Cristianismo original – II

Viene de un post anterior

¿Entonces, el problema parece ser que creemos que tenemos fe en la vida espiritual y posterior a la muerte pero que esa creencia es superficial?

En cierto modo sí, ese es un aspecto del problema. Difiere mucho una creencia de una experiencia. La creencia por sí sola puede ser superficial o profunda. Cuando la creencia involucra el corazón se transforma en la fe. La fe es un tipo de experiencia íntima que se va asentando en el corazón hasta llegar a hacerse certeza en el alma. La diferencia entre la creencia y la fe verdadera, es tan diferente como gustar de alguien y amar a alguien.

Cuando alguien te agrada manifiestas una adhesión a su modo de ser o de estar; cuando amas, te involucras hasta el punto de la entrega a la otra persona, en cierto modo te haces uno con el objeto de tu amor. ¿Y cómo llegas a amar a alguien que en principio solo te agrada o te atrae? Por el conocimiento. Sólo conociendo cada vez más a ella o a él es que el amor se manifiesta. Conocer es abrirse a la experiencia de ese otro y al abrirse se produce una fusión paulatina que es en definitiva lo que llamamos amor. Dejo de ser «yo», de sentirme un ser separado para sentir que soy uno con aquél a quién amo.

Entonces, para llegar a la fe profunda, debo amar a Dios y para amarle necesito conocerle y para conocerle necesito abrirme a Él, a su influencia, a su acción constante y cotidiana. En suma, volvemos siempre a lo mismo: Es preciso acceder a la experiencia de la presencia de Dios en mi vida y en mi cotidiano, esa presencia me permite el conocimiento necesario que me lleva a amar, a entregarme sin limitación y sin temor.

¿Te has enamorado alguna vez? De eso se trata. La fe profunda implica una experiencia de absorción, de apertura y conocimiento del otro, que te lleva a dejarte a ti mismo y a fundirte con quién amas. Para enamorarte necesitas el trato, el diálogo, la mirada, el estarse juntos en el conocimiento mutuo. Por eso para enamorarse de Dios se necesita hacerse consciente de Su suave presencia, dejarse estar ante Él y permitir que nos abrace con el toque de Su gracia.

Estamos diciendo que para llegar a amar a Dios y por lo tanto para ser poseedor de una fe profunda (La casa construida sobre roca, Mateo 7, 21-29) hace falta ser conscientes de la presencia divina en todo y todas las cosas y que a ello se llega en la vida cotidiana. Dios está muy cerca, tan cerca que nos pasa desapercibido y solo basta descorrer el velo que los pensamientos ponen sobre Él, la divagación mental nos produce una ceguera espiritual…

Continúa

Eucaristía de hoy desde Valencia, España; en casa natalicia de San Vicente Ferrer

La consagración

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