La paz del corazón
Es frecuente que la sola mención de la “soledad” produzca un cierto temor y un no menor rechazo, quizá porque, por ahora, se acentúan demasiado otros valores y otras situaciones en la vida humana.
Pero aquí no intentamos reivindicar ni defender o recomendar un determinado género de vida, sino señalar una “realidad” y hasta una “vocación”, precisamente como ámbito propio de esta vida humana.
Tarde o temprano, descúbrese una “apertura”, un deseo de amplitud y de libertad que no se satisface adecuadamente en este mundo. Un “impulso” interior, una llama encendida, que empuja más allá y descubre en el alma la vocación a la trascendencia.
Alguien ha hablado de un “sentimiento” oceánico, de los horizontes de un mar sin confines que parece poseer un estrecho parentesco con la interioridad del alma. O, mejor, que el alma se descubre, se tantea, en la belleza de un paisaje, que siempre continúa más lejos (o más cerca), más aquí o más allá.
Entonces descubrimos el desierto… el camino que trazamos va ahondando en el misterio de la vida hasta pasar más allá de cualquier imagen, precisamente porque el desierto señala la trascendencia y la superación de imágenes…
Camino insuperable: éste del corazón. A pesar de las tormentas no lo abandonamos. Seguimos, como el profeta Elías, porque aún hay mucho que andar. Pero, como los antiguos maestros, sabemos que quien se puso en camino, de alguna manera, ya llegó a su destino.
Es la “ermita interior” la que hallamos edificada como un templo por la misma mano de Dios.
Él quiere habitar allí, en el “secreto”, en esa dichosa intimidad de la que nada ni nadie nos puede apartar.
Es verdad que hay muchos llamados al desierto y a la soledad en los rumbos de este mundo y de su geografía. Es verdad que existen parajes que favorecen la contemplación y el silencio…
Pero, ¿cómo reconocer ese único desierto si no estuviera ya presente en nuestro corazón? ¿Cómo descubrir la soledad y el silencio si no fueran realidades escondidas, anteriores a su existencia y manifestación exterior?
Cuando seguimos y vamos dejando detrás las cargas que dificultan nuestros pasos; cuando vamos desprendiéndonos y desapegándonos de tanto equipaje: entonces –en la profundidad de la noche- se perciben las primeras claridades de la aurora, esos “levantes de la aurora” como decía San Juan de la Cruz…
Pues aquí, antes que nada, invitamos a volver al corazón y a descubrir la vida profunda en el desierto de nuestra alma. Múltiples son los “modos” de la vida solitaria, aunque preferimos decir que “carece de modos.”
Quizá nadie se “entere” de esa soledad…
Porque, el misterio del desierto… ¿quién puede penetrarlo? ¿Quién se atreve a comprenderlo?
El desierto puede ser adivinado, entrevisto o sospechado… Es demasiado íntimo para desgajarlo y exponerlo delante de los ojos ávidos o curiosos.
Todos, de alguna manera, estamos llamados a despertar a la ciencia de la soledad. La vida de los antiguos Padres del Desierto puede ser ejemplar y prototípica. La especial luminosidad de tales iconos resulta ser un magisterio de la santidad.
Hallamos, pues, dos géneros de solitarios o eremitas: los que profesando esta vida se retiran físicamente a un desierto material y los que han descubierto la ermita secreta y habitan en ella, lejos del mundo.
No cabe duda que lo que podríamos llamar la “espiritualidad del desierto” es la savia permanente que vivifica toda existencia religiosa.
del prólogo de «Cristo vive en el desierto»
Enlaces de hoy:
Anch’io sono d’acordo con Gabriella, l’uomo cerca sempre un tempo per la solitudine é propio della sua natura. Grazie
Bellissimo questo testo!
Il ‘deserto’ è menzionato tantissime volte nei vangeli.
Credo che la nostra anima anela al deserto, al silenzio, per poter meglio sentire la voce di Dio.
Grazie.
Gracias Gabriella por pasar por Hesiquía. Vuestro blog: http://gabriella50.wordpress.com/ nos ha parecido muy interesante, aunque lo leemos traducido por google.
Un saludo en Cristo.
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Hola Mario o la persona quien me ha contestado,
varias veces siento en las contribuciones de Hesiquia un rechazo de los placeres del mundo como verdadero ideal de la vida cristiana. Me quedo con el Santo Thomaso d´Aqzuino : SUMMA THEOLOGIAE II-II Cuestio 142, articolo I:
«Es vicioso todo aquello que se opone al orden natural. Pero es la propia
naturaleza la que puso placer en las operaciones necesarias para la vida
humana. Por ello, el orden natural exige que el hombre disfrute de estos
placeres en la medida en que son necesarios para su bienestar, sea en orden a
la conservación del individuo o de la especie. Por ello, si alguien rechazara
el placer hasta el extremo de desechar lo necesario para la conservación de la
naturaleza, pecaría por cuanto que se opondría, de algún modo, al orden
natural. Ahora bien: en esto consiste el pecado de insensibilidad.»
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Estamos de acuerdo Holle. No se trata de rechazar lo necesario. Quizás lo que has percibido en los post de Hesiquía, es un rechazo de lo superfluo o innecesario.
Un saludo en Cristo.
Todo el mundo me habla de Dios. No alcanzo a detestar este mundo. Aun Jesús se quedaba mucho tiempo en las cuidades y solo iba a veces al desierto, a veces vivia con la gente y a veces en la soledad.
Porque no conocer y estudiar el mundo en todas partes que nos habla de Dios en muchas maravillosas maneras?
No me convence el argumento que solo en el desierto se siente la cercania de Dios.
Hola Holle.
Por cierto que todo en el mundo habla de Dios. Y claro que no hay que detestar el mundo sino el mal que en él habita.
Creo que los diversos carismas muestran la variedad de la misma vida de Jesús, que a veces se retiraba y a veces predicaba.
La palabra desierto en ocasiones alude a desapego interior en otras a soledad exterior y también a inmensidad.
Claro que la Sagrada presencia puede sentirse en cualquier parte. Un saludo en Cristo, gracias por participar.