Instrumentos de comunión

Es muy habitual que de pronto nos encontremos fuera de nosotros mismos, algo exteriorizados, alejados de la percepción de la divina presencia o con una sensación de soledad, como si Dios fuera un extraño inaccesible, alguien lejano desvinculado de nuestro cotidiano.

En esos momentos solemos caer en el olvido de lo importante, nos toma la preocupación por esto o aquello y la inquietud es el saldo resultante. La confianza parece ausente y una inmediata pérdida de fuerza nos quita vitalidad, mientras la mente se va oscureciendo al ritmo de pensamientos tormentosos.

El último domingo, en el encuentro mensual de intercambio, examinábamos entre todos distintas herramientas o recursos de los cuales podemos servirnos para regresar a casa, para desandar los pasos y recogernos nuevamente en la ermita interior. Este recogimiento en principio no es más que un cambio de actitud, una posición que adoptamos desde el espíritu ante lo que sucede.

Este retorno al “modo orante” de vivir, cargado de significado y pleno de un sentido íntimo de lo sagrado, requiere primero de una firme determinación. Hace falta decidir en profundidad la dirección de la vida, del propio comportamiento. ¿Tomaré a la inquietud como un llamado del espíritu, como un aviso para detenerme y modificar el modo en que estoy viviendo el momento? ¿O apenas sienta el desasosiego saldré disparado hacia “afuera” de mí buscando el cambio de esta o aquella situación?

Cuando nos quedamos a vivir en la paz del corazón, muchas veces descubrimos que no hay nada que cambiar en las situaciones o que esos cambios son mucho más sencillos de realizar de lo que suponíamos. Hay distintos métodos de los que podemos servirnos para volver al ser esencial que somos, pero esta decisión previa que mencionamos es importante, pues nos ahorra el agotador diálogo interior respecto de lo por hacer.

¿Qué hacer? ¡Ya lo sabemos! Solo volver al sagrario que se encuentra en lo profundo del alma. Entonces, si eso ya no se discute en nuestra mente, solo resta poner manos a la obra cuando nos hemos alejado de nosotros mismos y de la sagrada presencia. Vivir desde el espíritu no implica negar el cuerpo o renegar de la mente sino integrar las distintas funciones de acuerdo con el designio original.

El cuerpo y la mente como instrumentos de comunión y de creación al servicio del espíritu son una maravilla. Pero si están al mando se convierten en la más cruel de las dictaduras. Pidamos la gracia de la atención vigilante, ese don inestimable que nos mantiene conectados con el Espíritu Santo.

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