San Maximiliano Kolbe


San Maximiliano Kolbe

En el campo de concentración nazi de Auschwitz –Oswiecen en polaco– un día de agosto de 1941, en plena guerra mundial, ocurrió el siguiente diálogo:

Detenido 16670: “Quiero morir en lugar de ese hombre”.
Jefe del campamento: “¿Qué quiere este cerdo polaco?”
Detenido 16670: “Yo estoy viejo y estoy solo, y él tiene mujer e hijos”.
Jefe del campamento (con sonrisa irónica mirando al ayudante): “Es mi cura”. Se queda pensativo unos momentos y al fin responde en alta voz con decisión: “Aceptado”.

Todo el campo, como sacudido por una descarga eléctrica, quedó estupefacto. Un prisionero entregaba su vida para salvar a un padre de familia.

El detenido era el padre Maximiliano Kolbe.

Tal inmolación heroica no era una improvisación en un momento de generosidad. Era el culmen de toda una vida de entrega. Nuestro santo había nacido cerca de Lodz (Polonia) en 1894. Fue bautizado como Raimundo. Sus padres eran laboriosos trabajadores y llenos de esa piedad que tanto abunda en tierras polacas. Pertenecían a la Tercera Orden Franciscana (actualmente Orden Franciscana Seglar). Sus primeros años ocurrieron en su tierra natal en medio del piadoso ambiente familiar. De aquella época data el sueño de dos coronas que se le ofrecían; una blanca, la pureza y otra roja, el martirio. Maximiliano cogió las dos. Su amor a Cristo iba unido, desde su juventud, al deseo del martirio. Este amor y este deseo fueron creciendo a través de todos los lugares donde ejerció su sacerdocio franciscano; en Polonia y Japón.A los 13 años, en 1907, en el seminario de los Hermanos Menores Conventuales (OFM Conv)1 en Polonia, tomando el nombre de Maximiliano, es enviado a Roma a cursar los estudios de filosofía y teología necesarios para la ordenación sacerdotal.2 La ordenación y el doctorado los recibe en Roma en 1919, después del fin de la Primera Guerra Mundial.

Al año siguiente regresa a su patria donde se dedica, además de a la celebración eucarística, a la prensa. Convierte al convento en la Ciudad de la Inmaculada.

Este misterio mariano inspiró toda su vida.

A María Inmaculada confiaba Maximiliano todo su amor por Cristo y su deseo de martirio. En ella veía la gracia de Dios ofrecida al hombre.

Todo su apostolado, tanto en Polonia como en Japón, estuvo marcado por este misterio. En ambos países fundó ciudades de la Inmaculada (Niepokalanow en polaco; Mugenzai no Somo en japonés).3 La del Japón era en la periferia de Nagasaki.

Al país del sol naciente fue enviado en 1930.

Allí también promovió varias publicaciones marianas, entre ellas el “Caballero de la Inmaculada”, que alcanzó millones de ejemplares. Fundó monasterios y soñó con un proyecto para extender por todo el mundo la Milicia de la Inmaculada. En 1936 regresa a Polonia.

En 1939 las tropas hitlerianas invaden Polonia y ante la respuesta de Francia y Gran Bretaña, se inicia la Segunda Guerra Mundial. La “Ciudad de la Inmaculada” es bombardeada y saqueada. Kolbe es apresado y conducido al campo de concentración de Auschwitz. En este campo fueron asesinados durante la guerra unos cuatro millones de prisioneros, gran parte en cámaras de gas. Entre ellos figura también otro santo, en este caso mujer, Edith Stein, judía de raza, filósofa, convertida al catolicismo y carmelita descalza con el nombre de Sor Teresa Benedicta de la Cruz.

Como decía el papa Juan Pablo II en la canonización de Maximiliano Kolbe en 1982:

“La desobediencia al mandamiento de Dios creador de la vida; ‘No matarás’ causó en ese lugar la inmensa hecatombe de tantos inocentes. En nuestros días, pues, nuestra época ha quedado así horriblemente marcada por el exterminio del hombre inocente.

”El padre Maximiliano Kolbe, prisionero del campo de concentración, reivindicó, en lugar de la muerte, el derecho a la vida de un hombre inocente, uno de los cuatro millones. Este hombre –Francisco Gajowniczek– vive todavía y está aquí presente entre nosotros…

”Así el padre Maximiliano Kolbe reafirmó el derecho exclusivo del Creador sobre la vida del hombre inocente y dio testimonio de Cristo y del amor. El apóstol san Juan escribe: ‘En esto hemos conocido la caridad en que Él dio su vida por nosotros, y nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos’ (1 Jn 1,3-16).”

El padre Maximiliano murió el 14 de agosto de 1941 por una inyección letal de ácido fénico después de dos semanas donde los prisioneros debían morir de hambre en un bunker.4

La liturgia del santo le aplicó las palabras: “Dios lo encontró digno de sí. Lo probó como oro en el crisol y le agradó como un holocausto”.

“A los ojos de los hombres padecía un castigo; sin embargo su esperanza estaba llena de inmortalidad, ya que ‘las almas de los justos están en las manos de Dios y no los atacará tormento alguno. Cuando a los ojos de los hombres parece que mueran… cuando su partida de este mundo es considerada por nosotros como una desgracia… ellos están en paz en las manos de Dios’ (Sab 3).”

En una carta que escribió a un hermano de orden se refleja su espíritu apostólico y su devoción mariana. Le decía:
“Me llena de gozo querido hermano, el celo que te anima en la propagación de la gloria de Dios. En la actualidad se da una gravísima epidemia de indiferencia, que afecta, aunque de modo diverso, no sólo a los laicos, sino también a los religiosos. Con todo, Dios es digno de gloria infinita. Siendo nosotros pobres criaturas limitadas y por tanto, incapaces de rendirle la gloria que Él merece, esforcémonos, al menos, por contribuir, en cuanto podamos, a rendirle la mayor gloria posible.

”La gloria de Dios consiste en la salvación de las almas, que Cristo ha redimido con el alto precio de su muerte en la cruz. La salvación y la santificación más perfecta del mayor número de almas debe ser el ideal más sublime de nuestra vida apostólica.

”Cuál sea el mejor camino para rendir a Dios la mayor gloria posible y llevar a la santidad más perfecta el mayor número de almas, Dios mismo lo conoce mejor que nosotros, porque Él es omnisciente e infinitamente sabio. Él y sólo Él, Dios omnisciente, sabe lo que debemos hacer en cada momento para rendirle la mayor gloria posible…
”Dios y solamente Dios, infinito, infalible, santísimo y clemente, es nuestro Señor, nuestro Creador y Padre, principio y fin, sabiduría, poder y amor; todo. Todo lo que no sea Él vale en tanto en cuanto se refiere a Él, creador de todo, redentor de todos los hombres y fin último de toda su creación. Es Él quien, por medio de sus representantes aquí en la tierra, os revela su admirable voluntad, nos atrae hacia sí, y quiere por medio nuestro atraer el mayor número posible de almas y unirlas a sí del modo más íntimo y personal.

”Amemos sin límites a nuestro buen Padre; amor que se demuestra a través de la obediencia y se ejercita sobre todo cuando nos pide el sacrificio de la propia voluntad. El libro más bello y auténtico donde se puede aprender y profundizar este amor es en el Crucifijo. Y esto lo obtendremos mucho más fácilmente de Dios por medio de la Inmaculada, porque a ella ha confiado Dios toda la economía de la misericordia.

”La voluntad de María, no hay duda alguna, es la voluntad del mismo Dios. Nosotros por tanto, consagrándonos a ella, somos también como ella, en las manos de Dios, instrumentos de su divina misericordia. Dejémonos guiar por María, dejémonos llevar por ella, y estemos bajo su dirección tranquilos y seguros; ella se ocupará de todo y proveerá a todas nuestras necesidades, tanto del alma como del cuerpo; ella misma removerá las dificultades y angustias nuestras.”

Notas:

1. La primera Orden Franciscana tiene tres ramas: los Franciscanos (OFM), los Capuchinos, surgidos en el siglo xvi (OFM Cap) y los Conventuales, desgajados en 1517 (OFM Conv). A esta rama perteneció nuestro santo.
2. Al hacer los votos solemnes en 1914, por su ardiente amor a la Virgen añadió el nombre de María al de Maximiliano.
3. En dichas ciudades fundó la asociación “Milicia de la Inmaculada”, cuyos miembros se llamaban “Caballeros de la Inmaculada”. Editó ocho revistas.
4. La ocasión de la muerte fue la fuga de un detenido y la diezmación por represalias que se derivó de ella. Su cuerpo fue incinerado con los de otros ocho detenidos.

por fray Frank Dumois, OFM

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