Meditación Misterios Gloriosos, de Juan Taulero

Resurrección

Misterios Gloriosos del Santo Rosario, escrita por Fray Juan Taulero, monje dominico del siglo XIV. 

Misterios Gloriosos

La Resurrección

Antes de su muerte, Nuestro Señor permitió a María Magdalena tocarle, lavarle, limpiarle los pies y ponerle perfume en la cabeza: pero una vez entrado en su inmortalidad; no quiso dejarse tocar de esta manera y dijo: «Noli me tangere» (No me toques, no he subido todavía a mi Padre y a vuestro Padre). Así en el primer estado, en el grado inferior, Él se dejaba lavar, limpiar, ungir, de manera sensible; en el segundo grado, Él no le deja hacerlo de ninguna manera (sensible), sino solamente de la manera como Él está con el Padre; Él ha subido a los Cielos con todo lo que hay, se descubre esto en el verdadero día, es ahí donde se descubre el juego de amor, como el Hijo envía su amor al Padre, y como juntos, en la expansión de este común amor, ellos espiran el Espíritu Santo. He aquí el verdadero día, es aquí donde el verdadero amor nace con su verdadero carácter y su verdadera nobleza, y todo esto debe hacerse por Jesucristo, como lo escribe san Gregorio: «per Dominum Jesum Christum». Sobre este mismo tema un ilustre Padre de nuestra Orden escribía: «La luz de Jesucristo brilla en nuestro interior, más claramente que todos los soles no pueden brillar en el Cielo».

El verdadero día, aquel que hizo el Señor, es para la fe un gran pasaje. No conocemos nosotros a Jesús ya más según la carne. Todo lo que Él ha sido para nosotros sobre la tierra, Él lo ha llevado a la gloria del cielo, para comunicarle íntimamente a todos aquellos que vienen a pedírselo: su Padre es nuestro Padre, su oración, nuestra oración, su amor, nuestro amor. Estamos nosotros invitados a marchar sobre sus pasos, pero es Él quién marcha en nosotros: No soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí y me abre al mismo tiempo los horizontes inmensos del misterio trinitario. Ahí está nuestra vida, conocida en el verdadero día.

 

La Ascensión

Queridos hijos, puesto que nuestro maestro ha subido a los cielos, conviene que los miembros sigan a su maestro y no cojan ninguna consolación ni morada en este mundo, sino que sigan a su maestro con su amor y sus deseos, pasando por el camino por donde Él se ha ido tan penosamente. Ya que era necesario que Cristo sufriera así para entrar en su gloria. Nosotros debemos seguir a nuestro amable maestro que ha llevado el estandarte ante nosotros. Que cada hombre tome su Cruz y le siga; y nosotros llegaremos donde Él está. Lo mismo que la piedra magnética atrae al hierro, así el amable Cristo atrae hacia Él a todos los corazones que ha tocado. El hierro tocado por la fuerza de la piedra magnética es elevado por encima de su manera natural, sube siguiendo la piedra, aunque sea contrario a su naturaleza; no tiene ya más reposo hasta ser elevado por encima de sí mismo. Hijos, es precisamente así como todos los fondos tocados por la piedra magnética, que es Cristo, no retienen ya más ni la alegría ni el sufrimiento; son ellos elevados por encima de sí mismos hasta Él: olvidan toda su naturaleza propia y le siguen, y le siguen tanto más puramente, verdaderamente, absolutamente y más fácilmente también, cuanto que han sido noblemente tocados.

El misterio de la Ascensión, que es la culminación de la Resurrección, nos lleva con el Señor al reino del Padre y nos cierra los caminos puramente terrestres. Si habéis resucitado con Cristo, buscar las cosas de lo alto. Pero esta elevación de nosotros mismos, esta subida se hace en la sede de Cristo, es la fuerza de la Resurrección que nos lleva y nos atrae, como el amor que Jesús tenía para el Padre le atraía sobre el camino de su Pasión. No podemos en efecto encontrar a Cristo más que en los caminos que Él mismo ha tomado: pobreza, abyección, desprecio. Aun cuando todos los maestros estuviesen muertos y todos los libros quemados encontraríamos siempre en su santa vida una enseñanza suficiente, ya que Él mismo es la vía, no otra.

 

Pentecostés

Fueron todos colmados del Espíritu Santo y comenzaron a hablar de las maravillas de Dios. Queridos hijos, es hoy el amable aniversario del día en el que se nos ha dado el noble y precioso tesoro que había sido perdido para nuestro perjuicio en el Paraíso terrestre, por el pecado y sobre todo por el pecado de desobediencia. Desde entonces, todo el género humano estaba condenado a la muerta eterna: el Espíritu Santo, que es un consolador, estaba completamente perdido con todos sus dones y su consuelo; todos los hombres habían fomentado la eterna cólera de Dios y estaban cautivos de la muerte eterna.

Nuestro Señor ha roto esas cadenas, el viernes santo, cuando se dejo hacer prisionero, cargar de ataduras, y murió en la Cruz. Este día, él ha realizado la plena reconciliación del hombre con su Padre celeste. Pero en el día de Pentecostés, Él ha confirmado esta reconciliación, y nos ha dado el noble y precioso tesoro que había sido completamente perdido, es decir el amable Espíritu Santo: la riqueza, la caridad y la plenitud, que están en Él (el Espíritu Santo), sobrepasan aquello que todos los corazones y todas las inteligencias pueden esperar.

¿Y qué hacer, para prepararse a recibir al Espíritu Santo? Dejar al Espíritu mismo preparar los lazos y recibirse en el hombre. Ya que el Espíritu hace dos cosas: Él vacía al hombre de todo lo que no es Dios, y colma el vacío en la medida en que lo hay. Es despertando el deseo de Dios como hace palidecer cualquier otro deseo y como el Espíritu hace el vacío; nuestra colaboración es aquí una pasividad, una suavidad bajo la acción de Dios, junto a una cierta intransigencia frente a todo lo que nos separa de Él.

Este amable Espíritu Santo es enviado a cada hombre, todas las veces y tan a menudo como el hombre, con todas sus fuerzas, se separa de toda criatura y se vuelve hacia Dios. Al instante mismo en el que el hombre hace esto, enseguida el Espíritu Santo viene con todo su cortejo de dones y colma enseguida todos los rincones y el fondo del alma. E inversamente, en el momento y en el instante mismo en el que el hombre se vuelve voluntariamente de Dios hacia las criaturas (bien sea hacia si mismo o hacia no importa que criatura), enseguida el Espíritu Santo se va con toda su riqueza y todo su tesoro. Además, cualquiera que sea la cosa a la que el hombre se aplica, si él no lo hace en Dios o bajo su impulso, es siempre a él mismo al que busca.

 

La Asunción de la Virgen

 Hijos míos, por muy alto que se suba, en esta vida, en sus practicas de piedad, hay que reservar una hora a ofrecer a esta amabilísima Dama alabanzas muy particulares y llenas de alegría, un dichoso servicio, rogándole amablemente que nos conduzca, que nos ayude y que nos atraiga a su Hijo bien amado. Hijos míos, su dignidad sobrepasa toda concepción, toda medida. ¡Que maravilla! Ella ha llevado a su Dios y su Creador, en su seno y en sus brazos; tenía ella con Él la relación más envidiable, la más deleitosa y que sobrepasa todo sentimiento. No tenía la menor duda de que este niño fuera Dios, estaba ella totalmente segura de eso; y sin embargo podía tratarlo a su manera, y Él se comportaba con ella como su hijo; no obstante, durante toda su vida, su corazón en ella no encontraba un solo instante, en esto, su reposo y su total satisfacción, sino que, sin cesar, su alma subía y se elevaba hasta el abismo de Dios. En Él solo estaba su paz, en Él estaba su herencia, su reposo, su morada.

Si nuestra Señora se encuentra con su cuerpo en la gloria del cielo, es que desde su vida terrestre y a pesar de sus gracias excepcionales, ella no se había apegado a ningún bien, espiritual o corporal, interior o exterior.

Estamos por lo tanto invitados, nosotros también, a no detenernos en los dones de Dios, sino a buscar sin cesar al dador Mismo, nuestro único reposo. Deja todas las cosas irse en polvo, disiparse con el fin de que no haya complacencia más que solo en Él. Por esta profunda pobreza interior, participamos nosotros un poco en la pureza de María, en esta «ligereza» por la cual ella no ponía ningún obstáculo a la gracia que la elevaba hasta Dios. La Asunción comienza, como la Resurrección, en nuestra vida cotidiana aquí abajo.

 

La Coronación de la Virgen

¿Qué es esta corona? ¿Qué es esta ilustre herencia? No es otra cosa que Nuestro Señor Jesucristo; es Él quien es la ilustre herencia, ya que Él es un heredero de su Padre y nosotros somos sus coherederos, como dice San Pablo. El Hijo ha recibido del Padre todo lo que es, todo lo que tiene y todo lo que puede; el Padre le ha puesto en su mano todas las cosas, las cuales, el Hijo ha devuelto al Padre tan profundamente y con una generosidad similar a como las había recibido, Él no ha retenido para sí mismo ni un solo cabello; ya que solo quería la gloria del Padre, y no la del Hijo. Si nosotros queremos que Él llegue a ser nuestra ilustre herencia, debemos entregar totalmente al Padre todo lo que somos, todo lo que tenemos y podemos y todo lo que hemos recibido de Él, sin guardar para nosotros, de todo esto, ni la anchura de un cabello, interiormente o exteriormente, que esto venga por intermediario o sin intermediario; deja este bien a aquel a quien pertenece, no tomes nada para ti, y busca a Dios. Pero nuestros miserables sentidos y nuestra naturaleza se apegan tan fácilmente, nuestros malditos ojos son tan maliciosos, que acuden a buscar su propio bien en todas las cosas. Y esto ensombrece mucho a esta brillante herencia. Ahí donde retienes para ti el bien divino, haces de ello un bien creado y lo ensombreces.

Este texto, que quiere ser una directiva para nosotros cuando Dios nos colma de su gracia, puede ser leído también como un retrato de María, tal como ella es cuando el señor la recibe definitivamente en su gloria y la «Corona», manifestando la gracia eminente que está en ella. ¡Ave, llena de gracia! ¡El Todopoderoso ha hecho grandes obras para mí, santo es su nombre! Él ha puesto sus ojos sobre la humildad de su sierva. Sobre nosotros también ha puesto sus ojos, y, con tal de que nosotros le dejemos el campo libre, El hará en nosotros también grandes cosas, para nuestra dicha y para su gloria.

Compilado por Joaquín Sergio 

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