Lo extraordinario de lo ordinario

Milagros cotidianos

El milagro con el que Nuestro Señor Jesucristo convirtió el agua en vino no es una maravilla a los ojos de quienes saben que fue obrado por Dios.

En efecto, el que durante las bodas produjo el vino en las seis ánforas que mandó llenar de agua, es el mismo que todos los años hace algo semejante en las vides.

Lo que los servidores echaron en las hidrias, fue transformado en vino por obra de Dios, lo mismo que también por obra de El se cambia en vino lo que cae de las nubes. Si no nos maravillamos de esto, es porque sucede todos los años y por la frecuencia ha dejado de ser admirable.

Sin embargo, esto merecería mayor consideración de lo que sucede dentro de las ánforas con agua. ¿Quién puede, en efecto, considerar las obras del Señor, con las que rige y gobierna el mundo entero, sin pasmarse de asombro ni quedar como aplastado ante tantos prodigios?

La potencia de un grano de semilla cualquiera es tan grande que casi hace estremecer de espanto a quien lo considera con cuidado.

Pero como los hombres, ocupados en otras cosas, han dejado de prestar atención a las obras de Dios, por las que sin cesar deberían glorificar al Creador, Dios se reservó hacer prodigios inusitados para inducir a los hombres, que están como amodorrados, a adorarlo a través de estas maravillas.

Resucita a un muerto, y los hombres se llenan de admiración, nacen miles de personas todos los días, y ninguno se extraña.

Sin embargo, si se examina bien, mayor milagro es el comenzar a ser quien no era, que el retornar a la vida quien ya había sido.

Y es el mismo Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, quien mediante su Verbo hace estas maravillas, y el que las ha hecho, las gobierna.

Los primeros milagros los ha obrado por medio de su Verbo, que está en Él y es Dios mismo; los segundos, por medio de su mismo Verbo encarnado y hecho hombre por nosotros.

Del mismo modo que admiramos las cosas realizadas por medio de Jesús hombre, admiremos las obradas por medio de Jesús Dios.

Por medio de Él, fueron creados el cielo y la tierra, el mar y toda la hermosura del cielo, la opulencia de la tierra y la fecundidad de los mares.

Todo lo que se extiende delante de nuestra vista, fue creado por medio de Jesús Dios. Al contemplar estas cosas, si en nosotros reside su Espíritu, nos alegrarán de tal forma que alabaremos al Artífice, y no harán que lo olvidemos, distraídos por sus obras, ni que volvamos la espalda al que las creó.

Comentario de San Agustín al Evangelio de San Juan (8, 1)

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