La paz del corazón
¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy? Soy la nada. Todo lo que poseo, el ser, la vida, el entendimiento, la voluntad, la memoria, todo me lo ha dado Dios, luego todo pertenece a él. Hace simplemente veinte años existía ya todo lo que me rodea: el sol, la luna, las estrellas, los montes, los mares, los desiertos, los animales, las plantas, los hombres; en el mundo las cosas se movían ordenadamente bajo los ojos vigilantes de la divina Providencia. ¿Y yo? Yo no existía. Todo seguía su curso sin mí, nadie pensaba en mí, nadie podía hacerse una idea de mí, ni siquiera en sueños, pues no existía.
Dios mío, en un rasgo inefable de tu amor, tú que existes desde el principio y antes de los siglos, tú me sacaste de mi nada, me comunicaste el ser, la vida, el alma, en un palabra, todas las facultades del cuerpo y del espíritu; tú abriste mis pupilas a esta luz que irradia sus fulgores en torno mío, tú me creaste. Por tanto, tú eres mi dueño y yo soy tu criatura. Nada soy sin ti, y por ti soy todo lo que soy. Sin ti nada puedo; es más, si tú no me sostuvieras en cada instante, volvería al sitio de donde salí, a la nada. Esto es lo que soy. […] Dios me ha creado; y, sin embargo, él no tenía necesidad de mí; y el orden del nuevo universo, el ambiente que me rodea, es decir, todo existiría exactamente lo mismo sin necesidad de mí.
¿Por qué, pues, me creo tan necesario en este mundo? ¿Qué soy sino una hormiga, un granito de arena? ¿Por qué, pues, me considero tan grande ante mí mismo? Soberbia, orgullo, amor propio. ¿Para qué estoy en este mundo? Para servir a Dios. Él es mi dueño absoluto porque me ha creado, porque me conserva el ser, luego soy su siervo. Por tanto, mi vida debe estar enteramente consagrada a él, a cumplir su voluntad; enteramente y para siempre.
Juan XXIII. Diario del alma
¡Gracias Luis por acercarnos el texto!
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