La paz del corazón
Desde allí, lo más destacado era la brisa. Fuerte y continua, la corriente de aire tornaba poco hospitalario el promontorio rocoso sobre el cual me hallaba. Este, tan árido como el resto del macizo, me dejaba atisbar pequeñas manchas verdes de estoica vida diversa.
Adopté una postura cómoda, relajando el cuerpo. Medité en torno a lo hecho, evocando la imagen de cada uno. Pedí al Señor por todos, rastreando la necesidad, mientras observaba la llanura que mostraba pequeños riachos, apenas nacidos, en la lluvia de la noche anterior.
Las aves se hacían presentes con frecuencia, acompañándome con su danza de círculos inabarcables alrededor de mi centro de visión. A lo lejos, podía ver algunos poblados, pulsantes gritos de dolor enajenado.
Si atendiendo al entorno, generaba una mirada amplia, me parecía advertir la curvatura del planeta, que sin manifestarlo padecía y cobijaba, multitud de especies de búsqueda pariente.
Los vi llegar, algo demorados. Parecían pequeños desde esta perspectiva. Uno a uno en fila india iniciaron el ascenso mientras yo los observaba, no pudiendo ya permanecer indiferente a la emoción, punzante y repentina, que ahora me inundaba.
Sin querer, los vi leves, pocos, demasiado frágiles. Me acordé de Cristo y los vi fuertes, audaces, valientes.
Respirando hondo agradecí al Señor estos hermanos, inestimable compañia.
Entonces los percibí humanos, caminando esforzados la montaña en medio de vasta inmensidad, con un cielo enorme por arriba, con mil kilómetros de roca por debajo, con un tremendo Cristo deslumbrante palpitando en cada corazón.
Ya llegados, alegres y silenciosos hicimos ronda. Encendimos fuego y esperamos. El sol caía y amenazaba el frío. Me acordé entonces de aquellos que rogaron insistentemente: «Quédate con nosotros Señor, porque atardece y el día ya ha declinado». (Lc. 24, 29)
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Estuve expectante a ver que seguía y no pude contener mi emoción al encontrarme con esta ultima cita :“Quédate con nosotros Señor, porque atardece y el día ya ha declinado”.
Que bueno recoger todas estas experiencias del desierto en soledad, ellas han de servir para que muchos hombres emprendamos nuestro camino hacia el Señor.
me parece un texto muy bonito y reconfortante…
Gracias Alberto. Nos alegramos que sirva.
Un saludo en Cristo.