El lugar de la Presencia

eremo di San Colombano

– Anexo a la 6° carta sobre la oración de Jesús –

Es muy frecuente en el camino espiritual el ascenso y la caída. En continua alternancia se suceden, variando apenas la intensidad y frecuencia de los períodos. En momentos de determinación parece apelarse a la voluntad personal y en momentos de mediocridad se recuerda con frecuencia el papel de la gracia.

La relación entre gracia y libertad, entre lo destinado y el libre albedrío, ha sido siempre tema controvertido. Diferentes corrientes de pensamiento, en distintas épocas, han enfatizado uno u otro aspecto del asunto. Pero en la praxis cotidiana del imitar a Cristo, el fiel sufre una lucha entre opuestos aparentes.

Si el creyente se eleva poniendo en práctica los mandamientos y si siente que crece hacia la ciudad celestial, se envanece, por lo cual se le recuerda que ese pretendido ascenso es obra de la gracia. Es decir, que Dios ha querido darle el don de ir mejorando. Y si antepone el hecho de los esfuerzos realizados para mejorarse y su lucha personal contra el pecado, se le dice que también esos esfuerzos han sido provocados por la gracia. Así, voluntad y ascenso son obra de Dios.

Pero cuando caído y débil se arrastra en el desánimo y la falta de coherencia, se le dice que es por su voluntad débil, por su personal inclinación al mal. Se supone que debería haber podido evitar la caída, al parecer independientemente de la gracia. Al debatirse culpable en el fango; se le alienta, diciendo que la caída es fruto de la condición originaria del hombre y que pagamos lo hecho por Adán. Y se le exhorta a pedir la gracia para salir adelante y el fiel se queda pensando si este “pedir la gracia” será fruto de la intención personal o gracia también.

Este ir y venir de los argumentos, mucho más extensos y variados que el breve resumen antedicho, suelen dejar estas cosas en un cierto campo de confusión u oscuridad del entendimiento. De esta suerte las personas van inclinándose de acuerdo a sus particulares tendencias; algunos apoyándose en la actividad y otros en el dejamiento con todos sus matices.

Pero hay algo que viene a barrer con todas las disquisiciones. Algo que libera del ascenso y la caída y que constituye propiamente un nuevo nacimiento. Es la experiencia personal de Cristo en el corazón.

Ante la experiencia mística profunda, los opuestos se concilian y apartándose, dejan el lugar a un conocimiento directo de lo que, a partir de allí, se vive como la verdad del ser y las cosas.

A esta particular vivencia se la ha llamado también el descenso del Espíritu Santo, plenitud de la Gracia y de otras maneras. Pero la persona que la vive sabe que en su vida se ha formado una línea divisoria, se asiste a una conversión personal e íntima. Ha cambiado la mirada, el modo, las sensaciones, lo que se pretende, lo que se creía ha sido reemplazado por lo que se sabe, a ciencia cierta y de modo indiscutible.

Esta certeza es del interior del alma, surgiendo del Espíritu inunda el ser de uno y como tal no puede explicarse adecuadamente ya que es tan única como cada individuo. Es el modo en que Dios se ha revelado a esa persona particular. Pese a ello, los místicos han tratado de traducir lo vivido para los demás creyentes, intentando con ello acercar a la fe en la existencia de esa experiencia cumbre.

Quién participa de ese estado; quién vive en Cristo con la fuerza del Espíritu Santo, ve al Padre en todas las personas y las cosas. Ya no lucha por ascender o para no caer, se halla situado “en otro lugar”.

En esa nueva tierra del corazón, que ha sido nombrada también como “la celda interior”, la noción de esfuerzo y gracia se pierden, dejando el lugar a un estarse en la Presencia.

Allí, la acción personal, no se vive como desvinculada de la acción de Dios. Los movimientos, emociones y pensamientos se revelan como formas, mediante las cuales El Señor se expresa libremente en el mundo de lo creado.

Aquí, la lucha contra el deseo de la carne pierde vigencia, porque habiéndose encontrado “la perla” y gozando de su belleza continuamente, los que anteriormente parecían placeres apetecibles, son vistos ahora como sombra leve del gozo al que es posible acceder.

Igualmente, la antigua lucha contra el yo o ego que tiende a la vanagloria y a la soberbia desaparece, fundida en la clara conciencia de la inmortalidad del alma y de su unión con Aquél que la engendró.

Para quién ha vivido esta experiencia trascendente, el sentido de la vida humana en el mundo resulta claro.  Se siente la necesidad de comunicar a los demás, que sufren la inmanencia del dolor; la real existencia de este Espíritu Santo siempre disponible en el corazón de Cristo.

Te mando un abrazo hermanados en la invocación del Santo Nombre

de Carta de Esteban para Adrian.

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3 Comments on “El lugar de la Presencia

  1. Andrés Viaña Fdez ha dejado un nuevo comentario en su entrada «El lugar de la Presencia»:

    hola hermano quiero decirte que tu blog s muy interesante y quiero que me permitas ser un seguidor de tu blog
    tus reflxciones son muy bellas
    Dios te bendice

    Att: Fr Andres Viaña OP.

    Te invito a mi blog

  2. ¡Quién pudiera vivir así! Si que he experimentado ráfagas, pero han sido momentáneas o han durado, a lo sumo, semanas. Para eso se requiere una vida de oración y no hablo siquiera de oración continua, sino de una cierta perseverancia, de una hora diaria. Hoy por hoy, para mí eso es inviable.

  3. En vez de un comentario personal quiero citar un texto del theologo Josef Ratzinger de su libro » Introduccion al Critianismo»:
    En los creyentes existe ante todo la amenaza de la inseguridad que en el momento de la impugnación muestra de repente y de modo insospechado la fragilidad de todo el edificio que antes parecía tan firme. Vamos a ilustrar esto con un par de ejemplos. Teresa de Lisieux, una santa al parecer ingenua y sin problemas, creció en un ambiente de seguridad religiosa. Su existencia estuvo siempre tan impregnada de la fe de la iglesia que el mundo de lo invisible se convirtió para ella en un pedazo de su vida cotidiana, mejor dicho, se convirtió en su misma vida cotidiana, parecía casi palparlo y no podía prescindir de él. La .religión. era para ella una evidente pretensión de su vida diaria, formaba parte de su vivir cotidiano, lo mismo que nuestras costumbres son parte integrante de nuestra vida. Pero precisamente ella, la que al parecer estaba escondida en completa seguridad, en los últimos días de su pasión nos dejó escritas sus sorprendentes confesiones. Sus hermanas en religión, escandalizadas, mitigaron las expresiones de su herencia literaria, pero hoy día han aparecido en su forma original. En una de ellas dice así: .Me importunan las ideas de los materialistas peores.. Su entendimiento se vio acosado por todos los argumentos que pueden formularse en contra de la fe; parece haber pasado el sentimiento de la fe; se siente metida .en el pellejo de los pecadores.2. Es decir, en un mundo que al parecer no tiene grietas, aparece ante los ojos del hombre un abismo que le acecha con una serie de convenciones fundamentales fijas. En esta situación uno ya no se plantea el problema de sobre qué hay que discutir .defender o negar la asunción de María, la confesión, etc.. Todo esto aparece como secundario. En realidad se trata de un todo, o todo o nada. Esta es la única alternativa que dura. Y no se ve en ningún sitio un posible clavo al que el hombre, al caer, pueda agarrarse. Sólo puede contemplarse la infinita profundidad de la nada a la que el hombre mira.»

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