La paz del corazón
GREGORIO.- Con gusto, Pedro, seguiría contándote cosas de este venerable abad. Con todo, no quiero que ignores que el hombre de Dios, no sólo resplandeció en el mundo por sus muchos milagros, sino que también brilló, y de una manera bastante luminosa, por su doctrina, pues escribió una Regla para monjes, notable por su discreción y clara en su lenguaje. El que quiera conocer con más detalle su vida y costumbres, podrá encontrar en las ordenaciones de esta Regla todo lo que enseñó con el ejemplo, pues el santo varón de ningún modo pudo enseñar otra cosa sino lo que había vivido.
En el mismo año que había de salir de esta vida, anunció el día de su santísima muerte a algunos de los monjes que vivían con él y a otros que estaban lejos; a los que estaban presentes les recomendó que guardaran silencio de lo que habían oído y a los ausentes les indicó la señal que les daría cuando su alma saliera del cuerpo.
Seis días antes de su muerte mandó abrir su sepultura. Pronto fue atacado por la fiebre y comenzó a fatigarse a causa de su violento ardor. Como la enfermedad se agravaba cada día más, al sexto día se hizo llevar por sus discípulos al oratorio, donde confortado para la salida de este mundo con la recepción del cuerpo y la sangre del Señor y apoyando sus débiles miembros en las manos de sus discípulos, permaneció de pie con las manos levantadas al cielo y exhaló el último suspiro, entre palabras de oración.
En el mismo día, dos de sus monjes, uno que vivía en el mismo monasterio y otro que estaba lejos de él tuvieron una misma e idéntica visión. Vieron en efecto un camino adornado de tapices y resplandeciente de innumerables lámparas, que en dirección a Oriente iba desde su monasterio al cielo. En la parte superior del camino, un hombre de aspecto venerable y lleno de luz les preguntó si sabían qué camino era el que estaban viendo. Al contestarle ellos que lo ignoraban, les dijo: «Éste es el camino por al cual el amado del Señor, Benito, ha subido al cielo». Así, pues, los presentes vieron la muerte del santo varón y los ausentes la conocieron por la señal que les había dado.
Fue sepultado en el oratorio de San Juan Bautista, que él mismo había edificado sobre el destruido altar de Apolo. Y tanto aquí como en la cueva de Subiaco, donde antes había habitado, brilla hasta el día de hoy por sus milagros, cuando lo merece la fe de quienes los piden.
PEDRO.- ¿Por qué vemos con frecuencia que sucede lo mismo con los santos mártires, que no hacen tantos milagros donde están sus cuerpos sepultados o hay reliquias suyas, y en cambio obran prodigios mayores donde no están sepultados?
GREGORIO.– No dudo, Pedro, que los santos mártires pueden obrar muchos prodigios allí donde yacen sus cuerpos, como de hecho así sucede, y allí hacen innumerables milagros a los que los solicitan con recta intención. Pero, porque las almas enfermizas pueden dudar de que los mártires estén presentes para escucharles donde saben que no están sus cuerpos, por eso es necesario que obren mayores milagros donde un alma débil puede dudar de su presencia. Pero la fe de aquellos que tienen el alma unida a Dios tiene tanto más mérito, cuanto que saben que aunque no estén allí sus cuerpos, no por eso dejarán de ser escuchados.
Por eso, la misma Verdad, para acrecentar la fe de sus discípulos, les dijo: Si yo no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Paráclito (Jn 16,7). Pero siendo así que el Espíritu Paráclito procede continuamente del Padre y del Hijo, ¿por qué dice el Hijo que debe retirarse para que venga el que no se aleja jamás de él? Pues porque los discípulos, viendo al Señor en la carne, tenían deseos de verle siempre con los ojos corporales. Por eso les dijo con razón: Si yo no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Paráclito. Como si dijera abiertamente: «Si no sustraigo mi cuerpo a vuestras miradas, no puedo mostraros lo que es el amor del Espíritu; y si no dejáis de verme corporalmente, jamás aprenderéis a amarme espiritualmente».
PEDRO.- Me gusta tu explicación.
GREGORIO.- Debemos hacer ahora una pequeña pausa en nuestra conversación, pues si hemos de seguir narrando los milagros de otros santos, preciso será que, entre tanto, con el silencio reparemos nuestras fuerzas.
En lo espiritual no hay tiempo ni lugar, pienso que por eso los santos obran los milagros donde están sus cuerpos y donde no están, que al final viene siendo la comunión de los santos. Sin embargo el amor espiritual es tan fuerte y eterno. Efectivamente el amor espiritual no tiene distancias, no tiene barreras, no tiene tiempo, esto es un momento de amor espiritual es eterno.
SAN BENITO, QUE ANHELOS SIEMBRAS EN MI ALMA, ME ENSEÑAS TANTO A TRASVES DE PEDRO, TRATO DE SEGUIR LOS CONSEJOS DE GREGORIO, Y SOLO CON LA AYUDA DE LA GRACIA DE DIOS LO CONSIGO
Queridos Hºs.cuando trato con mis sentidos e incluso con mi razon seguir el Camino de Cristo LO CONSIGO siempre que CON SU GRACIA conforme dichos dones con EL AMOR.
¡NO! No estoy en un terreno irracional; estoy en un terreno en el que necesito para andar un baculo (EL AMOR) sin el tropiezo, me caigo.
A mí me gustaría, es más, anhelo sentir ese AMOR del que hablas, hermano, en mi corazón…………………., pero no lo consigo.
Dios, nos bendiga.
Laerdus.