La paz del corazón
«Esperamos en un lugar. ¿Cuál es el lugar de nuestro Adviento? Nuestro mundo concebido como desierto, del que no podemos prescindir. Este desierto no es simplemente la arabáh bíblica, ese lugar árido y salvaje, frecuentemente estéril.
La concepción de nuestro mundo como desierto se acopla más bien a la horbáh, y al yesimón, en cuanto lugares de devastación y de caos, zona de aullidos salvajes (Dt 32,10), que exasperan a todo viajero (Salmo 78, 40; 106,14); Pero también lugar de la Alianza, del refugio del creyente (1ºMac 11, 29-31).
Los medievales acostumbraban a asociar a este símbolo del desierto la imagen no menos bíblica de Babilonia, lugar de caos y de confusión. Pero tanto del desierto como de Babilonia brota el deseo por excelencia del creyente, y de este modo pasan a ser el lugar de la aspiración. El deseo es el primer mecanismo escatológico de la vida espiritual…
Pero quizá lo que a primera vista es más desconcertante es que el desierto es el lugar por excelencia de la pedagogía divina. Pedagogía en un descubrimiento y en una andadura; descubrimiento de una profundidad, como también profundidad es el desierto. Y esta profundidad es el corazón del hombre (Sal 64, 7).
El desierto polariza el corazón del hombre en una doble violencia desiderativa: hacia arriba, en favor de la autotrascendencia y de la propia liberación, auspiciada por el Señor todopoderoso; y hacia abajo, sintiendo los acicates y las amenazas con halagos del tirano de este mundo; Y al mismo tiempo comprobando una zonas de inconsistencia, de sombras y de miseria en la misma persona.
Traduzcamos también el desierto por nuestra sociedad, nuestro ecosistema, nuestra casa, ambiente de violencias, de injusticias y de amenazas de destrucción. Y es precisamente aquí en donde se sitúa nuestro compromiso en la espera de un cielo nuevo y una tierra nueva, en donde reine la justicia y la paz. La espera escatológica no debe ser huida ni alienación, sino estímulo a un compromiso más intenso y a una integración mayor para adecentar la sala de espera: Preparad los caminos del Señor en el desierto…
Por eso el Adviento es el lugar y el tiempo de la espera… Un tiempo aparentemente sin contenido. Lo llena una referencia última: la venida del Señor. ¡Pero si Él está ya presente en nuestra sala de espera, en la Iglesia y en el mundo! ¿Por qué entonces esperar y ansiar aún más su venida? Paradoja del Adviento: no esperaríamos nada si no tuviéramos ya en alguna medida eso que esperamos.
El deseo es ya un encuentro. Hallamos en nuestras manos al mismo tiempo la presencia y la ausencia del Señor, la posesión y la promesa. El ya sí de la Encarnación, y el todavía no de la plenitud escatológica. Porque hay muchos hombres que todavía ignoran el Evangelio. Nosotros mismos que nos decimos creyentes y consagrados al Señor vivimos ausencias notables del mensaje cristiano».
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