La paz del corazón
Estimadas amigas y amigos de la oración de Jesús.
Espero que se encuentren bien, buscando la paz en el propio corazón, firmes ante la adversidad que supone vivir en medio de un mundo que se deshumaniza cada día.
En las cartas anteriores comentamos la necesidad de ir silenciando la mente, centrándola en torno a la oración de Jesús, sabedores de que con el tiempo, está práctica nos unifica totalmente liberándonos de la contradicción en la que habitualmente vivimos.
También abordamos brevemente el tema de la sobriedad necesaria a la cual es preciso tender en el manejo de lo material y corporal, a fin de que evitando lo superfluo, nos alejemos de lo vano situándonos en lo esencial. Esto brinda la energía y rescata las fuerzas para independizarse de las circunstancias.
Finalmente, tocamos el tema de la acción concentrada y dijimos que ese particular modo de hacer requería de intensa atención y dedicación, valorando todas las tareas como medio de crecimiento espiritual y requiriendo una ejecución similar a la del oficiante en la liturgia. Esta conciencia en la acción es oración y permanencia en la Presencia de Dios.
Quisiera comentar hoy con ustedes algunos temas menores que pueden facilitar la consolidación de la práctica en este camino espiritual.
El primero se refiere a la proporción necesaria entre información teórica y aplicación práctica. Uno ha de esforzarse por llevar a la práctica lo que va incorporando como conocimiento. De otro modo, se produce una falta de equilibrio entre lo que podríamos llamar “el saber” y “el ser”.
En mis comienzos era muy asiduo a la lectura de temas espirituales y eso me sirvió mucho para acercarme a la oración, para alimentar en mí el gusto que ya tenía por estas cosas. Permitió que no se debilitara la escucha del llamado, que tendía a ser sofocado por los muchos estímulos en sentido contrario, que provenían de la vida cotidiana.
Pero cuando me inicié realmente en la vía de la oración del corazón hube de invertir la proporción entre teoría y práctica. Mi Padre espiritual me pidió que durante dos años limitara mis lecturas al Evangelio de San Marcos (1) (2) y a pequeños apuntes que tomaba de nuestras charlas semanales a modo de repaso. Creí desfallecer. Me parecía una tarea imposible y árida. Allí tomé conciencia de que lo que yo creía mi vida espiritual era más bien mi vida como lector de temas espirituales.
Comprobé dolorosamente que no eran lo mismo. El vacío generado por este nuevo régimen me dejó a merced de los pensamientos que yo refrenaba introduciendo lecturas y me puso en presencia de mis emociones reales, que yo ocultaba viviendo reflejos de las emociones que los autores transmitían.
Este proceso que yo recuerdo con tremendo cariño ahora, fue vivido como despojo y desnudez al principio y como liberación después.
Empecé realmente a conocer por primera vez el Evangelio. A valorar sus palabras de un modo nuevo. No se me permitía leerlo más que dos veces al mes. Yo podía volver una y otra vez a releerlo, pero no avanzar hacia lecturas nuevas. El repaso de los pocos apuntes que podía tomar de las charlas con mi Padre espiritual, sirvió también para darme cuenta de lo que él realmente me decía y que yo creía ya comprendido apenas escuchado.
Por eso les recomiendo especialmente la puesta en práctica de lo dicho en las cartas anteriores, a fin de que el avance pueda darse sobre base firme. Cada uno debería evaluar las jornadas según el manejo que en ellas hubo del cuerpo, de la mente y de la acción.
– ¿Estoy poniendo mi mejor esfuerzo en acostumbrar la mente a la oración de Jesús? Para ello debo antes descreer del valor de mis divagaciones.
– ¿Estoy poniendo en marcha alguna mínima ascesis corporal y material que me permita ir adquiriendo el control sobre mi cuerpo? Para ello debo considerar lo necesario y lo superfluo en mi vida.
– ¿He elegido una o dos actividades para ejercitarme en ese modo particular de hacer que veíamos tan emparentado con la plena atención y la devoción litúrgica? Debo hacer consciente de Su Presencia.
Estas preguntas no son para juzgarse sino para situarse. Al evaluar con verdad interior uno puede saber adónde debe aplicarse con mayor empeño.
Probablemente como resultado de nuestra vida actual, inmersos en la cultura del consumo y lo fugaz, nos suceda de querer alcanzar la cumbre apenas llegados al campamento base en la ladera. Los hombres habituados a la montaña, saben que el ascenso ha de producirse en las condiciones climáticas correctas y con un ritmo de esfuerzo y pausa preciso, a fin de llegar a la cumbre con la oxigenación apropiada y un buen estado general. Para ello se aclimatan con el tiempo debido, se van acostumbrando a las distintas alturas.
En la oración de Jesús, esto es ineludible. Porque siguiendo la analogía, no solo queremos coronar la cumbre sino quedarnos a vivir en ella.
Es así que con el tiempo y el entrenamiento procedente, empiezan a ligarse los movimientos corporales con el ritmo respiratorio y la repetición del Nombre. Etapas posteriores, permiten experimentar la unión existente entre el ritmo del corazón, la intención que guía a la acción y la mansedumbre resultante en la mirada.
Comienza uno a descubrir que lo percibido depende en mucho del acto que al mirar se efectúe. Se advierte que ya mirar es un tipo de acción y que hay un modo de llevar a Jesucristo en ella si la oración vive en el propio corazón.
Esto de la cumbre y la mirada tiene relación, porque cambiando nuestra situación se modifica la perspectiva que tenemos de nosotros mismos y de los demás. ¿A qué consideramos cumbre en esta analogía de la oración con la montaña? A la paz estable del corazón, a un estado de pacificación no dependiente de las circunstancias ni los avatares de la vida.
En los grupos que ustedes forman y están formando seguramente hay diferencias entre los grados de experiencia con la oración de Jesús. He querido insistir en la iniciación para quienes comienzan o para quienes aún no han podido profundizar la práctica. Dejo el intercambio personal abierto para todos, pero especialmente para quienes tengan otras problemáticas derivadas de un ejercicio mas consolidado de la oración.
Los saludo fraternalmente invocando el Nombre de Jesucristo.
(1) Lectura recomendada: Marcos 10, 46-52
Texto extraído de: La oración de Jesús
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Foto del post enviada por Holle Frank
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Silenciar la mente es fundamental, porque los ruidos todo lo distorsionan. Gracias a Dios, yo he logrado alcanzar ese silencio sin mucho esfuerzo por mi parte.
Estimada Amiga, me tengo te tomar el tiempo de irte a leer en tu blog, no he podido todavía desde tu regreso al web. Pero me alegra y estoy contigo. Un abrazo en Cristo.