La paz del corazón
¿Cuán importantes son las condiciones externas para la vida espiritual?
No puedes negar que las circunstancias nos condicionan.
Las condiciones externas en las que te encuentras al momento de preguntarte sobre ellas o sobre tu vida en general; son precisamente, las que necesitas.
Me dices que quieres pacificar tu corazón y morar en la ermita interior. El camino hacia ella es aceptar que el escenario en que te encuentras es providencial. Comprende que nada escapa al designio supremo que es del todo inteligente y absolutamente amoroso. Quiero decir que tu situación actual; en tu casa, en el trabajo, con los amigos, con los hijos o nietos, con los vecinos, con tu cuerpo y con los diversos acontecimientos que van sobreviniendo etc. responde exactamente a las necesidades profundas de tu proceso. Del proceso espiritual que eres, de ese devenir sagrado que se manifiesta en tu persona.
Tienes todo el derecho a intentar cambiar las condiciones exteriores en que te encuentras, pero considera por favor dos cosas muy importantes para que esto sea efectivo y útil. La primera es que la materia prima con la que debes trabajar son los elementos que forman tu vida ahora mismo. Es decir, es esa pareja, esos amigos, esa casa, esa ciudad, ese trabajo… o ese monasterio, ese prior, esa celda, esa tarea… La segunda es desechar la ilusión de que serás feliz y estarás en paz cuando cambie esto o aquello.
Nada externo resuelve la necesidad profunda del ser humano. Solo vivir en la divina presencia, al abrigo de toda perturbación, confiados enteramente a su acción en nosotros, nos da lo que buscamos. Esa estabilidad del corazón nos permite vivir tranquilos en medio de las variables circunstancias. Recuérdalo, todo aquí es fugaz, aunque no te guste te servirá aceptarlo. Entonces, no busques fundar tu bienestar en algo que cambia y que seguirá cambiando conforme pase el tiempo.
Busca el Cristo del corazón. Repite siempre que te halles con ansiedad o temor: «Mi refugio, en el muy Alto; mi amparo, en el Altísimo». Vete al sitio del testigo inmóvil, de ese que en serena alegría mira pasar los cambios innumerables. Esa morada tranquila se encuentra bien profundo, allí donde reina el silencio. Puedes verlo también como el pesebre del alma, el sitio de un nuevo nacimiento, donde puede alumbrar una esperanza para ti y para todo el mundo.
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Jesucristo ten piedad de nosotros. Feliz Navidad.