La paz del corazón
Posted on 20/06/2009 by blog del Santo Nombre
Había fuerte tormenta. El viento me parecía por momentos amenazante. Permanecimos dentro varias horas.
P. Vasily, lo mas tranquilo, lijaba una madera en la que luego pintaría un icono de la Madre de Dios. Se suscitó un interesante diálogo que he reconstruido en base a las notas que tomé y a la memoria de frases que me impactaron y esclarecieron.
– Todo ocurre por su voluntad o como resultado de las leyes que El ha creado. La existencia que tenemos es Su voluntad y los aconteceres que en ella vivimos derivan de Su voluntad o de nuestras acciones interactuando con esos aconteceres.
– Pero a esta altura de mi vida vivo seguramente lejos de Su voluntad, he metido muchas veces mi propio interés en medio de los sucesos.
– Si. Por eso, lo primero que debes hacer si quieres adecuarte exactamente a la intención divina, es dejar de hacer. Ya no intervenir en aquello que no te requiera.
Es simple. Las cosas van pasando, ante tus ojos se van suscitando una serie de hechos, de eventos. Gente que hace o dice cosas, aconteceres muy diversos que ocurren. Debes permanecer concentrado en la oración interior y no intervenir.
No dejar que tus deseos traten de modificar lo que acontece. Si permaneces atento, notarás que ante cada suceso estas deseando algo. De cada cosa queremos algo, de cada persona; que se calle o que hable o que haga esto o aquello y esos deseos se manifiestan en nuestro actuar en cada momento.
Siempre lo que deseamos que ocurra se filtra en lo que hacemos, estamos tratando de que pase lo que nosotros queremos que suceda. Por lo cual te digo que no hay nada que hacer. Nuestro deseo único ha de ser no obstaculizar Su voluntad, no intervenir tratando de adaptar la realidad a nuestras apetencias.
No hacer, porque nuestro hacer es deseoso, egoísta, manipulador de la realidad para nuestros fines.
– Pero entonces, ¿cómo vivir? Porque la situación es que a cada momento los hechos de un modo o de otro me requieren, piden que yo intervenga.
– Veamos. Hay distintas posibilidades. La primera es que los demás se dirijan a mí, me pregunten algo o me ordenen algo, situaciones por el estilo. La realidad por así decirlo viene hacia mi.
Otra situación se relaciona con momentos donde nadie se dirige a mí, pero los hechos parecen reclamar mi intervención, como si desde mi propio interior surgiera una urgencia por intervenir que de algún modo siento legítima. Supongamos por caso que observas a una persona que está por dañar a otra.
Y existiría una tercera posibilidad que se manifiesta cuando ni me requieren, ni algo en mi pide intervenir. Quedo ajeno sin dificultad.
En los tres casos actúo teniendo en cuenta la presencia de Dios. Respondo sabiendo que Dios me escucha, me mira, está junto a mí. No me refiero a actuar por temor a su castigo, ni para agradarle; me pongo aparte de todas esas caracterizaciones humanas, de todos esos atributos que nosotros proyectamos sobre Él; simplemente actúo atento a Su presencia.
Porque aunque mis sentidos no lo perciban habitualmente, aunque no siempre siento lo sagrado a mi alrededor, sabemos que Él está. Porque si dejara de sostener nuestra existencia un solo instante esta desaparecería.
Debes actuar ante el principio más elevado de tu propia conciencia. Como si dijéramos…si fueras ahora el mejor que has soñado ser, el mejor que quieres ser, ¿cómo actuarías? Es lo mismo. Si Cristo mismo estuviera sentado aquí a un costado, ¿de qué modo respondería yo a este requerimiento? Imagina que estás ante Aquél que es el origen de todo lo existente…la sustancia madre del universo, ¿no pondrías lo mejor que tienes en la acción, como acto de agradecimiento?
Siempre comportarme teniéndolo sentado en la habitación, en Su presencia. Porque actuar como uno cree que a Él le agradaría es actuar como nos agrada a nosotros en nuestro ser profundo, detrás de la capa de deseos que nos manipulan.
Ya sabemos nosotros que nada sabemos de Dios, que somos muy pequeños para saber de Él, que se encuentra en “La nube del no saber” ¿verdad? Suponemos que no es como nosotros somos, bipolares, que padecemos agrado y desagrado, enojo o alegría; suponemos que está mucho mas allá de eso y lejos de nuestra comprensión. Pese a ello actúo tratando de agradarle, devolverle lo mejor que tengo.
Por eso, debemos vivir aceptando la existencia en la que nos ha inmerso, en la que estamos sumergidos y dejar que en ella se manifieste completamente Su voluntad. No es difícil. No hago nada que a mi se me ocurra y cuando debo actuar impelido por las situaciones, lo hago atento a Su presencia.
En el segundo caso, cuando el impulso para actuar deriva de mi propio interior y no puedo discernir si ese impulso se corresponde o no a Su voluntad, ¿Qué hacer? Porque pueden darse situaciones en las que aún poniendo Al Señor como medida, no resuelvas. Son casos en los que te parece que una y otra opción son como neutras, dudosas, no puedes afirmar nada.
Lo que te sugiero en ese momento es poner en marcha alguna acción de acuerdo al impulso que te motiva y luego esperar. Es como si tomaras muestras para revisar. Activas la iniciativa y descansas, esperas para ver lo que se ha producido. Si las cosas empiezan a desarrollarse favorablemente sin demasiado esfuerzo, tienes el indicador que este requerimiento interno era acertado.
En suma: actuar en la Presencia de Dios, orando continuamente y sin hacer según nuestros deseos. En el caso de una fuerte moción interior, activar un poco y observar, no forzar las cosas.
Y esto viene a permitir el reacomodo de la propia vida a la intención de Cristo.Porque si tus deseos han construido circunstancias que son resultado de tus particulares apetencias, mantenerte en esta conducta que te digo va a restablecer tu dirección hacia donde fue destinada. Llevará mas o menos tiempo, pero todo se va a ordenar como fue ordenado en su origen.
– Si, esta muy bien y es algo muy aliviador ubicarse allí, Padre… quisiera que me hable un poco de esas leyes con que el mundo esta hecho y con las cuales nos vinculamos a través de los deseos y un poco de la oración también.
– También es muy simple. Supón que intervienes en una situación como resultado de tu ambición, eso tarde o temprano no te va a servir, no va a resultar. Lo que ambicionabas no va a salir bien o algo vendrá a salir de modo que lo ambicionado, aún logrado, no te va a satisfacer.
Las cosas están hechas de manera que aquello que pongas recibas. Uno siembra lo que lo motiva y cosecha según eso. Si actúas por temor cosecharás temor, si desconfianza, eso recogerás. El hacer ideal es el hacer por amor, pero eso implica una ausencia de egoísmo de la que estamos lejos, por lo cual, actuar solo en Su Presencia viene a ser lo mejor para nuestro estado ambiguo en esta tierra.
El ejemplo más fácil que me viene a la mente de acuerdo a mi propia experiencia es este: El que quiere quedar bien, queda mal. En cambio, si actúas por un motivo superior y te desinteresas de cómo quedes ante los demás…Todo lo que hemos sembrado con la semilla de nuestros deseos, es mala cosecha por venir. Apartarnos de todo eso, no ir a cosechar; permanecer sin hacer o cuando debamos hacer actuar en Su presencia, corregirá rápidamente tu vida.
Lo único que debemos hacer en cada momento es orar. La oración continua e ininterrumpida o retomada cuando nos damos cuenta de haberla interrumpido, es nuestra verdadera construcción. Sea que te encuentres en la circunstancia que te encuentres debes mantener la repetición interior del nombre de Jesucristo o la forma de oración a la que estés habituado.
Solo debes darte cuenta de que no hay nada que hacer con la mente. Ella resulta de los movimientos del cuerpo y de los deseos múltiples y en eso anda siempre. Casi todo lo que hace es analizar cómo obtener más placer.
Por eso la oración continua silencia la mente y cuando ella se silencia podemos sentir y escuchar al Espíritu Santo, que siempre está con nosotros. No creo que el Espíritu se manifieste cuando rogamos lo suficiente, sino que de tanto concentrarnos se silencia nuestro ruido interno y entonces podemos escucharlo. Y ya actuar en Su presencia deja de ser un recurso para ser una sensación viva de lo sagrado envolviéndonos.
Reza siempre hijo, repite todo el tiempo el Santo nombre y verás que el jardín del edén esta aquí mismo y que El Señor camina por el y que podemos escuchar sus pasos.
– Bendígame Padre! dije, arrodillándome y bajando la cabeza.
– ¡Que el señor Jesucristo te proteja y te guarde siempre!
elsantonombre.org
Publicado por Ed. Narcea en
Category: Desde la ErmitaTags: "oración continua", "pureza del corazón", "puritas cordis", "virgen de vladimir", "voluntad divina", abandono, contemplativos, desasimiento, entrega, hesicasta, hesiquía, iconos, imagen de la virgen de vladimir, monje, monjes, nepsis, nipticos, sumisión
Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.