El fracaso es aprendizaje

San Lucas 4, 20 -30

Texto extraído de «Las sandalias del peregrino»

Imagen  de fotomontaje enviada por  Holle  Frank

Un médico que ejercía en un hospital estadounidense, se ofreció a pasar sus vacaciones en Nigeria asistiendo a los misioneros que atendían a los enfermos de las poblaciones vecinas.

Ya en África, el primer golpe lo recibió al descubrir que la clínica a donde acudió de voluntario carecía de los aparatos, los medicamentos y los instrumentos  básicos con que hacer las curas más elementales.

Muchos de los pacientes dormían sobre colchonetas en el suelo y sus acompañantes debían llevar con ellos la comida con que alimentar a sus familiares.

En Norteamérica este doctor era un especialista muy prestigioso. Había llevado a cabo intervenciones delicadas con gran éxito. Pero hasta aquella aldea remota del continente negro llegaban enfermos afectados de males como la tuberculosis o la malaria.

Muchos morían antes de ser atendidos. Sin utensilios de cirugía, sin fármacos adecuados, el galeno se sentía como un sabio inútil incapaz de afrontar las operaciones más sencillas.

Un día llegó a la consulta un joven afectado por una grave enfermedad. En la zona del corazón se había acumulado líquido y, salvo una intervención muy peligrosa que requería de herramientas de las que no disponía, el hombre fallecería.

A pesar de todos los riesgos y que las posibilidades de éxito eran escasas, se decidió a intervenir. Con una determinación más audaz que el artefacto más sofisticado, logró extraer el líquido del corazón del muchacho y salvarlo.

Después de la euforia inicial tras el éxito de la operación, a los pocos días volvió la desilusión del facultativo al ver cómo cada día expiraban tantos pacientes por patologías que en cualquier hospital del primer mundo tendrían fácil remedio.

El joven curado advirtió la tristeza de aquel hombre blanco que le había salvado la vida y le soltó a quemarropa:

-Tú aún te preguntas para qué viniste hasta aquí. Yo te lo diré: viniste por mí.

Es posible que aquel doctor que viajó miles de kilómetros con su bata verde y su currículum cargado de menciones cum laude, al enfrentarse a la realidad se dejó vencer por el síndrome del Mesías. Esa pandemia que, a lo largo de los siglos, ha doblegado la voluntad de tantos hombres buenos.

Cuando Thomas Alva Edison inventó la bombilla, no le salió a la primera. Durante casi tres años tuvo la paciencia de probar con seis mil fibras diferentes: vegetales, minerales, animales e incluso humanas –ensayó hasta con un pelo de la barba pelirroja de uno de sus colaboradores-.

Antes del éxito, efectuó casi mil intentos. Tantos, que uno de sus ayudantes le preguntó si no se desanimaba con tantos fracasos.

-¿Fracasos? No sé de qué me hablas. Con cada descubrimiento me enteré de un motivo por el cual una bombilla no funciona. Ahora ya sé que hay mil maneras de no hacer una bombilla.

Gustavo Adolfo Bécquer es el poeta preferido de los corazones románticos y los espíritus melancólicos. Sus poemas se estudian en los institutos y universidades y su obra es reeditada una y otra vez desde hace casi  de siglo y medio.

Pero sabemos que fue un hombre atormentado, víctima de pasiones delirantes y amores contrariados, que nació pobre, vivió pobre y murió pobre, como lo definió Azorín.

Jamás llegó a conocer el éxito de su obra, pero no por ello sus lectores seguimos fascinados con las rimas que, cada primavera, harán que vuelvan las oscuras golondrinas que aprendieron los nombres de tantos enamorados.

Van Gogh llegó a pintar novecientos cuadros y mil seiscientos dibujos en unos diez años. Sin embargo, mientras vivió apenas logró vender unos pocos. Murió sin blanca, pero hoy día es uno de los pintores de cuyas obras más se han escrito y mejor se han pagado.

Fracaso fue el que debió sentir Juan el Bautista cuando, a pesar del ayuno casi permanente, de andar pregonando por todos los caminos de Tierra Santa la buena noticia de Jesucristo y congregar multitudes de seguidores, se llamaba a sí mismo como la voz que predicaba en el desierto.

Fracaso debió de ser el sentimiento que atormentó a Abraham cuando quiso salvar a Sodoma si encontraba cincuenta personas justas. Después de regatear con el Señor en un diálogo maravilloso, logró que Dios se conformase con hallar sólo a diez hombres buenos con los que poder salvar a todo un pueblo.

Pero el Señor no es Diógenes que se hubiese conformado con encontrar a un hombre honesto. Abraham  ni siquiera reunió ese número de diez, y Sodoma fue destruida.

Fracaso fue el que acompañó durante los treinta años en que oró y lloró Mónica por la conversión de su hijo, Agustín de Hipona, cuando pareció que las plegarias las esparcía el viento y no llegaban al cielo.

Tomás de Kempis escribió La Imitación de Cristo mientras vivió recluido en un monasterio hasta que murió a los noventa años.

Ese libro es del que más ediciones se han publicado después de la Biblia, y ha sido el abrevadero en el que han bebido tantos santos y tantos místicos, pero la primera vez que su obra fue impresa fue tras el fallecimiento de Kempis.

San Pablo escribía sus epístolas a plazos en los altos que hacía en el camino, mientras tejía tiendas  con Aquila y Priscila, estaba preso o se recuperaba de los intentos de asesinato que sufrió. Eran cartas dirigidas a comunidades pequeñas y eran leídas en asambleas reducidas.

Esos textos viajaban por desiertos, bajaban barrancos y atravesaban montañas, probablemente a lomos de mulo o en carretas destartaladas. Es muy posible que alguna vez se perdieran y volvieran a recuperarse, que tuvieron que ser escondidas ante el acoso de los perseguidores de los cristianos.

Cuando las escribió es razonable pensar que el apóstol jamás calibró el alcance que llegarían a tener en el futuro para la cristiandad.

Durante décadas, incluso siglos, esas cartas tan profundas tuvieron un público muy escaso, pero operaron como la gota que va erosionando hasta perforarla, segundo a segundo, la roca milenaria.

Para entonces, la masa crítica de los fieles logró que, dos mil años después, los textos San Pablo sean proclamados cada día en iglesias, asambleas y hogares por millones de personas, creyentes o no, de todo el mundo.

Pulsa aquí para ir al texto completo del post 

Haz click aquí para comentar

5 Comments on “El fracaso es aprendizaje

  1. Señor que nunca olvide cual es mi lugar y de quien es la obra.
    Gracias y bendiciones para todos.

  2. Tal vez si en catequesis se enseñase algo de esto, pues las cosas no irían tan mal.
    Seguimos Cristo y éste crucificado-resucitado. Si seguimos las criterios del mundo, pues no somos cristianos, auqnue vayamos a la parroquia.
    Gracias hermanos por esta entrada.
    Un saludo invocando el Nombre de Jesús.

  3. FRACASO, DERROTA. no sé ,non capisco;como sierv@s de Dios, realizamos las funciones encomendadas desde que nos levantamos, hsta que nos volvemos a levantar. el fruto que engendramos nunca sera perfecto para Nuestro Señor mas hoy lo haremos mejor que ayer, por Su Gracia y Misericordia

  4. Gracias Señor Jesús
    por las pruebas , que somos sometidos en este valle de lagrimas.Dame las fuerzas necesarias para seguir adelante,
    Siempre en la Divina Voluntad.

Deja un comentario

Descubre más desde El Santo Nombre

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo