La paz del corazón
Pedro Rodríguez Panizo
Los dogmas son cristalizaciones del amor de la comunidad cristiana a su Señor y a todo lo que tiene que ver con él. Las formulaciones en que los recibimos son como puntas de iceberg; llevan latente la memoria agradecida y la sabiduría estructural de la Tradición eclesial y apuntan, más allá de sí, hacia el Misterio insondable del Dios Trino. María no es un tema menor de la inteligencia de la fe que llamamos «teología», ni de la fe vivida y ejercida del teólogo y de los demás miembros del pueblo de Dios. Si el sano pudor religioso no lo impidiera, el lado interior de nuestra personalísima historia de fe –ese que solo Dios y el creyente conocen–, contaría cosas hermosísimas de aquella a quien las infinitas letanías de la Iglesia llaman «refugio de los pecadores», «consoladora de los afligidos»; «virgen fiel».
La que agradece al que «ha mirado la humildad de su sierva» (Lc 1,48), todo el bien de que ha sido término, recoge –para la fe cristiana– todas las dimensiones de la humildad, llenándolas de júbilo y esperanza. El creyente ve en ella la grandeza de esa humildad, la fuerza contra la injusticia que se desprende de la capacidad para decir «sí» a Dios, sin reservarse nada para ella, pues «la humildad engrandece el corazón, en vez de empequeñecerlo»1. Y humildes son también todos los misterios que la Iglesia confiesa y medita acerca de la «llena de gracia» (Lc 1, 28), pues en todos ellos no se encuentra sino una pura remitencia al Hijo, de cuya humildad procede la de María. «Toda la experiencia mariana está en función de la cristología y, por consiguiente, de la eclesiología», ha podido decir Hans Urs von Balthasar en el volumen inicial de su monumental Estética teológica (G 1, 302; H 1, 329).
En otro lugar, al hablar del principio mariano, el teólogo suizo se ha referido a esta humilde desapropiación de María, incluso en todo lo que decimos en la fe acerca de ella: el título de «Madre de Dios» (Theotókos) se refiere a la cristología; la Inmaculada apunta al misterio de la gracia y la redención, al encuentro entre aquella y la libertad de su criatura, siempre respetada; el hecho y la fe en su virginidad, para ser madre de Cristo, expresa la teología de la Alianza y del pueblo de Dios; y, finalmente, la Asunción remite a la escatología, pues la Iglesia confiesa que lo que todos esperamos se le ha otorgado ya a María2. Balthasar lamenta los excesos subjetivos a que a veces se ha llegado en la historia de la mariología, a las «extravagancias imaginadas por la fantasía piadosa» que « no solo llegaron a ser para los protestantes un escándalo comprensible, sino que lógicamente se alejaban también de la auténtica tradición católica» (TD 3, 291; TdK II/2)3; y anima a volver a la mariología objetiva de la gran tradición eclesial, desde Ireneo, Agustín, etc., hasta Anselmo y Bernardo, entre otros. Entremos, pues, en lo que el dogma eclesial afirma de la experiencia mariana, «inefable a causa de su misma sencillez y profundidad» (G 1, 319)4, y hagámoslo con el temor reverencial de quienes, como José, retroceden a un segundo plano para dejar paso al Misterio insondable de Dios, que ha tomado tan en serio a la humanidad.
En efecto, según el testimonio neotestamentario, María aparece como la creyente por antonomasia, más que cualquier otro personaje del Primer Testamento, pues –pudiéndolo hacer– ni siquiera pide un signo, como Gedeón en Jc 6,17, sino que vive pendiente de la Palabra de Dios (cf. Lc 1,38), fiándose totalmente de Él. La señal de credibilidad se le da sin pedirla, y hace referencia a la estéril Isabel, que, sin embargo, va a dar a luz un hijo, resonando en su persona todas las mujeres bíblicas que, siendo estériles como ella (recuérdese cómo llora su virginidad, durante dos meses, la hija de Jefté en Jc 11,29-40), han dado a luz: Sara (Gn 18,9-15), Rebeca (Gn 25,21-22), Raquel (Gn 29,31; 30,22-24), o Ana (1 Sm 1,11-20), en una suerte de praeparatio del momento oportuno y central de la historia de la salvación. Las distintas afirmaciones marianas de la Tradición eclesial no hacen sino situarse en un marco cristológico, eclesiológico y antropológico.
encontrareis el texto completo en la BIBLIOTECA
En María está sintetizado todo lo que esperamos del Reino de Dios.
Como dice el texto, en el dogma de la Inmaculada(próximo a celebrar)están la gracia y la redención,en el dogma de la Virginidad se expresa la Alianza de Dios con su pueblo,y en el dogma de la Asunción se hace presente la Vida Eterna.
María es modelo y ejemplo para todos los quieran tener una relación de Amor con el Señor.
Que la Santísima Virgen María nos ayude a imitarla.
Dios os bendiga
paz y bien hermanos que saben del estudio de proponer como dogma a maria mediadora de todas las gracias