La paz del corazón
Por: Hna. María Pía
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Una primera tentativa fue su entrada a las Hermanas de San José, allí era llamada María «la pequeña árabe». Vale la pena destacar su servicialidad constante, era muy apreciada por todas, siempre primera en ofrecerse para los trabajos y en su conducta resaltaba en especial su humildad.
Es en este período cuando comenzaron a vislumbrase los fenómenos místicos; por este motivo en el momento de la admisión al noviciado la votación resulta desfavorable para María, por el miedo de las religiosas a ser engañadas por una visionaria.
La Madre Verónica, de la misma Congregación, quien había obtenido el permiso de Roma para entrar a la Orden Carmelitana, propone a la joven ingresar juntas al Carmelo de Pau, llegando el 15 de junio del 1867, allí le es dado el hermoso nombre de María de Jesús Crucificado.
La Madre Verónica nos da un hermoso perfil de esta pequeña hermana de veinte años, que considero importante transcribirlo: «Al verla no le daría mas de 12 años de edad. Su pequeña estatura, su rostro cándido, su dificultad de expresarse en nuestro lenguaje, su ignorancia de todas las cosas, pues no podía leer ni árabe ni francés, todo esto contribuía a que poseyera un carácter por así decirlo, similar al de una niña, era llamada por nosotras como «la pequeña Hermana».
Sorprendentemente unía esta simplicidad con una gran sabiduría y un elevado espíritu, juicio delicado, mucho discernimiento y la experiencia de una persona mayor. Si ella no poseía muchos talentos, no tardamos mucho tiempo en convencernos de que su corazón y su espíritu eran ricos con los regalos que se dan a las almas grandes.»
Párrafo aparte merecen sus extraordinarios dones, entre ellos podemos mencionar: los éxtasis, levitaciones, transverberación de corazón, don de profecías, bilocación, estigmas, don de la poesía.
Para ilustrar estos regalos del Espíritu contaré algunos de los hechos más importantes.
Los éxtasis comenzaron a suceder desde pequeña y desde su entrada en la vida religiosa fueron más frecuentes, podríamos decir casi diarios, «hay veces, decía, que no puedo hacer absolutamente nada, no importa lo que haga para prevenirlos, soy transportada cuando menos lo pienso, en otros momentos, puedo distraerme un poco en orden a no irme», «siento como si el corazón se me abriera, como si hubiera una herida y tengo la certeza y la impresión de que Dios se mueve en mí» » prestemos atención a las pequeñas cosas, todas las cosas son grandes ante Dios, denle a El todas las cosas». A la simple palabra de la Superiora para que retornara del éxtasis lo hacía inmediatamente.
Las levitaciones fueron verificadas por primera vez el 22 de junio del año 1873 en el jardín del Carmelo de Pau, notando su ausencia en la cena, la Maestra de novicias comenzó a buscarla, otra Hermana escuchó una canción: «¡Amor, Amor!», miró hacia arriba y vió a la «pequeña» balanceándose sin ayuda en la cima de un árbol de lima. A la simple palabra de la Maestra, por obediencia descendió con «un rostro radiante». Fueron ocho las levitaciones contadas.
Los estigmas le fueron concedidos cuando estaba como postulante en el Convento de San José en Mayo del año 1867. El Padre Lazare, Carmelita y su director en Mengalore, examinó los estigmas.
De su reporte sacamos lo siguiente: «Las manos estaban inflamadas en la parte de las palmas y las heridas estaban abiertas, alrededor de las heridas había sangre coagulada, ya que la herida comenzaba a abrirse días antes… lo mismo sucedía en los pies». Nos cuenta la Maestra de Novicias del Carmelo de Belén respecto a este fenómeno, en el año 1876:
«Estaba quejándose y temblando en lo profundo de su cuerpo, partía el corazón verla de esta manera, usualmente repetía estas palabras: «¡Mi Dios, no me abandones, mi Dios ofrezco todo esto por Ti! ¡Perdón, mi Dios, perdón! A las 2.15 comenzaba la dolorosa agonía… después de las 3.15 hablaba nuevamente: «¡Ten piedad de mí, llámame hoy, llámame así puedo dejar esta tierra!
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