La paz del corazón
La presencia del Espiritu Santo enardece el corazón y lo colma de entusiasmo, de dulzura, de gozo inenarrable. Nuestros autores no se cansan de insistir en este punto, revelándonos a menudo su propia experiencia. Así, Ammonas promete a sus discípulos para cuando reciban el Espíritu Santo:
«Estaréis libres de todo temor y se apoderará de vosotros un gozo celestial, de manera que, permaneciendo aún en el cuerpo, seréis como si ya hubiérais sido transportados al reino»
Y Macario no sabe como expresar la felicidad y el gozo interior y apela a diferentes imágenes tomadas de los placeres mas espléndidos de la vida humana: un banquete real, una boda. Y señala a continuación como uno de los frutos mas estimados del Espíritu, esto es, la perfección de la gnosis, la iluminación (photismós), cuando añade:
«Otras veces, la gracia lo introduce en el conocimiento de misterios que ninguna lengua ni ninguna boca puede expresar, dándole una clarividencia, una sabiduría, una ciencia del Espíritu inefables e insondables»
Y en otro pasaje escribe el Santo:
«Noche y día estoy rogando para que la fuerza divina crezca en vosotros y os revele los mayores misterios de la divinidad, que no me es fácil pronunciar con la lengua, porque son grandes, y no son de este mundo, y no se revelan sino a quienes limpiaron su corazón de toda mancha y de toda la vanidad de este siglo, y a aquellos que tomaron sus cruces y aun fortificaron sus almas y fuieron obedientes a Dios en todas las cosas»
La acción del Espíritu transforma profundamente al hombre interior. Lo Diviniza, lo deifica…
El mismo hombre exterior refleja esta profunda transformación bajo la acción del espíritu, como lo comprobaba San Antonio:
«Todo el cuerpo es transformado y se somete al poder del Espíritu. Y pienso que se le concede ya alguna parte del cuerpo espiritual que recibirá en la resurección de los justos».
Extraído de: «El monacato primitivo»,
Tomo II, cap. 8 (El paraíso recobrado) Pags. 305 y 306
de García M. Colombás, 1974 B.A.C.