¿Quién mira por mis ojos?

Un día me encontré aquí, en lo que llaman todos «el mundo» o «la vida». No supe a ciencia cierta cómo es que esta aparición se produjo. Se me dijeron  muchas cosas sobre esto, pero fue siempre información de oídas y en cierto modo dudosa, al ser contrastada luego con otras opiniones e informaciones acerca del origen de todo.

Muchas personas, innumerables actividades, paisajes naturales diversos y de belleza incomparable. Emociones por doquier, alegrías brillantes y dolores inimaginables; comedia, drama y tragedia enlazados en todos los rincones.

Un aparente mal, escondido en los rincones, grandes espacios de bien y de un sentimiento que llamamos amor.

Después, se revelaron galaxias, millones de estrellas, el colapso de mundos distantes, la posibilidad de otras vidas, nebulosas coloridas y vacíos sin nada, densas oscuridades. Olas que vienen y van en el océano vital, caminos sin fin, vórtices hipnóticos, tendencias apremiantes…

Mientras tanto, el mundo pequeño e íntimo de lo mental, también crecía y se hacía complejo. Como si fuera un mundo reflejo del otro, veía en ambos, afuera y adentro situaciones similares. Solo era distinta la escala, la medida, pero el argumento central, aquello que gemía «allá» y «acá», era lo mismo.

La sorpresa ante el hecho de la vida, la pasión por ella y el miedo a perderla. El horror a dejar de ser y de estar. A partir de allí, todo lo demás, incluyendo el dolor y el sufrimiento como anuncios de la muerte, de la angustia primigenia.

Un buen día descubrí a Dios; primero la idea, luego el concepto, más tarde la creencia. Mucho tiempo después lo que llamaría «la experiencia» de Dios, es decir una vivencia íntima, intraducible al lenguaje, que las palabras degradarían. Un conocerLe de modo personal y por tanto absolutamente particular.

En todo ese proceso, mientras Dios mutaba en mí desde la idea a la experiencia, quise usarlo, pedirle, negociar con Él. Quise verlo como un objeto, como pueden verse las personas o las cosas o en todo caso como visión magnífica en mi interior. Quise que respondiera con claridad para mi entendimiento, quise que se anunciara, que me acompañara, que de algún modo se mostrara.

Es decir Dios fue objeto de mi deseo y solo la frustración quedaba como residuo, como pasa con todo deseo. Si el deseo se logra deja ya de interesar, encaminándose la mente en pos de uno nuevo, y si  no se logra la frustración se instala.

También, durante todo este desarrollo vital, hubo el intento legítimo de controlar la vida, de encauzarla hacia donde yo quería. Hubo aparentes causas y efectos posibles; hubo lucha y fracaso e intentos repetidos de hacer que las cosas fueran como según yo, tenían que ser. Nada de eso.

Curiosamente Dios empezaba a revelarse como la oposición a lo deseado. Yo le concedía el poder supremo, ya que había hecho la existencia misma con todo lo que incluye y sin embargo, cuando las cosas no iban como quería, me parecía una especie de «error» de Dios.

Al menos conmigo, Dios se equivocaba. No puedo sino sonreír ante el recuerdo, no obstante así lo vivía, como injusticias de la divinidad para conmigo.

No fue sino hasta mucho tiempo después cuando empecé a ver la concatenación oculta de los hechos. Los significados que estaban vivos tras los acontecimientos aparentemente desafortunados. Cuando me encontré agradeciendo en años posteriores, lo que en un primer momento había considerado fracaso doloroso, me acostumbré a confiar.

Se me hizo costumbre dejarle a Dios el peso de mi vida. Equipaje que nunca llevé sobre mis espaldas, pero que creí cargar. Se dio cuenta la mente que de nada le servían sus especulaciones, planificaciones o cuidados. Todo era finalmente como Dios quería que fuera. Todo era como Es.

No dejé de actuar, ni de poner lo mejor en la acción que fuera necesaria según mi entendimiento del momento, pero ya no me olvidaba que el asunto en definitiva, no estaba en mis manos. Nunca lo había estado en realidad.

Seguramente conocerás un juego que hay en algunos bares, donde sobre una mesa forrada en suave paño verde, los jugadores tratan de acertar trayectorias golpeando unas esferas de marfil. Cuando era muy joven, supe estar largas horas observando estas batallas entre amigos.

Cuando el jugador ha golpeado su bola, esta inicia una trayectoria golpeando a otras y rebotando en los bordes de la mesa, que puede llegar a ser muy compleja y estética. ¿Entrará la bola en el espacio asignado? ¿Cómo saberlo? Hay que esperar a que el movimiento termine. Sin embargo, sabemos, que una vez lanzada la jugada, lo que sucederá está, en cierto modo, determinado.

¿No ha sido ya iniciada mi vida? ¿No sabía Dios lo que buscaba al ponerla en movimiento? ¿Cómo podría yo cambiar la trayectoria? ¿Qué mejor que deslizarse raudo sobre el paño siguiendo la dirección impresa desde el principio?

En definitiva, son otras palabras para hablar de la necesidad y conveniencia espiritual del abandono a la divina providencia. La confianza absoluta en la potestad majestuosa, la entrega a lo que Él ha querido y quiere en cada instante.

La serenidad que de todo ello resulta, el silencio mental que lo va inundando todo, contribuyen en gran forma a la experiencia íntima de lo sagrado, de la que no puede hablarse con propiedad.

Esta confianza creciente resultó luego en una mirada nueva.

«Yo» veía el mundo, con sus paisajes, personas y situaciones, pero yo no era eso. Veía mi cuerpo y los pensamientos que formaban mi mente en constante movimiento, pero yo  no era eso. Veía incluso una «mirada» a la que podría llamar testigo, que observaba al mundo, al cuerpo y a la mente, pero yo tampoco era eso.

Un día me sobresaltó una alegría sin objeto alguno. No estaba a nada referida. Se expresó como silenciosa pregunta, como vibrante respuesta silenciosa.

¿Quién es el que mira por mis ojos?

Texto propio del blog

Contacto: hesiquiainfo@gmail.com

5 Comments on “¿Quién mira por mis ojos?

  1. Algunas veces cuando me he llegado a sentir muy cerca de Dios, siento cierto temor, miedo y creo que ése miedo me aleja, pienso que no debería sentir miedo, no sé por qué me siento así. Los saludo y escribo invocando el Santo Nombre de Jesucristo.

    • No hay nada que temer. Dios nos regaló la vida, Él nos sostiene en ella, nos llevará a término cuando sea necesario. Probablemente el temor surja de lo que se ha llamado «ego»; la mente que cree poder controlar y dirigir su propia vida. Esta sensación de cercanía a Dios, esta posibilidad de fundirse con Él, es en cierto modo la muerte de la propia voluntad; tal vez el miedo tenga en esa intuición su raíz. Un saludo cordial invocando a Jesucristo.

  2. Antes yo vivía así. Ahora estoy destruida por el sufrimiento, por los planes de Dios. Como consecuencia: he enfermado y he perdido hasta las ganas de vivir pues Dios todo me lo ha arrebatado. Él sabe y yo no sé, pero la destrucción del organismo a causa del dolor debe de entrar en los planes divinos pues Él me conoce mejor que nadie. Es muy desconcertante. Es terriblemente duro. Es imposible de vivir.

    • Debe ser muy difícil lo que usted vive. Solo puedo comentarle que, en el pasado, me ha servido preguntarme que cosa podría aprender de la situación. Que cosa estoy valorando en la circunstancia.

      Desechar todo pensamiento y reemplazarlo por la oración continua es algo que genera grandes cambios, uno llega a sorprenderse de las transformaciones que ocurren. Pero para esto hace falta una determinación muy fuerte para reemplazar los pensamientos por la oración apenas estos surgen. A veces la desesperación de una enfermedad o de la agonía mental brinda el grado de decisión necesario. Un saludo cordial invocando a Jesucristo.

    • Ánimo ! Llegará el día en que veremos como cada acontecimiento por doloroso que sea es la pieza de un precioso puzzle que Dios nos ha regalado a cada uno de nosotros. Habrá una respuesta al por que de cada sufrimiento y entonces solo podremos llorar de alivio, alegría y agradecimiento en el regazo de Jesús contemplando como él estuvo ahí con nosotros sosteniendonos en cada uno de esos momentos amargos. Un saludo!!

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