo Porfirio. Después de conversar con el joven asceta, el arzobispo, sintiendo su gran espiritualidad, decidió de consagrarlo. Así el 26 de julio de 1927, por imposición de manos lo consagró hierodiacono, y al dia siguente, fiesta de san Pantaleon — hieromonje, cambiando su nombre por Porfirio. Tenía entonces solo 21 años.

Pronto, a pesar de su juventud, el metropolitano Pantaleon de Karist lo nombró confesor del monasterio. Esta obediencia él cumplió en el monasterio de san Jarlampio hasta el año 1940. Muchos habitantes de lugares vecinos venían a él, buscando curación de sus heridas del alma. Y p. Porfirio sin descanso servia a ellos. Largas colas esperaban su turno, ya que las confesiones duraban horas. Y así pasaba cada día. Por sus tareas incansables por la salvación de las almas, en 1938 p. Porfirio fue elevado al rango de archimandrita.

Una característica de su trabajo espiritual era el amor misericordioso del pastor hacia su rebano y una plena comprensión de sus necesidades. P. Porfirio creía en un acercamiento personal del pastor a cada hombre. En el principio de su trabajo como confesor, aplicaba el rigor canónico a todos sin excepción. Pero pronto comprendió, que cada persona necesita su tratamiento y diferentes métodos de curación. Diez personas distintas podían hacerle la misma pregunta, y cada una recibía una contestación diferente. Mas tarde, instruyendo a otros confesores, les indicaba, especialmente, la necesidad de acercamiento personal a los fieles.

El protopresbítero Georgio Metalinos, un conocido teólogo griego, recuerda así el trabajo espiritual de p. Porfirio:

«… El me revelaba acontecimientos de mi vida, que conocía sólo yo. Asimismo me explicaba como debo tratar a mis hijos, dos de los cuales ya eran adolescentes. «A tu hija mayor, decía, hay que tratarla así, a tu hijo medio — en esta otra forma. Tu hijo menor es todavía pequeño y con el esta todo en orden.» El me revelo los caracteres de mis hijos mayores, y sentí, que no los conocía; me pareció que no fui yo, quien vivió con ellos toda su vida, sino p. Porfirio. El me decía, que en la educación de uno de mis hijos, debo orar mas para él. «No importa lo que le digas, él no te escuchará, porque esta lleno de espíritu de contradicción, pero tu, de rodillas contá esto a Dios y el Señor, con su Gracia le transmitirá tus indicaciones.»

Sobre mi otro hijo me dijo: «Este niño siempre escucha lo que tu le dices, pero olvida fácilmente. Por eso debes pedir de rodillas que la Gracia Divina marque tus palabras en su corazón, para que las palabras paternas caigan en buena tierra y puedan dar fruto.» Estos eran sorprendentes métodos educativos — concluyó el relato el protopresbítero Georgio.

En otro caso, a una madre de cinco hijos, aconsejo alejarse de la casa durante un mes. Ella trataba tan mal a sus familiares, que los hijos se peleaban entre si, no atreviéndose a contradecir a su madre y hacia pagar unos a otros sus enojos. Cuando ella volvió, encontró su familia en paz.

El sacerdote Jorge Evtimiu, recordando las enseñanzas que le daba p. Porfirio, para la educación de sus hijos, escribía: «P. Porfirio subrayaba siempre, que no hay que presionar a los hijos, ellos no deben crecer inhibidos, esto les perjudica. Este consejo ayudó a muchos padres que herían las almas de sus hijos con su trato severo.» Starez decía: «Háganse santos, y sus hijos crecerán buenos.»

A una madre decía: «hay solo un modo para evitar dificultades en la educación de los hijos, — la santidad.» A su pregunta como hacerse santa, él contestó: «Es muy simple: cuando viene la Gracia Divina.» Y cuando ella llegara? Preguntó la mujer. El respondió: «Con la humildad y oración. Pero nuestra oración debe ser fuerte y viviente. Siempre recibimos la respuesta, cuando oramos con fe.»

Su razonable acercamiento como pastor se demuestra en el ejemplo de una pareja de recién casados. El esposo cumplía los ayunos y la mujer — no, porque así estaba educada. Ella no tenía nada contra los ayunos, pero no estaba acostumbrada. Cuando le contaron a p. Porfirio de su desacuerdo en este asunto, él aconsejó al esposo: Cumplí como siempre el ayuno, pero no hables de esto a tu mujer, que la heladera sea llena de comida, que coma ella, y tu guarda el ayuno.» Con el tiempo, la esposa maduró y también comenzó a ayunar.

Una joven tenia intención de suicidarse porque sus padres la regañaban continuamente. Compró un veneno fuerte y estaba lista para tomarlo. De repente se le apareció p. Porfirio, quito el veneno de sus manos y dijo: «No tomes, todo se arreglará. Te casarás, tendrás hijos y todo estará bien.» Luego todo paso así.

Cuando comenzó la Segunda guerra mundial y Grecia fue ocupada por los alemanes, p. Porfirio seguía con el mismo entusiasmo ocupándose de su grey. En este tiempo paso un caso, que demuestra su abnegado amor al prójimo.

Un día él caminaba por una calle a las orillas de Lekavitos y ahí vió a un soldado alemán, que acosaba a una joven. Ella estaba asustada y trataba con voz trémula de pedir ayuda. Pero la calle parecía muerta, sólo a través de las persianas cerradas la gente asustada seguían la escena. Cuando p. Porfirio vio lo que pasaba, se dirigió enérgicamente hacia la desdichada víctima, orando por dentro, que el Señor muestre Su fuerza, a través de su debilidad.

Acercándose al soldado, levanto sus brazos al cielo. Ver al sacerdote con brazos levantados y el rostro luminoso con la fuerza Divina que emanaba de él, hicieron el milagro; el soldado soltó a la joven y avergonzado se fue. P. Porfirio siguió su camino y los habitantes lo acompañaron con aplausos y gritos de agradecimiento.

Pronto, en relación con la guerra, p. Porfirio recibió un nuevo destino, servir a los heridos en la iglesia del hospital de San Gerasimo en Atenas. Su sueldo era mísero y lo entregaba todo a su familia, que dependía completamente de él. Acostumbrado al trabajo, aquí tampoco quedó ocioso. Primero organizó la cría de gallinas y con eso sacaba algo de dinero, luego — un taller de tejido. También fabricaba su incienso y con eso hizo un interesante invento: encontró el modo de unir las sustancias aromáticas con el carbón. De manera, que en el incensario se usaba este carbón aromatizado y no necesitaba incienso.

Los médicos de aquel policlínico, donde servia p. Porfirio, pronto comprendieron que clase de sacerdote trabajaba en la iglesia del hospital, y comenzaron a dirigirse a él por consejo en casos complicados y, a menudo, por la sanación en casos desesperados. El monje Moisés de la ermita de san Pantaleon, del Mte. Athos, relata el siguiente caso:

«Una vez me sentía muy mal y fui a visitar a p. Porfirio. Me miró y definió con exactitud, la causa de mi dolencia, mientras los médicos, ya muchos años, no pudieron establecer un diagnostico correcto. Cuando volvía de ver a los médicos, de nuevo visite a p. Porfirio, y él me dijo: «Hijo mío, esto no es un don mío propio, sino de Dios. Yo digo solo lo que el Señor me ordena decir y no lo que mi mente, imaginación u opinión me dictan.»

Después me relató: «Hace muchos años vino a verme un profesor de universidad, que se quejaba de cierta dolencia. Le dije: Profesor, esto le viene del seno materno. El comenzó a llorar. Le pregunte la causa. Me respondió: «Tiene Ud. razón, padre. Mi madre me contó, que cuando me encontraba en su seno, mi padre dio un golpe a su abdomen para provocar el aborto.» Aquí el padre Porfirio agrego: «Yo no me encontraba en el seno de su madre, pero el Señor me indicó decir, lo que dije.»

Otro caso relato Georgiu Dimitriu, el administrador de las aerolíneas de Chipre: «Mi nieto recién nacido estaba en peligro de muerte, tenia algo en los pulmones. Los médicos no podían determinar de que se trataba. Seis días yo oraba por su salud y al final fui a ver a p. Porfirio. Cuando le conté esta desgracia, él me dijo: «Siéntate, y déjame revisar a tu nieto..» Se concentró y dijo: «En su pulmón derecho se acumuló el liquido, que pronto se disolverá. No temas, el niño vivirá. Tu lo llevaras a casa el lunes.» Vi al padre el sábado, y el lunes llevé a casa a mi nieto completamente sano.

Para p. Porfirio era suficiente mirar a una persona para hacer un diagnostico correcto. Además lo podía hacer a gran distancia. En el caso de una monja, que vivía en otra ciudad, él diagnosticó la fractura de su columna vertebral. Otro caso semejante relató un párroco de la iglesia de Sta Trinidad en Limassol, p. Miguel Mijkhael.

Esto paso en 1986. El segundo hijo de p. Miguel nació prematuro de 8 meses. Sus pulmones casi dejaron de funcionar. P. Miguel fue inmediatamente a pedir ayuda a p. Porfirio, el cual dijo: «Vuelve enseguida al hospital y deciles a los médicos que no le saquen el oxigeno al niño. Pero… a pesar de todo, el niño sanará. No te preocupes, no pasará nada con él.» P. Miguel volvió al hospital y trasmitió a la enfermera las palabras de p. Porfirio de no sacar el oxigeno al niño.

Ella contestó: es asunto nuestro, sabemos cuanto tiempo hay que dejar el oxigeno al niño. P. Miguel se dirigió al médico, que había recibido al niño durante el parto. El médico contesto: es asunto de la enfermera jefe.

No habiendo logrado nada, p. Miguel volvió a su casa. A las 12,30 de la noche, lo llamaron del hospital, ya que el niño se encontraba en situación crítica: tuvo una hemorragia en los pulmones y los médicos ya no podían hacer nada. Esto ocurrió porque le sacaron el oxigeno antes del tiempo. El padre del niño lo bautizó de urgencia, dándole el nombre de Stilianos. Y paso otro milagro: después del bautismo el pequeño Stilianos quedó completamente curado, tal como lo predijo p. Porfirio.

P. Porfirio podía sanar, tocando el enfermo. Una vez lo visitaron un médico y su esposa. Habiendo contado sus problemas y recibido respuestas exhaustivas, los esposos empezaron a despedirse. P. Porfirio, con su habitual sonrisa paternal, tomó la mano de la mujer justamente en el lugar donde ella tenia un fuerte dolor. P. Porfirio no sabia nada de esta dolencia que trataban con inyecciones y remedios contra inflamación. Cuando p. Porfirio tomó su mano, la mujer sintió un calor suave, que paso por todo su cuerpo y una leve turbación.

Pero enseguida esto pasó y junto desapareció el dolor en su mano. La mujer con lagrimas en los ojos dijo a p. Porfirio: «Esto también lo sabia Ud.?» Desde este día ella tiró a todos los remedios y no tuvo que recurrir mas a los médicos.

P. Porfirio sanaba no solo a los humanos, sino también a los animales. Un domingo, en Evi del Norte, donde descansaba, pasó este caso, relatado por él mismo:

Una pastora me pidió orar por su rebano de cabras, que estaban aquejados por algún mal. Yo accedí. Ella trajo a todo el rebano cerca de la iglesia. Me paré delante de las cabras, elevé mis brazos al cielo y comencé a recitar distintos salmos que se refieren a los animales. Ninguna cabra se movió. En cuanto termine la oración y baje los brazos, salió del rebano el macho cabrío, se me acerco y besó mi mano, luego, tranquilo volvió a su lugar. No pasó así?» — preguntó p. Porfirio a una monja, que estaba cerca. — Si, padre, esto paso exactamente así — contestó ella, — yo estuve presente.

P. Porfirio amaba mucho a los animales. Tenia un loro, que sus propietarios echaron por su mal carácter. Con él se trasformó en una ave muy responsable. P. Porfirio hasta le enseño pronunciar la oración de Jesús. El medico del staretz relató: «Me sorprendió oír el loro repitiendo la oración de Jesús en la celda del padre. «El es mas espiritual, que yo, — decía p. Porfirio, — me canso y me duermo, en cambio, él vela y ora.» P. Porfirio también trató de domesticar a un águila.

Los dones de clarividencia del padre eran múltiples. Uno de estos era de ver el agua debajo de la tierra. A menudo, sin salir de su celda él ayudaba encontrar el agua para cavar un pozo. A una monja de Chipre, que lo visitó, él describió exactamente la disposición de su convento y el lugar donde deben buscar el agua. Ellos, hasta entonces, trataban en vano a encontrarla. El agua fue encontrada donde indicó el padre.

Durante su trabajo en el hospital, vino un hombre para confesarse. El padre lo preguntó de donde venia, y al saber que era de la aldea Elia, preguntó si su casa se encontraba en el medio del campo. El hombre dijo que si. P. Porfirio le indicó, que debajo de su casa pasa un gran río subterráneo. El hombre se fue sorprendido, ya que no esperaba oír nada semejante.

Muchos años después, una empresa extranjera hizo prospección en aquella zona, buscando petróleo. Cuando hicieron una perforación de 400 metros de profundidad, salió una columna de agua de tal fuerza, que podría inundar a toda la región, si no la habrían obturado a tiempo.

El metropolitano Lauro (Shkurla) el actual jefe de nuestra Iglesia, en aquel tiempo arzobispo, fue quien primero me contó sobre p, Porfirio. El lo visitó en los anos 80. Al saber, que él es prior del monasterio de Santa Trinidad en E.U., de repente, con su vista interior vió a todo nuestro convento, lo «observo» y contó al Arz. Lauro que hay, y donde, previendo la construcción del campanario y las dificultades que surgirán, justamente durante la excavación de los fundamentos donde se toparán con una surgiente subterránea.

Efectivamente hubo que emplear muchos esfuerzos para cerrar. Hay que hacer notar, que p. Porfirio tuvo un sentimiento muy cálido hacia Arz. Lauro y hasta lo llamaba por teléfono al monasterio. Cuando yo en el año 1986 mencione a Arz. Lauro, padre Porfirio se iluminó todo y con emoción espiritual elevó ambas manos.

La clarividencia de p. Porfirio ayudaba no solo a los pecadores de volver al camino recto, también devolvía a la iglesia las almas extraviadas en la herejías, y a veces convertía en ortodoxos a creyentes de otras confesiones. Una ves un hijo espiritual de p. Porfirio, estudiante de la Academia de teología, trajo a él su amigo que estaba atraído por el hinduismo y buscaba consejo con distintos «gurúes.»

Viendo a este hombre por primera vez, p. Porfirio le pregunto por su esposa e hijos. Esto sobrecogió tanto al buscador de sabiduría oriental, que con sentimiento de profunda penitencia, se confesó con p. Porfirio y volvió al seno de la Iglesia Ortodoxa. Cuando los dos amigos se iban, el converso confeso a su compañero: «Es verdad, que estoy casado y tengo dos hijos, pero nunca te lo mencione. Los abandone de veras, y p. Porfirio supo esto!»

La Iglesia Ortodoxa para p. Porfirio era el centro de su vida. Toda su actividad giraba alrededor de ella, como una rueda alrededor de su eje. El no podía hablar de la Iglesia sin lagrimas. Los obispos eran para él las encarnaciones e imágenes de Cristo, y los veneraba. Estaba muy afligido cuando escuchaba criticar a los obispos o lo leía en los periódicos. El obispo para él era la cabeza de la Iglesia local, colocado por Dios, y a pesar de las cualidades personales del mismo.

Este concepto sobre el poder episcopal, para él era sagrado. Staretz decía: «Cristo Se revela sólo dentro de la Iglesia, donde los hombres están juntos, aman unos a otros, a pesar de los pecados; no por sus esfuerzos, sino, por la misericordia y amor de Cristo. El amor de Cristo nos mantiene unidos. El nos hace como cuerpo y participamos en la vida Divino-humana del Señor. Sólo así, y en ninguna otra forma, podemos elevarnos por sobre la fuerza destructiva del pecado. Y la cima de la verdad es la Santa Eucaristía.

Sobre el Sacramento de la Confesión, decía: «La confesión es el camino de los hombres hacia Dios. Es el don de amor Divino al hombre. Nada ni nadie puede quitar al hombre ese don.»

P. Porfirio no era parcial, él, como sol, iluminaba por igual a los malos como a los buenos y su amor traspasaba hasta los corazones mas endurecidos por el pecado.

Un conocido escritor y teólogo, el Arquimandrita Ioanikio Kotsonis, recordaba como una vez, el padre, bendiciendo a las casas para la fiesta del Bautismo del Señor, y pasando de una casa a otra, entró también en una casa publica. Cuando hacia la aspersión con agua bendita, cantando el Troparion de la festividad, salió la administradora de este ántro y dijo que sus chicas no eran dignas de besar la cruz. El le contesto: «Pienso, que no ellas, sino tu eres indigna de besar la cruz.»

Luego, él dejo las chicas besar la cruz y conversó con amor con ellas. El les habló del amor hacia Dios, que era su tema favorito. Viendo el aspecto santo del anciano, como la pecadora del Evangelio, con lagrimas escuchaban sus palabras salvadoras. «Amen a Cristo, Quien os ama y verán cuan felices serán. Si sólo podrían saber cuanto El os ama. Traten de corresponder a su amor.» P. Porfirio comprendía que solo el amor a Cristo seria capaz de arrancarlas a esta terrible «profesión».

Una vez a p. Porfirio llegó toda una banda de «roqueros-motoqueros» sobre sus motos. Escondieron sus motos en otra cuadra y directamente pasaron sin esperar su turno. Uno de ellos dijo: «decinos algo, padrecito.» — «Que decirte, Demetrio? Que tu moto es tal y de tal marca?» Esta respuesta clarividente cambió la actitud de los muchachos hacia p. Porfirio. Desde entonces lo visitaban y buscaban sus consejos espirituales. El Padre decía así de ellos: «De los que me visitan, estas son las almas más inocentes y puras.»

Sobre la clarividencia del padre se puede escribir mucho. Mencionaremos aqui solo algunos casos, que atestiguan este don.

Un conocido escritor griego y periodista Panagiotis Satirjos relata: «Una vez el staretz con tres de sus hijos espirituales iba caminando al monasterio para oficiar las vísperas. Al caminar un poco, el anciano se cansó y todavía faltaba mucho para llegar al monasterio. Decidieron intentar de parar algún auto. En esto en la lejanía apareció un taxi. Los tres acompañantes del padre quisieron pararlo. El padre dijo: «No se preocupen, el taxi parará solo. Pero cuando suban no deben hablar con el chofer, con él hablaré solo yo.»

Pasó exactamente así. El taxi paró a pesar de no hacerle señas con las manos. Todos subieron y el padre dijo adonde debía ir. Cuando el taxi se puso en marcha, enseguida el taxista comenzó a acusar al sacerdocio de todos los pecados capitales. Cada vez que tiraba su siguiente acusación, se dirigía a los sentados atrás con estas palabras: No es cierto, muchachos? Que dirían de esto? Pero ellos, por obediencia, callaban. Cuando el taxista comprendió, que no le van a contestar, se dirigió a p. Porfirio y pregunto: Que dirás, papito, lo que escriben los diarios es todo verdad, no es cierto?

El padre contesto: «Hijito, te contaré una corta historia. Te la contaré solo una vez y no tendrás que escucharla dos veces. Vivió un hombre el lugar (lo nombró). Tenia un vecino anciano que era propietario de un gran terreno. Una vez de noche, el hombre mató al vecino y lo enterró. Luego, usando documentos falsos, se apropió de la tierra del vecino y la vendió. Y sabes que compro con el dinero? El compró un taxi.»

Apenas el taxista escucho esta historia, se puso a temblar, paso a la banquina y gritó: «Cállate, padre, solo tu y yo sabemos esto.» — «Dios también lo sabe, — respondió el staretz — El me dijo para que te lo pase. Mira, haz la penitencia y corregí tu vida.»

P. Porfirio siempre era enfermizo, pero hacia la vejez sus dolencias aumentaron mucho. El tenia hérnia, en 1978 tuvo un infarto, luego comenzó la paulatina ceguera, quedando completamente ciego hacia 1987. Su medico, Georgio Papazakhos decía que tenia muchas dolencias: paso un infarto de miocardio, su hígado casi no funcionaba, sufría ulceras sangrantes del duodeno, tenia eczema en la cara, dermatitis en las manos, una bronquitis crónica, y otras…

El staretz poseía la paciencia del justo Job. Cuando el eczema recrudecía, el sufría mucho. A la pregunta que sentía, el contestó: «Siento como si mi mejilla estaría apoyada sobre una sartén caliente.» El demostraba una completa tranquilidad, y sus padecimientos no se expresaban exteriormente, no se escuchaba ninguna mínima queja.

Su medico una vez la preguntó: «Porque muchas personas del sacerdocio los monjes en especial, rechazan la ayuda médica, considerando que la Madre de Dios los sanará?»

El padre dio la siguiente respuesta: «Esto es egoísmo. Es una insinuación diabólica, que el Señor va a hacer una excepción a la regla general, y me dará una sanción milagrosa. El Señor hace milagros, pero nosotros no debemos sentirnos dignos de ellos. Esto es una presunción. Y además el Señor procede con las manos de médicos. Señor nos dió médicos y medicinas — dicen las Sagradas Escrituras.»

Fue grande la humildad de p. Porfirio: enseñando y salvando a otros, él se humillaba y salvaba también a si mismo. Su medico relata el siguiente caso.

Una vez p. Porfirio lo llamo al mediodía, casi después que varios pacientes le expresaron su amor y gratitud por sus tratamientos. El padre le dijo: «Gregorio, nosotros dos iremos al infierno! Escucharemos allí: ‘Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, de quien será? Así es el que hace para si tesoro, y no es rico para con Dios’ (Luc. 12:20-21). Gregorio interrumpió al p. Porfirio: «De que gozamos en esta vida, padre? Un auto casi roto, una cuenta bancaria vacía, y la falta de sueño.»

El padre ásperamente contestó: «Que dices? No te dice la gente que buen medico eres? Como los quieres, como les cuidas? Tu no nos despojas… Y tu estas gozando con estas lisonjas, tu las recibís con agrado. Oh, tu ya perdiste tu premio. Lo mismo pasa conmigo. Ellos me dicen que estoy pleno de dones, que por solo tacto puedo hacer milagros, que soy santo. Y yo, un débil tonto, gozo con ello. Oh, por eso ambos, tu y yo, iremos al infierno!»

Una vez, recuerda Georgio, — estaba yo bastante deprimido, pensando que mi vida, en su mayor parte, transcurría en un pasatiempo vano e insensato. Teléfono del p. Porfirio. «Doctor, haz escuchado una vez la expresión: ‘ellos no probarán la muerte’? Podemos, si queremos evitar la muerte. Todo lo que hay que hacer — es amar a Cristo, con todo nuestro corazón, señor cardiólogo.» Y el padre rió alegremente de otro extremo de la línea telefónica.

Una ves, p. Porfirio, discutiendo sobre la diferencia entre un hombre humilde y uno que se siente inútil, hizo notar que el hombre humilde es consciente de sus pecados y su insignificancia y acepta la opinión de su confesor y sus prójimos: el puede ser triste, pero no desesperado. En cambio, el hombre deprimido se cierra en si mismo y piensa solo de sí mismo. El pecador arrepentido, que confiesa sus pecados no queda en su cascara. En esto está la grandeza de nuestra fe, el confesor lo ayuda a expresar sus pecados y a no volver atrás» — dijo él.

En general, ante el espíritu de abatimiento, él aconsejaba a menudo vencerlo con la oración y un paseo al aire libre. Una de sus hijas espirituales se quejó que a menudo cae en la depresión, él entonces la preguntó: «Porque te quedas encerrada en la casa?» — Y a donde puedo ir, respondió ella? «Anda a pasear por las montañas — esto ayuda mucho» dijo el padre.

Staretz consideraba, que la mejor vida es la vida simple y aldeana. Para los habitantes de las ciudades, el aconsejaba pasear lo mas posible por las montañas. Fomentando entre los niños el deporte de esquíes en las montañas, él decía: Allí pueden ver el cielo, la nieve y toda la belleza del paisaje. Piensen en Aquel, que creó todo esto.»

Una noche p. Porfirio se sintió mal de corazón y llamó a su médico. Cuando el medico lo ausculto, le preguntó si había vivido algunas emociones fuertes durante el día. El padre lloró y en forma entrecortada, contó loa acontecimientos sangrientos, que se desarrollaban en estos momentos en las calles de Rumania. Allí se producían las batallas callejeras ya que el pueblo se levantó contra el régimen comunista de Chauchescu.

P. Porfirio veía, con sus ojos del corazón, la muerte y sangre tal como lo contaron los diarios de todo el mundo, al día siguiente. El continuaba llorando y Georgio oró para que el Señor quitara esta imagen de la vista interior del padre, ya que esto destruía su corazón amante. «Como a ti, padre, pueden ayudarte los medicamentos, cuando tu no eres de este mundo? — pensaba el medico, — tu corazón late aquí, en Oropos, pero se encuentra en Rumania. La cardiografía muestra que apenas tienes vida, pero para ti esta preparada la vida eterna en el cielo.» Georgio se fue todo emocionado en el fondo de su alma, estando consciente, que el Señor le permitió alternar con un portador viviente del amor Divino.

Un caso semejante pasó en 1974, cuando los turcos desembarcaron en Chipre. Temprano a la mañana, del 20 de julio, p. Porfirio despertó a todos que estaban con él, y con lagrimas en los ojos, les comunicó que a esta hora el ejercito turco desembarcaba en Chipre, y hasta indicó el lugar exacto donde se iniciaron las acciones bélicas.

P. Porfirio, con la ayuda del Espíritu Santo, podía encontrar lugares santificados por las oraciones de los Santos. Una vez, viajando por Creta, fue sobrecogido por la belleza de un lugar en Sfakia, sobre la costa sur de la isla, llamado Francocastello. Como él explicó mas tarde, esta región fue santificada por las oraciones y hazañas de padres ascetas, de los primeros tiempos del cristianismo. El sacerdote, que lo acompañaba no sabia nada sobre esto, pero luego investigó, y era verdad que en esta región, antes, se encontraban las celdas de los ermitaños.

P. Porfirio decía que habitualmente, para lograr un estado espiritual particular (conocido solo a él) debía por medio de la oración pasar una batalla espiritual, que duraba de 15 a 30 minutos. Pero, cuando se encontraba en un lugar santificado, esto no era necesario. «Yo entro, por ej., en la santa cueva de San Nifonte ó San Nilo, sobre el Monte Santo, o San Juan el Teólogo en Patmos y, hasta antes de orar, el lugar Santo otorga alas a mi espíritu hacia lo alto.» El siempre subrayaba la importancia de visitar lugares santos. Consideraba, que tales lugares, como Monte Sinaí, la cueva de San Juan en Patmos o Jerusalén, están plenos de Gracia Divina y son capaces de santificar al hombre.

En un día claro y soleado estaba sentado p. Porfirio, junto con su hijo espiritual, sobre un banco del patio. Se le acerco un Archimandrita, prior del monasterio de Chipre. Cuanto se saludaron p. Porfirio de repente persignó la rodilla del prior. «De donde lo sabe Ud. esto?» — pregunto el prior. (Desde su infancia la rotula solía salir de la articulación). Luego comenzó una conversación amistosa. El prior contó: «Estudié en N. América y recibí allí el doctorado en teología. Me dieron una beca para escribir la tesis doctoral sobre la Teología mística. Para eso fui al Monte Athos. Habiendo estudiado cuidadosamente el tema, supe que el intelecto debe dirigir el corazón. Dígame por favor, padre, que enseña su teología practica sobre esto?

«No, no estoy de acuerdo. El corazón debe dirigir a la mente» — contesto p. Porfirio. — «Puede Ud. explicármelo, por favor?»

«Cuando se despierta el intelecto lo primero que piensa es como va a mentir y dar vueltas hoy ante sus clientes. Si es, por ej., un comerciante: como debe conducirse, que debe decir a tal o cual, que tiene que hacer a otro, en que forma ganar mas dinero, etc. El corazón tiene en la vida una dirección completamente diferente. Ve a un niño y lo quiere acariciar… Pone la mano en el bolsillo y da dinero a un discapacitado. Corre al hospital y visita a un enfermo, Con alegría ofrece su ayuda y dinero. Ciando habla el corazón, la mano vacía el bolsillo. Cuando habla el intelecto, la mano no toca el bolsillo. Por eso, para mi, el corazón es mucho mas importante.»

Luego el padre explico al prior, que el intelecto no le interesa la oración — esta es la región del corazón. Tienen intereses diferentes. El intelecto vive en la región del racionalismo, en cambio, el corazón tiene contacto con la Divinidad.

«Ud. sabe que tenemos la posibilidad de contacto con Dios. En los momentos de fuerte dolor espiritual o físico, el intelecto rinde sus posiciones, atado con las ordenes del corazón. Hablando del corazón, no estamos refiriéndonos al corazón corporal, sino al corazón interior, guardado. Cuando el intelecto esta dominado se autoanula y entra en el corazón. Y que ocurre entonces? Se torna claro y luminoso. Es por eso, que el Señor dice: «Llamen a Mi puerta y abriré! Pidan a Mi lo que quieran, y os daré.» Cuando acontece esto? Cuando nuestras oraciones llegan a Él.

Ud. sabe, que si quiere parar alguien en la calle, grita fuerte: «Juan, Juan!… sin esto, la persona no oirá, y no se dará vuelta. El Señor también debe escuchar nuestra voz. Cada vez, que nosotros consideramos que estamos orando, escucha el Señor nuestra oración? Esta es la cuestión. Cuantas veces, orando, comenzamos a bostezar, ó llegan a la mente diferentes pensamientos, que alguien nos trató mal, como podemos recibir de vuelta algo perdido, que hay que hacer para eso, etc… No se puede llamar esto oración. Por eso, sólo a través de sufrimiento del alma y del cuerpo, el hombre puede abrir la puerta a Cristo.

Y cuanto mas difícil parece esto, tanto mas fácil es en realidad. Es suficiente desear, creer, orar, y el primer paso — es la confesión y la Sta. Comunión. Es esto tan difícil?

P. Porfirio amaba a la verdadera ciencia y a las artes, y a pesar de sus dos grados de escuela primaria, poseía amplios conocimientos en muchos temas. El leía libros sobre todos los temas, física, medicina, astronomía, etc. Tenia muchos hijos espirituales con educación superior y decentes universitarios. Le gustaba hablar con científicos y académicos. Con cada uno de ellos él podía hablar libremente sobre el tema de su especialidad.

Una ves, un profesor de astronomía, de fama mundial, visitó a p. Porfirio. Comenzaron a hablar de astronomía… Luego el profesor dijo, que el padre lo sorprendió por la amplitud de sus conocimientos en esta ciencia. «El, realmente, sabia lo que decía y en nada permitía el error» — contó el profesor sorprendido. Otra vez, el director de hospital de Atenas, un cirujano conocido, fue muy sorprendido cuando p. Porfirio le describió en detalles como hay que hacer cierta operación.

A la iglesia de San Gerásimo, donde oficiaba p. Porfirio, visitaban a menudo los profesores de la Universidad de Atenas. Nicos Zais, profesor de la cátedra de filosofía, relata el siguiente caso: «Las charlas con el padre tocaban muchos temas. A veces él me pasmaba con la variedad de sus intereses. Una ves estabamos apurados para llegar a un concierto en el Coliseo de Adrián. Dije a p. Porfirio donde íbamos, esperando con interés su reacción. Fue grande nuestra sorpresa, cuando dijo conocer al compositor y al director de orquesta. Y con conocimiento del tema habló de ellos y en general de la música clásica.

P. Porfirio valoraba los logros de la ciencia, consideraba positivamente a la tecnología contemporánea y la usaba para sus necesidades pastorales. El admiraba que el Señor dio al hombre las capacidades para hacer los descubrimientos científicos y aconsejaba a sus hijos espirituales a no rechazar la tecnología actual. Decía sobre este tema: «El Señor ayudó al hombre hacer muchos descubrimientos, entonces, porque el diablo puede usarlos y nosotros, los cristianos no nos atrevemos?»

Para atender a sus hijos espirituales, él todo el tiempo usaba el teléfono. Hasta, a menudo, tenia que llamar al extranjero y a todos los continentes. Por medio del teléfono, él podía dar una mano de ayuda en el momento necesario. Le gustaban mucho los radioprogramas de la Iglesia. El decía, que en este caso, se cumplieron las palabras de San Juan el Crisostomo: «Me elevaré alto para predicar sobre Cristo, y todo el mundo me oirá.»

No consideraba el cine un invento diabólico. Una de sus hijas espirituales pregunto: «Me gusta ir al teatro y al cine, pero algunos de mis amigos dicen que un verdadero cristiano no debe frecuentar a los espectáculos. Que diría Ud. padre, sobre esto?» El respondió: «Tu puedes ir al cine y teatro, si lo deseas, en esto no hay nada malo, lo importante, no hacerlo para satisfacer los deseos pecaminosos.»

P. Porfirio consideraba, que tanto el cine, como el teatro pueden contribuir para glorificar el nombre de Dios. Un conocido financista de Chipre, que vivía en Atenas, pensaba subsidiar una película sobre el «hijo prodigo.» A pesar de que tanto el guión estaba escrito y el lugar de filmación elegido, y todo listo para comenzar el trabajo, él decidió ir a consultar al padre de que forma seria mejor hacer la película.

P. Porfirio comenzó a hablar con él del padre que perdonó a su hijo prodigo y en que forma, en general, deben actuar los padres con sus hijos en la sociedad contemporánea. Dijo: «Cuando ves, que el diablo vence a tu hijo, en lugar de enojarte con él por su desobediencia, ora a Dios. Aprende a hablar a Dios de tus hijos en lugar de discutir con ellos. Contá todas tus preocupaciones sobre ellos a Dios.»

Le preguntaban, a menudo, — como puede salvarse uno en el mundo contemporáneo, lleno de ritmo de vida loco? Como se puede estar ante Dios en toda esta vanidad insensata? Para contestar esta pregunta, él relataba: Poco tiempo después de ser nombrado párroco del templo de San Gerásimo, del policlinico de Atenas, sintió una seria tentación — justo, frente al templo, de otro lado de la calle, había un comercio de discos fonográficos. El dueño para atraer a los compradores, todo el día ponía los discos a todo volumen. El padre tenia dificultad para oficiar los servicios religiosos. Hasta pensaba renunciar a ser párroco de este templo. Pero, como siempre en su vida, antes de tomar la decisión definitiva, humildemente pidió a Dios de indicarle una salida correcta de la situación. Para esto ayunó y oró los tres días siguientes.

En el tercer día encontró en el templo un cuaderno de apuntes del hijo de uno de los miembros del consejo parroquial, que aquel olvidó sobre el banco. En el cuaderno había apuntes de las clases de física.

Pasando las hojas del cuaderno, su atención fue atraída por las anotaciones sobre las ondas acústicas. Después de leerlo, se le ocurrió una idea. — Si se tira una piedrita al agua, se forman ondas circulares, que se expanden en varias direcciones. Si se tira, luego, una piedra grande en otra parte del lago, se formaran las ondas circulares mas grandes, que al expandirse, cubrirán a las primeras.

Esto era la respuesta a su oración. Al día siguiente, él oraba con gran intensidad durante la Divina Liturgia, olvidando todo lo que lo rodeaba. El formó en su mente y corazón sus «ondas circulares» espirituales, que cubrieron a todo lo que distraía de la oración. Y desde entonces, la música del comercio no lo enojaba mas.

Un estudiante de la facultad de teología, que no quiso revelar su nombre, relato el siguiente caso: «Los acontecimientos relacionados con mi encuentro con p. Porfirio se refieren al año 1956. En aquel tiempo, en Uessalia, donde yo vivía, pensaban construir un dique en el lago Megdova. Como resultado, el cercano valle debía quedar inundado. Tomando conocimiento de esto, un ex habitante del valle, que vivía en Taschkent, escribió a su esposa y le contó detalladamente, donde enterró un tesoro — dos barrilitos con monedas de oro. El decía que ella rápidamente los desenterrara. La mujer mostró la carta al hermano de su marido y aquel, en seguida, fue a buscar el oro enterrado. Después de varios años, la región cambió bastante, los arboles crecieron y él no pudo encontrar bajo que árbol estaba el tesoro.

En aquel tiempo estaba fresca la memoria de comunistas-guerrilleros y la búsqueda del tesoro despertó sospechas de la policía local. Ellos pensaron, que estaba buscando armas escondidas, y lo arrestaron. Para justificarse, el buscador del tesoro mostró a los policías la carta de su hermano con la indicación del lugar del tesoro. El capitán, al leer la carta, ardió del deseo de encontrar el tesoro. Formó una sociedad con el maestro de escuela local y mi primo y se ocuparon de la búsqueda, pero no tuvieron suerte.

Al escuchar sobre la clarividencia del p. Porfirio, decidieron dirigirse a el, pidiendo ayuda. El padre supo enseguida que el tesoro existía, pero no quiso ayudar a esta gente. Ellos muchas veces venían a él y trataban de convencerlo de ir con ellos a aquel valle y mostrarles el lugar exacto del tesoro, pero el padre, sintiendo algo malo, aplazaba este viaje. Al final accedió de ir con ellos a Kardiza, la ciudad mas cercana al valle. Los tres buscadores del tesoro le alquilaron una habitación en el hotel, programando a la mañana comenzar la búsqueda.

A la mañana p. Porfirio se levanto muy temprano, tomo el ómnibus y se volvió a Atenas. Al no encontrarlo, y aprendiendo que se fue a Atenas, ellos pensaron que fueron demasiado sinceros con él, y que se debía hablar primero de algo espiritual. Mi primo se acordó de mi, estudiante de la facultad de teología y decidió que yo seria un intermediario útil entre ellos y el padre. Me mandó un telegrama, pidiendo venir inmediatamente. Pensando que pasó algo importante, después de las clases, tome el ómnibus y viajé.

Cuando me explicaron de que se trataba, después de algunas vacilaciones, accedí a ayudarlos. El domingo siguiente, al llegar a la iglesia de San Gerásimo, pase directamente al altar donde p. Porfirio oficiaba la Proscomidia. Pedí su bendición. Bendiciéndome, pregunto: «Eres estudiante de teología?» Conteste, que si. Entonces él dijo: «Ya que estas aquí, darás el sermón.» Al correrme a un lado pense: donde sabe que estudio teología, me habrá visto antes en algún lado?

El padre oficiaba la Divina Liturgia, y preste cada vez mas atención como él oficiaba. Todo su aspecto era increíblemente luminoso, pero, lo que me llamó mas la atención fue como él oraba. Parecía hablar con alguien a quien veía ante si. Después del versículo de la comunión salí ante la gente y dije el sermón. Luego volví al altar, espere cuando termine el oficio y pueda hablar con él. Al final, cuando consumió las Santas ofrendas, el padre antes de sacar las vestiduras litúrgicas, me llamo por mi nombre: «Nicolás! Como lograron mandarte a ti, aquí y hoy?» Cuando escuche esto, en primer lugar mi nombre, y en segundo lugar, la causa de mi aparición en el templo, me confundí y quería justificarme, cuando p. Porfirio de nuevo me dijo: :Tu no viniste solo, sino, ellos te enviaron.»

Callado asentí. «Escucha lo que te diré: estos son gente mala.» — «No, padre, yo no pienso así. Porque Ud. lo decidió así?» — «En aquella noche cuando viajé con ellos a Karclista y paré en el hotel, uno de ellos decidió matarme, después que encontraran el dinero. El quería recibir su parte y temía que yo avise del hallazgo a las autoridades. Pense, que no debe perderse su alma por el dinero. Por eso decidí, temprano a la mañana, irme. Es por eso que te digo, que no son gente buena.»

Yo estaba anonadado por lo que escuche y no sabia que contestar. Naturalmente, no podía convéncerlo. P. Porfirio me bendijo y dijo, que quería verme de nuevo. Con esto nos separamos. No deseando decir a otros lo que me dijo el padre, al volver dije que definitivamente no quería viajar a Kardista. Después que dos de ellos se fueron, mi primo me pidió de contarle en detalle mi conversación con el padre. Entonces, le conté todo lo que se hablo en el altar. Siendo un hombre honrado, mi primo no podía creer que alguien pueda planear algo semejante. Pero yo le pedí bajo juramento, de comunicarme lo que escuchara del maléfico plan de sus compañeros.

Luego él me contó que una vez, cuando estuvieron juntos, y hablaron sobre la infructuosa búsqueda del tesoro, el maestro dijo: «Yo tenia razón, sospechando que el monje quiere delatarnos a la policía. Pero quise degollarlo, en cuanto encontremos el tesoro.» El maestro este, poseído por la codicia, seguía todavía buscando el tesoro, hasta que dos meses después de lo acontecido, murió en un accidente automovilístico.

He aquí, en que circunstancias conocí al p. Porfirio, El fue luego mi padre espiritual y me acerque a él cada vez mas, — terminó su relato el ex estudiante de la facultad de teología. Lo característico de toda esta historia es, que p. Porfirio no quiso ayudarlos a buscar el tesoro para no provocar la perdida del alma del desdichado maestro, en cambio ni se acordó de si mismo. Esto recuerda el caso del padre San Juan de Kronstadt, cuando lo llevaban a una casa, donde lo esperaban los asesinos: «Me llevan a la muerte» — dijo, pero no retrocedió. Al p. Porfirio, la muerte no lo asustaba, sino, temía la perdida de un alma humana.

P. Porfirio en su alma nunca dejo el Monte Athos. No había nada en este mundo, que lo interesara mas que el Sto. Monte y particularmente la ermita Kavsikalivia. Cuando en 1984 él supo que el ultimo habitante de la celda de San Jorge la dejó y paso a vivir en el monasterio, se apresuro al Sto. Monte a la gran abadía de San Atanacio, a la cual pertenecía la ermita, y pidió que le dejaran a él, aquella celda. El siempre soñaba de volver al lugar de sus votos, en la celda de San Jorge, 60 años atrás. El padre se preparaba para el ultimo viaje terrenal de su vida, antes de la partida de este mundo. Y el Señor escuchó el deseo de su corazón. Le fue dado irse con el Señor en el lugar de sus primeras hazañas.

Durante dos ultimos años de su vida terrenal p. Porfirio a menudo hablaba como va a responder en el Juicio Final. Comenzaba prepararse cuidadosamente a la muerte. Le gustaba recordar una historia de Paterik, donde un anciano monje, sintiendo la cercanía de su fin, se preparo la tumba y dijo a su discípulo: «Hijo mío, las piedras son resbalosas y el camino abrupto, puedes lastimarte si piensas llevar mi cuerpo a la tumba. Vamos allá, mientras todavía puedo caminar.» El discípulo, sosteniendo al anciano, lo llevó hasta la tumba. El anciano se acostó en ella y entrego su alma a Dios.

Después, que p. Porfirio recibió la celda de San Jorge, ubicó allí primero a sus discípulos y predijo, que cuando su numero llegara a cinco, él mismo vivirá en ella. Durante el verano de 1991 allí ya vivían cinco monjes. El hijo espiritual del padre, doctor en teología, Constantino Grigoriadis, así relata su visita a p. Porfirio en Kavsokalivia:

«Encontrándome en la ermita de Kavsokalivia en la mitad de octubre de 1991, un mes y medio antes del deceso de p. Porfirio, supe que él vivía aquí. Alegrándome por esta noticia, fui a visitarlo. El me recibió muy amablemente y pasamos tres horas en conversación espiritual. Ambos estabamos emocionados con este encuentro. Pregunté al padre porque pasaba esto. El me contestó: » No esperaba encontrarte aquí, en el lugar de mis votos. Esta celda significa mucho para mi, aquí comencé mi vida espiritual. Aquí llegue a los maestros espirituales de santa memoria, Pantaleon y Ioanikio. Y el Señor me permitió volver de nuevo aquí.» Sus ojos ciegos y cerrados se llenaron de lagrimas alegres de agradecimiento a Dios.

Por su pedido, no lejos de la celda fue preparada la tumba para él. El dictó su ultima carta de despedida, en la cual pedía perdón a todos y daba su enseñanza. En la ultima noche de su vida terrenal él se confesó y comulgó. Después de esto sus discípulos comenzaron a leer el canon para la salida del alma. También leyeron la regla de la celda de gran ermita, según el rosario.

Las ultimas palabras de p. Porfirio eran las palabras evangélicas del Salvador en conversación de despedida con sus discípulos: «Que todos sean unidos.» Y luego apenas audible, susurró: «Ve» y exhaló el espíritu. El Señor llevó su alma luminosa a las 4.31 de la mañana, el 2 de diciembre de 1991.

El día siguiente al amanecer, en cuanto el sol iluminó con sus rayos la cima del Monte Athos, sus santos restos fueron cubiertos por tierra. Para su alma brilló la luz de la vida eterna.

El hecho, que el padre Porfirio esta vivo con Dios, después de su muerte y pide por nosotros, muestra el caso siguiente: Hay en Atenas un hombre muy instruido, hijo espiritual de p. Porfirio, quien en forma regular se dirigía a él por consejo y, a menudo, no teniendo la posibilidad de visitarlo, llamaba por teléfono. Cuando el p. Porfirio se fue con el Señor, este hombre se encontraba en otra ciudad y no sabia nada de la muerte del padre.

Después de volver a Atenas, surgieron algunas dificultades familiares, y él como siempre decidió de llamar a p. Porfirio, buscando su consejo. Tomo el teléfono, marco el numero y escucho la voz de p. Porfirio. Lo saludó, pidió su bendición y le contó sus dificultades. P. Porfirio lo escucho y le dio un valioso consejo. Contento el hijo espiritual dijo: «Vendré pronto a verlo, en cuanto me libere.» A esto p. Porfirio respondió: «No me llames mas, porque ya estoy muerto.»

Pero Dios no es Dios de los muertos, sino Dios de los vivos, y creemos que el p. Porfirio esta vivo con Dios, escucha nuestras oraciones y tiene fuerza para ayudarnos, e interceder por nosotros pecadores ante el trono del Altísimo!

Traducido del ruso por Dra. Elena Ancibor

Extraído de:

Father Alexander

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