La paz del corazón
¿Será posible recrear comunidades cristianas sustentadas en lo que se ha llamado cristianismo original?
Sin duda, claro que sí. Ya existen y están en todas partes. No podría mencionarte específicamente cuales, porque no viajo casi y no conozco en persona esas experiencias y además no soy quién para juzgar; pero el Espíritu sopla donde quiere (Juan 3, 8) y siempre está sembrando y plantando nuevos brotes frescos de la experiencia original de Cristo en el corazón. *
Ejemplos de esta siempre presente luz del Espíritu, que vuelve el río al cauce primero, están a la vista en la historia cristiana a lo largo de los siglos. A veces fue una nueva orden monástica, que al calor de un carisma particular se expandía superando obstáculos impensables. O fue el testimonio de una santa o santo que con su propia vida señalaban el camino. Con frecuencia fue un libro que irradiaba una luz concreta o familias laicas que encarnaban el libro de los Hechos… La renovación, es decir, este volver a hacer nuevo lo que ha envejecido es una constante. Lo sagrado vuelve a irrumpir una y otra vez en la historia humana y desborda los márgenes que nuestro temor le quiere imponer.
¿Qué es lo que produce el decaimiento, hablando en general, de nuestra coherencia de vida, personal, institucional y social?
Habitualmente es la repetición de lo que se explica muy bien simbólicamente en el Génesis, que se ha llamado «la caída original» o el pecado original. Es decir, habiendo dado la primacía a la vida mental, nos hemos creído capaces de hacer, de vivir y de avanzar independientemente de la voluntad divina. Nos creímos «la gran cosa» por usar una expresión coloquial; nos tomó la soberbia, el orgullo, la pretensión de hacer una morada eterna en lo que es transitorio. Dimos la espalda a quién todo le debemos.
Como humanidad nos hemos exteriorizado; nos aferramos a lo corporal/material como el sumo bien. Es la vieja historia de la idolatría. Cuando llegamos a creer que hay algo que nos puede dar la plenitud o la felicidad; fuera de la gracia que vive en lo profundo del alma; empezamos a vagar errantes de objeto en objeto sin poder saciarnos nunca. Los resultados están a la vista. No es un castigo divino, es simplemente usar la vida para algo que no fue diseñada. Una silla es para sentarse, si la usas de sombrero vives en la incomodidad.
El corazón humano tiene un anhelo de plenitud y dicha perpetua, eso está en su misma raíz. Cuando desoyendo ese llamado, queremos contentarnos con placeres fugaces que duran muy poco y cuestan mucho trabajo conseguir, nos volvemos infelices. Nuestra mezquindad crece por la frustración que sentimos y nos hacemos duros, nos parece estar solos y separados del resto de los hombres y huérfanos en medio de la creación. Por esto mismo, los tiempos que atravesamos son complicados y esa complejidad no parece que vaya a disminuir en el corto plazo.
¿Qué podemos hacer?
Vivir desde el espíritu profundo, que siempre está ante la presencia divina. Dejar lo accesorio y centrarnos en lo esencial. Tomar el evangelio como regla de vida y poner lo mejor que tenemos para seguirlo con coherencia. Eso nos pone «en línea» con la voz de la gracia. Vivir conectados y entregados al supremo designio nos allana los caminos, todo se hace solo mientras descansamos en Él. (Salmo 126) Hoy más que nunca nos hace falta un espíritu de fraternidad genuino; la sobria inteligencia que deriva de un corazón pacificado y , sobre todo, el coraje necesario para amarlo todo y a todos.
** La foto es del «Parque Natural de Guara», provincia de Huesca, España.
26º Clase de Fenomenología 2021
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