Tranquiliza tu corazón

Tranquiliza tu corazón. O mejor dicho, ve al corazón, que allí todo está tranquilo. Como puede verse en la conocida metáfora, la superficie del océano puede estar agitada o incluso atormentada por vientos huracanados, pero la profundidad de las aguas permanece en calma. Y no es una calma muerta sino repleta de vida; es que la paz de lo profundo permite la vida, la alimenta y desarrolla.

En cierto modo es un hacer contra corriente. Dejarse ir y no agitar los brazos luchando por seguir en la superficie. Cuando el rescatista acude en auxilio del que se está ahogando, encuentra su mayor obstáculo en la desesperación del bañista, en ese aferramiento desesperado. En cambio, con mucha facilidad lo lleva a flote rumbo a la orilla, cuando este se entrega confiadamente en sus brazos.

La providencia y la gracia versus nuestra voluble libertad… tiene todo el aspecto de un enredo innecesario. «Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado… » (Jeremías 1, 5) Eso es válido para todos, no solo para el profeta. O, en todo caso, todos somos profetas en tanto manifestación de una realidad invisible y divina.

Me hará bien hacerme consciente de la importancia del hacer tranquilo y sosegado. Volver una y otra vez a esa comprensión. ¡Es tan fácil de olvidar! Este olvido nace del deseo. «¡Quiero esto, quiero aquello, quiero lo de más allá!» Sí, son legítimos deseos. Pero lo que quiero verdaderamente es la paz que me regala tu presencia en mí. Lo demás viene añadido a este Cristo vivo en el corazón.

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