La paz del corazón
«En verdad, la Filocalía supera todo afán de conceptualización, que es la máxima tendencia del individuo humano por asegurarse su precariedad innata. La belleza apela a la «meta-noia», que, como su etimología apunta, no es tanto un cambio de la mente cuanto un rebasamiento de sus límites. En eso mismo reclama un vaciamiento, un sepulcro vacío, un abismo intemporal.
La praxis que requiere la Filocalía, la expresan los mismos textos monásticos que incluye. Aquí no se trata de expresar una «acción alguna en relieve» sino más bien una «acción en hueco». Pero ante todo es una ofrenda. El monje borra toda autosuficiencia para ofrecer a Dios su corazón, quebrantado por la conciencia de su propia sombra.
La atestación filocálica no induce a lo que se podría atisbar en el orden del mundo. La perspectiva que abre es más bien invertida: no hacia una explosión expansiva de horizontes «espacio – tiempo», sino a una implosión como regreso a la muerte, la puerta de la belleza primera, lo que podríamos llamar en terminología semibíblica «la belleza del séptimo día», en el descanso (1) de la belleza de Dios, luz que se expande en el monje y encuentra en su estado de oración pura, algo de la pureza original.
Claro que esta perspectiva está muy por encima de cualquier objetivo utilitario, de resultados terapéuticos. Aquí la terapia se activa por sí misma, con la entrada en el sosiego, (2) en la sobriedad, (3) en la ascesis de la mente y, finalmente, en el gozo ontológico del «Yo soy» divino».
Extraído de págs. 32 y 33, en el tomo uno, de la «Filocalía de los padres népticos»; sección «Filocalía y Hesycasmo», de Ediciones Monte Casino; traducida del griego por Juan María De La Torre ocso
(1) anápausis (2) hesyquía (3) nepsis
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