La paz del corazón
Fragmentos del texto: «Las lecciones que aprendí en Miyajimacho» – Japón.
«… Hay tanto que ver y hacer en la parte baja de la isla con sus decenas de tiendas, cafés, restaurantes, colores, aromas, sabores y belleza explotando por todas partes que es difícil no dejarse disuadir de quedarse allí, dejando de lado cualquier deseo de seguir adelante en busca del santuario escondido en la cima de la montaña. ¿Cuántos de nosotros pasamos toda nuestra vida distraídos en paraísos que embriagan los sentidos y adormecen nuestra conciencia? Al fin y al cabo, ¿cuál sería el tesoro que ya no está disponible ni a la venta ni al alcance inmediato de nuestras manos?
Sin embargo, algunos se sienten llamados. Hay una curiosidad que vence la inercia de los sentidos embotados y nos empuja a escalar incluso sin saber exactamente qué nos encontraremos. Una fuerza irresistible te atrae y te invita a explorar esas alturas. De repente el camino se vuelve cada vez más desafiante, la subida demasiado empinada, algunos se dispersan y toman atajos, otros siguen el camino equivocado y terminan desistiendo, muchos comienzan a escuchar dudas racionales sobre si este esfuerzo realmente vale la pena y cuestionan la validez de lo que encontrarán. Poco a poco la gente va desapareciendo, y pronto se reduce el número de los que llegan a la cima, donde hay un teleférico que los llevará a una altura aún mayor.
¿Cuántas veces renunciamos a los llamados que sentimos internamente? ¿Ya sea por dudas, por falta de ánimo, por no creer en nuestra propia capacidad para superar obstáculos o simplemente por no confiar en esa voz interna que nos pide subir un poco más alto, más allá de lo que podemos ver y subirnos al “teleférico” que nos llevará a lo desconocido? ¿Qué atajos hemos tomado que nos alejan de nuestro verdadero camino? El lugar por donde desciende el teleférico revela una amplitud de horizonte inconcebible para quienes no se atrevieron a abandonar la isla o para quienes desistieron en el camino. Sin embargo, quienes llegaron allí alcanzaron nuevas distancias con la mirada, ampliaron sus propias dimensiones y contemplaron nuevos paisajes y posibilidades…
Incluso aquí, muy cerca del destino final, hay quienes se dan por vencidos. Agotado o decepcionado con lo que reveló el camino para llegar allí. Abandonan el propósito. Se contagian del sentimiento de que no merece la pena, de la imposibilidad y sucumben al fuerte soplo final del viento del desánimo y la duda al insistir en algo tan intangible.
Quedan pocos. Muy pocos. Casi ninguno…»
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Muchas gracias por el hermoso informe. Es un lugar bendito.
Tu relato ha traido a mi conciencia una oración de los indios navajos que deseo dedicarte; aunque siento que ya estás caminando dichosa…
ORACIÓN
Dichosa puedas caminar.
Dichosa, con abundantes nubes negras, puedas caminar.
Dichosa, con abundantes lluvias, puedas caminar.
Dichosa, por un sendero de polen, puedas caminar.
Todo sea bello afuera de ti.
Todo sea bello adentro de ti.
En belleza y Amor esto termina.
En belleza y Amor esto termina.
Muchas gracias por tucompartir.