La paz del corazón
III. MIÉRCOLES
VIDA CONTEMPLATIVA EN LOS CAMINOS
“Fue la visión de la misma realidad en que vive gran parte de la humanidad la que determinó en él la crisis central de su vida, aquella crisis que debía llevarle tan lejos de su primera idea de vida religiosa.
Carlos de Foucauld, como sabéis, era trapense y había escogido la trapa más pobre que existía, la de Abbés, en Siria.
Cierto día, su superior le mandó velar a un difunto, junto al convento. Era un árabe cristiano que había muerto en una casa pobre. Cuando el hermano Carlos se halló en el tugurio del muerto y vio alrededor del cadáver la verdadera pobreza hecha de hijos hambrientos y de una viuda indefensa, débil y sin ninguna seguridad respecto del pan del día siguiente, entró en aquella crisis espiritual que le hizo salir de la Trapa, buscando un marco de vida religiosa muy distinto del primero.
Y, una vez fuera de la Trapa, constituirá su primera hermandad de Beni Abbés, en el Sahara, y después en Tamanrasset, donde morirá asesinado por los tuaregs.
La “hermandad” debía de parecerse a la casa de Nazaret, por tanto a una de las mucha casas que se encuentran a lo largo de los caminos del mundo.
Pero, entonces, ¿había renunciado a la contemplación? No. Había dado un paso hacia delante. Había aceptado vivir la vida contemplativa a lo largo de los caminos, en un marco de vida semejante al de todos los hombres”. (C. Carretto. Cartas del desierto, San Pablo, Madrid, 199716, 98-99).
[ Tomado de José Luis Vázquez Borau. Vivir Nazaret. Un mes con Carlos de Foucauld. San Pablo, Madrid, 2008,85-86)]
Y como nos ha preguntado el Papa Francisco, en los últimos tiempos: ¿cuáles son las pobrezas actuales de la humanidad, desde las que debemos responder a Dios? El Hermanito Carlos salió de la Trapa y buscó intensamente el último lugar….pasando por Nazareth, junto a las Clarisas, hasta llegar a Benni Abbes para vivir junto a los Tuaregs, la pobreza definitiva y grandiosa de Dios, la Encarnación de su Hijo, encarnándose él entre estos hermanos del desierto….en y desde que lugar debo encarnarme para vivir la pobreza y el desasimiento de las cosas, para parecerme más a Jesús de Nazareth? que la contemplación de la kénosis de Jesucristo, nos ayude a encontrar el último lugar como lo encontró el beato Carlos de Foucauld. Bendiciones. P. Juan Cardona.
Contemplativos y monjes
Hno como hemos visto, mientras normalmente los llamados a
la vida monástica tienen vocación contemplativa, no todos los
que tienen vocación contemplativa están llamados
necesariamente a la vida monástica. Es más, podemos afirmar
que la vocación contemplativa es la vocación normal de todo
cristiano, ya que por el bautismo hemos recibido el Espíritu
Santo que nos ha hecho hijos y templos de Dios, dándonos la
posibilidad real de vivir inmersos en el mismo Dios y de
comunicarnos abiertamente con él. Por eso, vivir la vida de la
gracia de forma permanente está al alcance de todos los
cristianos, y ese modo de ser y de vivir es precisamente el
modo contemplativo de vivir.
La mayoría de la gente cree que esta forma de vida está
reservado sólo a los místicos o a los monjes.
Sin embargo, el encuentro personal con el Dios vivo es el
centro y el núcleo de toda vida cristiana y, por lo tanto, es una
gracia que Dios pone al alcance de todos los bautizados para
que puedan entrar en la experiencia que nos descubre el
auténtico rostro de Dios, y descubran cómo vivir en comunión
con él. En el fondo, la vida contemplativa consiste en vivir el
encuentro humano con Dios de manera consciente y personal,
lo que hace que el creyente supere la vivencia rutinaria de la
religión y descubra en sí mismo un ser distinto, una nueva
dignidad, que le permite ser lo que realmente es, aquello a lo
que Dios le llama a ser desde la creación, tal como dice san
Pablo: «Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo
para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él
nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el
beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la
gloria de su gracia» (Ef 1,4-6)
Fraternidad contemplativa secular, cordial saludo, de donde son, seria posible conocerlos? mi correo es gedamo57@hotmail.com
getsemanimonjes@gmail.com
benitez676@gmail.com
El hermano Carlos nos ayuda a comprender la contemplación en la acción, en las entrañas de la realidad donde Dios nos llama y nosotros tenemos que lidiar para dar una respuesta. El Espíritu nos acompaña, nos guía, nos ilumina hacia las fuentes del Evangelio.
Es el mismo ideal que san Josemaria Escrivá plasmó en la fundación del Opus Dei: contemplativos en medio del mundo, las 24 horas del día, en medio de las realidades cotidianas que le toca vivir a cada uno, en su trabajo, profesión, empleo u oficio. En medio de su familia y relaciones sociales. Contemplativos siempre.
También san Juan Bautista de La Salle, por la acción del Espíritu, percibe, ya en siglo XVII, esta llamada a contemplar el misterio de la acción salvadora de Dios en las necesidades educativas de los niños y los jóvenes, especialmente en los más necesitados. En sus Meditaciones nos invita a contemplar con los “ojos de la fe” cómo Jesús está en las personas y en los acontecimientos, y cómo nos invita a verle ahí, a responderle ahí. Contemplar cómo la Historia de la Salvación, es decir, el sueño, el proyecto de Dios para nosotros, está actuando ya en la “carne” de la realidad concreta, con sus potencialidades y sus heridas, y pide nuestra colaboración; contemplar que Dios mismo ha puesto esta llama dentro de nosotros, como una luz que salva, y nos pide convertirnos en mediadores de este misterio de un Dios Padre bueno que quiere que todos los hombres lleguen al conocimiento de la verdad y se salven, a través de nuestro compromiso por el Reino. Es a lo que se refiere el Papa Francisco en su Evangelii Gaudium, en el capítulo quinto, cuando habla de “Evangelizadores con Espíritu”.
Y es que el proceso hacia la unión con Dios tiene que pasar por la purificación, tanto si se empieza por el impulso de una gracia como la que recibió nuestro hno. Carlos, como si se parte de una decisión personal de amor a Cristo y de identificación con él.